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Quién sabe si las pensiones estatales son iguales en todas las aldeas, pero en Takigakure sí que es un buen negocio. La abuela de Hei, al ser senil y haber aportado junto a su difunto marido al ingreso bruto de la aldea, cobra una jubilación de otro planeta. Pero claro, está senil. Necesita medicación que la mantenga tranquila y controle sus emociones, así como pagar un seguimiento psicológico y más. No obstante, para su suerte, Hei adquirió de alguna manera u otra ese instinto de supervivencia sacrificado que te obliga comprar el papel higienico que raspa en vez del esponjoso. Cosas así, acumuladas, terminan en una alcancia llena de cambio a los 2 o 3 meses. Hoy era el día en el que se rompía la alcancía. Mas Hei aún dormía, era temprano.
— ¡CRACK! ¡CRACK! ¡CRACK!— El sol ni había salido y su abuela ya estaba vociferando, o más bien gritando. Se podría escuchar desde una cuadra de distancia como un grito ahogado salía por la ventana de la habitación donde su abuela y Hei duermen todas las noches.
— ¿QUÉ QUÉ DE QUE CUÁNDO? — Rokuro se despertó exclamando algo parecido a lo que decía la anciana, solo que este pegó un salto y empuñó el kunai con el que siempre duerme todas las noches debajo de la almohada. Después de entender la situación se calmó y se dejó caer en el futon del 4x4, dirigiendo su vista hacia el techo. — Cierto. Hoy toca "Crack". — Se recordó a sí mismo en voz alta. — Abuela, ve a buscar... — El seco ruido del metal contra la cerámica y luego el sordo de la madera lo interrumpió. — Te apresuraste. — Continuó al darse cuenta que su abuela no estaba, al dirigir la vista nuevamente hacia donde hace rato pataleaba y gritaba. Sonrió.
Con la misma sonrisa caminó hasta la sala de estar, ellos prefieren llamarle la sala del té, para ver a su abuela en pijamas contando dinero a la vez que separaba monedas y pedazos de cerámica rosa. Hei dejó escapar una carcajada, pues ella se había olvidado de como contar. La sorprendió por la espalda, sin asustarla, abrazándola. Ella era mucho más pequeña que él.
— ¿A donde quieres ir esta vez obaasan? — Preguntó en su oído.
— Tanzaku Gai. —
— ¿Tanzaku Gai? ¿Qué es eso? — Volvió a preguntar algo sorprendido.
— Son unas aguas termales muy lindas. Allí conocí a tu padre. Quiero ir de nuevo. — Cortante como siempre le dejó claras sus ocurrencias.
— Pues a Tanzaku Gai iremos. Partiremos lo más pronto posible. ¿Como que mi padre? Oh, cierto. — A menudo Hei comete el gravisimo error de creerle a su abuela. Que está senil. — Loca. — Susurró mirando hacia otro lado.
...
Se bajaron de la carreta, habían pasado uno o dos días, el pobre no podía recordar, tampoco todos los que acompañaron a los malvivientes de su abuela y su nieto. Ya de por sí digerir un viaje como este es difícil, pero aún más al enterarte a medio camino que hacia donde vas no hay supuestas aguas termales. Se había ilusionado en vano. A su abuela no pareció importarle.
— Bueno. Llegamos. Tanzaku Gai. — Estaba a punto de anochecer. — Buscaré hospedaje y la noche saldremos a pasear, ¿te parece? — Ofreció.
— ¡Sí! — Espetó, sorprendiendo a sus compañeros de viaje que aún bajaban las valijas de la carreta.
A menudo sus planes salen bien, no como el quiere, pero de alguna forma u otra terminan saliendo bien. Capaz sea por su filosofía de vida, que es la de viajar sin conocer su rumbo o siquiera destino; vivir el momento. Y es aquí cuando su "mala suerte" entra en juego. No, sí encontró hospedaje y además le salió muy barato. Ordenó todo mientras su abuela tejía algo y luego se bañaron ambos. Primero ella y luego él.
— Aaaaah, qué ducha. ¿Cómo te sentó a ti... — Su abuela dormía plácidamente sobre su cama. — Me gané la lotería. — Sí señores, sólo en Tanzaku Gai, una ciudad de juegos de azar y quién sabe que más. La noche era joven.
