19/01/2016, 23:05
(Última modificación: 19/01/2016, 23:14 por Aotsuki Ayame.)
—Oh si —respondió al fin Yota, y Ayame relajó un tanto su expresión—. En realidad se pueden hacer un montón de cosas, ¿sabes? El único límite es tu propia imaginación. Imaginemos que estamos peleando contra un enemigo fuerte, tienes esos 6 brazos a tu disposición y además dispones de la friolera de 6 katanas, pues empuñas las 6 katanas y luchas con ellas. ¿No te parece genial, Ayame-san?
—¡Vaya! ¡No lo había pensado de esa manera! ¡La verdad es que tiene sentido! —exclamó, con una radiante sonrisa—. Aunque hay que ser muy fuerte y habilidoso para levantar seis espadas y manejarlas bien.
Yota sacó de uno de sus bolsillos una pequeña petaca y extrajo de ella un caramelo de color amarillo unido a un palo.
—Pero también es aplicable a la vida cuotidiana, a muchas situaciones que puedas imaginarte. Realmente son muy útiles.
Ayame frunció los labios ligeramente. Por su cabeza acababa de pasar la imagen de Yota, delantal puesto, lavándose los dientes, al tiempo que fregaba los platos, al tiempo que leía un libro, al tiempo que...
—Ostras, ¡Qué grosero soy! ¿Os apetece tomar uno?
La invitación de Yota interrumpió sus ensoñaciones. Dudó durante unos instantes, entre tímida y prudente, pero Mitsuki, que se había mantenido en silencio hasta el momento, se adelantó.
—La verdad es que sí —la muchacha de cabellos plateados hundió la mano en la petaca y sacó un caramelo de color rojo, brillante como la sangre—. Te lo agradezco.
«Está claro que no está ciega. O si lo es, se las apaña muy bien... ¿Pero entonces por qué tiene ese color de ojos tan extraños? ¿Tendrá algo que ver con esas líneas de sus mejillas?» Se preguntaba, hasta que contempló con horror contenido cómo la kunoichi de Uzushiogakure separaba el caramelo del palo con un chasquido. ¿Pero qué clase de blasfemia había hecho?
—Gracias —balbuceó Ayame, antes de sacar un caramelo de naranja para ella misma que no tardó en degustar. Ahora que lo pensaba, hacía mucho tiempo que no comía un caramelo. Y quizás fue esa la razón de que se sorprendiera al recordar la exquisitez de lo dulce y lo ácido de la naranja mezclándose en su paladar.
—Por cierto —intervino de nuevo Mitsuki—. ¿Qué hacías en ese árbol?
—¡Ef fieto! —exclamó Ayame, antes de sacarse el caramelo de la boca para hablar—. ¿Qué estabas haciendo para caer de esa manera? Estás lleno de tierra y ramitas...
—¡Vaya! ¡No lo había pensado de esa manera! ¡La verdad es que tiene sentido! —exclamó, con una radiante sonrisa—. Aunque hay que ser muy fuerte y habilidoso para levantar seis espadas y manejarlas bien.
Yota sacó de uno de sus bolsillos una pequeña petaca y extrajo de ella un caramelo de color amarillo unido a un palo.
—Pero también es aplicable a la vida cuotidiana, a muchas situaciones que puedas imaginarte. Realmente son muy útiles.
Ayame frunció los labios ligeramente. Por su cabeza acababa de pasar la imagen de Yota, delantal puesto, lavándose los dientes, al tiempo que fregaba los platos, al tiempo que leía un libro, al tiempo que...
—Ostras, ¡Qué grosero soy! ¿Os apetece tomar uno?
La invitación de Yota interrumpió sus ensoñaciones. Dudó durante unos instantes, entre tímida y prudente, pero Mitsuki, que se había mantenido en silencio hasta el momento, se adelantó.
—La verdad es que sí —la muchacha de cabellos plateados hundió la mano en la petaca y sacó un caramelo de color rojo, brillante como la sangre—. Te lo agradezco.
«Está claro que no está ciega. O si lo es, se las apaña muy bien... ¿Pero entonces por qué tiene ese color de ojos tan extraños? ¿Tendrá algo que ver con esas líneas de sus mejillas?» Se preguntaba, hasta que contempló con horror contenido cómo la kunoichi de Uzushiogakure separaba el caramelo del palo con un chasquido. ¿Pero qué clase de blasfemia había hecho?
—Gracias —balbuceó Ayame, antes de sacar un caramelo de naranja para ella misma que no tardó en degustar. Ahora que lo pensaba, hacía mucho tiempo que no comía un caramelo. Y quizás fue esa la razón de que se sorprendiera al recordar la exquisitez de lo dulce y lo ácido de la naranja mezclándose en su paladar.
—Por cierto —intervino de nuevo Mitsuki—. ¿Qué hacías en ese árbol?
—¡Ef fieto! —exclamó Ayame, antes de sacarse el caramelo de la boca para hablar—. ¿Qué estabas haciendo para caer de esa manera? Estás lleno de tierra y ramitas...