19/01/2016, 19:50
(Última modificación: 19/01/2016, 19:51 por Uchiha Akame.)
Kunie tuvo que hacer su mejor actuación para no partirse de risa allí en medio. ¿Quién iba a pensar que un paseo casual por Notsuba iba a desembocar en una situación tan divertida? La rabia interna del chico resonaba en su cabeza con tanta claridad como si estuviera gritándole en el oído. Incluso más. Sin embargo, las amenazas del vendedor no hacían sino reír más a Kunie. Claro que, nadie excepto él mismo escucharía sus carcajadas.
- Sí. ¿Qué te parece si lo probamos en tu cuello, eh, HIJA DE LA GRAN PUTA!?
Ella se mantuvo impasible, disfrutando de los razonados intentos del chico por comprender qué estaba sucediendo, como una madre loba viendo dar los primeros pasos a sus cachorros. El muchacho no tardó en llegar a una conclusión más que plausible. "Es listo", se dijo para sí la kunoichi. Y en efecto lo era. En vez de intentar intimidar o amenazar a la chica, el vendedor le propuso un trato... Un jugoso trato. Kunie se hizo de rogar unos instantes hasta que por fin dejó que su voz resonara de nuevo en la cabeza del chico.
"Así que además de tener la piel de hierro, sabes usar la cabeza... Muy bien. Te ayudaré, pero a cambio me deberás un favor. Quédate tu dinero."
Sin esperar a que el otro dijera, o mejor dicho, pensara una palabra más, lo soltó del brazo. Al instante su vínculo telepático se rompió, como si hubiese sido el simple contacto físico el que lo mantenía estable. Quizá el chico concluyera algo semejante, y no iba a ser Kunie quien le sacara de su error.
Alrededor, los curiosos permanecían expectantes. La chica se volvió, dejando que su cola de caballo azabache trazara un amplio surco invisible en el aire. Abarcó a la docena de curiosos con su mirada ambarina, y empezó a hablar con tono pretendidamente convincente.
- ¡Pues llevabas razón, vendedor-san! Ni un sólo rasguño. - levantó el brazo del chico.- ¿Alguien quiere comprobarlo?
El improvisado público no se hizo de rogar, y la mayoría se acercó a toquetear al vendedor. Allí donde debía tener una herida sangrante, no había siquiera una cicatriz. Kunie tuvo que apartarse para dejar paso a un hombre que tenía un fajo de billetes en la mano, mientras que una anciana se abría paso a bastonazo limpio. Por su parte, la kunoichi se limitó a adoptar una cómoda postura al margen del alboroto pero sin perder de vista al estafador.
Había ganado un favor, y pensaba cobrárselo.
- Sí. ¿Qué te parece si lo probamos en tu cuello, eh, HIJA DE LA GRAN PUTA!?
Ella se mantuvo impasible, disfrutando de los razonados intentos del chico por comprender qué estaba sucediendo, como una madre loba viendo dar los primeros pasos a sus cachorros. El muchacho no tardó en llegar a una conclusión más que plausible. "Es listo", se dijo para sí la kunoichi. Y en efecto lo era. En vez de intentar intimidar o amenazar a la chica, el vendedor le propuso un trato... Un jugoso trato. Kunie se hizo de rogar unos instantes hasta que por fin dejó que su voz resonara de nuevo en la cabeza del chico.
"Así que además de tener la piel de hierro, sabes usar la cabeza... Muy bien. Te ayudaré, pero a cambio me deberás un favor. Quédate tu dinero."
Sin esperar a que el otro dijera, o mejor dicho, pensara una palabra más, lo soltó del brazo. Al instante su vínculo telepático se rompió, como si hubiese sido el simple contacto físico el que lo mantenía estable. Quizá el chico concluyera algo semejante, y no iba a ser Kunie quien le sacara de su error.
Alrededor, los curiosos permanecían expectantes. La chica se volvió, dejando que su cola de caballo azabache trazara un amplio surco invisible en el aire. Abarcó a la docena de curiosos con su mirada ambarina, y empezó a hablar con tono pretendidamente convincente.
- ¡Pues llevabas razón, vendedor-san! Ni un sólo rasguño. - levantó el brazo del chico.- ¿Alguien quiere comprobarlo?
El improvisado público no se hizo de rogar, y la mayoría se acercó a toquetear al vendedor. Allí donde debía tener una herida sangrante, no había siquiera una cicatriz. Kunie tuvo que apartarse para dejar paso a un hombre que tenía un fajo de billetes en la mano, mientras que una anciana se abría paso a bastonazo limpio. Por su parte, la kunoichi se limitó a adoptar una cómoda postura al margen del alboroto pero sin perder de vista al estafador.
Había ganado un favor, y pensaba cobrárselo.