Con sus ropas usuales, hasta su portaobjetos y bandana, salió a pasear por las traficadas calles de la ciudad que no parece tener sueño ni de noche. Se compró un pescado frito empalado en una vara de balsa y se sentó a comerlo en una plazoleta no tan llena de gente. Buscó con la mirada, entre los tantos que iban y venían, algún ninja con el que pueda compartir la noche. Le agradó mucho hacerlo la última vez en el florecimiento del Árbol Sagrado de Taki.
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Se le hacía extraño que hubiera un sitio donde la noche trajera consigo mucha más actividad que el día mismo. Las personas yendo de un lado a otro entre risas y gritos, los vendedores ambulantes en cada esquina y los muchos negocios con anuncios brillantes y llamativos. En principio imaginaba que aquel núcleo urbano se encontraba en una especie de festival, pero luego de dos días de estadía se dio cuenta de que ese era el nivel común de actividad. La gente demostraba tener gran predilección por las largas jornadas nocturnas y los ingresos que estas producían, y así noche tras noche. Si, a Tanzaku Gai bien podría llamársele “La ciudad que nunca duerme”.
—¡Señor Yoshi, terminare de filetear el pescado en un momento¡ —Movía sus manos con prisa mientras la gente se mantenía en una fila inquieta.
—¡Bien, en cuanto termines con eso corta algunos vegetales para una sopa de res de ocho raciones! —Tenían que mantenerse hablando en voz alta, pues el griterío de las órdenes entrantes dificultaba la comunicación—. ¡Después de que limpies los cuchillos y las tablas podrás tomar un descanso!
Contrario a lo que se pudiera pensar, no había una historia interesante sobre como el Ishimura terminó trabajando en una franquicia de comida. Tenía que mantenerse en la ciudad hasta recibir instrucciones por parte de su maestro, sin embargo ya llevaba dos días de espera y por lo que pintaba la situación imaginaba que tendría que esperar hasta una semana.
Resignado a quedarse allí, decidió probar el estilo de vida de aquella urbe. Al principio fue algo difícil pues solo encontraba lugares que brindaban entretenimiento para adultos. Decidió cambiar su búsqueda cuando al pasar frente a la zona roja una bella mujer ofreció volverlo un hombre adulto a cambio de un pago y de permitirle acariciar su cabello.
En cierto punto se mantuvo cerca de una feria en la cual había muchos juegos de habilidad. Al principio se encontró muy cómodo, pero luego de casi dejar en quiebra al juego de los dardos, al de los aros y al de los nudos, los dueños del lugar se pusieron de acuerdo para vetar su entrada. Al menos se había ganado varios premios, pero aun seguía sin nada entretenido que hacer.
Al final, mientras se sentaba a reflexionar en una pequeña plaza, dio con un negocio de cocina que parecía estar falto de personal. Pudo ver que era la principal franquicia de la calle y que sus quince mesas tomaban gran parte de aquel espacio. Se acercó a preguntar si había vacantes y el dueño lo recibió con una mirada que decía: “Eres un mocoso ¿De qué me puedes servir en la cocina?”. En efecto Kazuma no tenía idea alguna sobre el arte culinario, pero sí que sabía cómo manejar un cuchillo; Tenía la capacidad de manejar los filos más difíciles y con un corte delicado despellejar y filetear en la mitad de tiempo que cualquiera. Si bien el guiso que le pidieron como prueba quedó en extremo insípido, la forma y la destreza con la que manejo los instrumentos le ganó un lugar en la nómina.
—¡Hey tú, bribón! —Rugió el dueño del negocio al ver a un sujeto que parecía tener las intenciones de irse sin pagar.
El señor Yoshi demostraba tener una memoria y una capacidad de observación bastante destacables para un hombre de mediana edad. Pero ya no estaba en condiciones de correr tras quienes gustaban de comer gratis. Claro, podía cobrar al servir, pero aseguraba que eso transmitía desconfianza a los clientes. Solía decir: “Nada es mejor que el gusto que da cuando la gente te paga por que disfruto la comida y no solo porque se la has servido”.
Justo cuando aquel hombre comenzaba a levantarse para correr, un pesado y brillante cuchillo de carnicero aterrizó cerca de su mano, enterrándose en la madera de la mesa. En cuanto volvió la cabeza noto como aquellos ojos grises estaban clavados en él y como en una de esas morenas manos había otro filo listo para ser arrojado, solo que sin fallar en la siguiente ocasión.
—¡Bien hecho, muchacho! —Las felicitaciones por su habilidad se hacían cada vez más comunes en aquel sitio.
Finalmente llegó la hora de su descanso, y bien merecido que lo tenía. Aunque fuese un ninja hecho y derecho, seguía siendo un muchachito y el ajetreo de las jornadas nocturnas le hacían bastante mella. Por suerte su jefe era una persona consciente de su edad y cuando le veía cansado le incitaba a tomarse las cosas con calma.
—¡Voy saliendo¡ —Aviso mientras abandonaba su estación de trabajo.
Limpio sus utensilios, la tabla de picar y los cuchillos, y se colgó el delantal al hombro. De uno de los cajones refrigerados tomo una bebida helada y se encamino a buscar un lugar para sentarse en la plaza. Al final decidió acercarse a una esquina por donde no pasaba tanta gente, en aquel sitio pudo ver como un muchacho parecía estar pasando el rato. Desde la distancia que los separaba y con la luz trémula que los cubría, era difícil decirlo, pero aquel chico parecía no ser de aquella ciudad.
Sin pensarlo mucho se acercó hasta el banquillo donde estaba.
—Buenas noches —dijo, educadamente mientras se sentaba—. Es una ciudad donde resulta difícil irse a dormir temprano ¿cierto?
Dio una probada a su bebida y dejó escapar un largo “Ahh” cuando sintió el frío néctar carbonatado pasar por su garganta. Sin duda debía de dar un espectáculo curioso; Ahí sentado con un delantal sucio y con una redecilla para el cabello, que había olvidado quitarse, y totalmente calmado como si fuera el lugar más cómodo de Tanzaku Gai.
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Desparramado en su banca, a uno de los extremos, disfrutaba del cielo estrellado que tapaba su cabeza. Casualmente era idéntico al de su casa, Hei desconocía el porqué. Le resultó raro pero no inquietante. Hay tantas cosas de las que desconocemos, como lo es para él el sexo y la muerte. Elementos esenciales en la vida, casi inevitables. Claro, la primera puede que nunca ocurra, pero la segunda es inevitable. Uno de los tantos motivos por lo que le da estos gusto a su abuela es porque su situación está empeorando y capaz esta se vaya a otro mundo dentro de poco.
— Obaasan... — Aún sentado, con las piernas cruzadas, manos entrelazadas en su cuello y la mirada en el cielo, charló con él.
Entre suspiros, la idea daba escalofríos. ¿Una experencia cercana con la muerte? ¿Como se debía sentir? Era un ninja y debía estar preparado para esto, pero su abuela, su casi madre, estaba a punto de irse de las manos. Casi todos los Shinobis sufrieron experiencias trágicas y es por eso que dedican su vida a este complicado oficio, mas Hei no era nada más que un adolescente algo rebelde que podría estar dedicandose a otra cosa dentro de poco. Había leído su apellido en un libro el otro día, donde un pariente suyo aparecía. Este parecía dedicarse a la demolición con explosiones. Ese sería su trabajo ideal, ¿no? Se corre no tanto peligro como ninja y puede utilizar y entrenar su habilidad sin la necesidad de ir en el socorro de clientes.
— Puuuuuf. — Casi se les escapan unas lagrimas. Algo que le puede pasar a cualquiera. — Mierda... — Llevó su cuerpo para adelante, descruzó sus piernas y junto ambas manos cerca de su boca. Miró, con sus ojos vacíos, a Tanzaku Gai. ¿Que le deparaba esta ciudad con la que llegó con tanto entusiasmo?
Un chico se sentó en su misma banca. Hei estaba en el lado derecho de la misma, un peliblanco, al que el Bakutonero le dirigió la mirada instantaneamente, estaba en el lado izquierdo.
—Buenas noches —dijo al sentarse—. Es una ciudad donde resulta difícil irse a dormir temprano ¿cierto?
Algo pasmado y sorprendido por la aparición de este morocho peliblanco, que casualmente era muy similar a alguien que ya conocía. Llevaba un delantal blanco colgando de su hombro y ropas que no podía distinguir si eran negras o de algún otro color oscuro. Hei recordó sus pintas y que en la cabeza exhibía la insignia de su Aldea y se puso un tanto nervioso.
— Hay mucho que hacer, sí, pero para un pequeño como yo... — Sonrió un poco, asumiendo que el sujeto volvía o iba algún por deber y que era residente de la ciudad. No se pudo fijar bien su rostro, así que asumió que tenía sus años. — No soy de aquí. De hecho llegué hoy, fue un viaje muy largo. — Agregó mirando hacia otro lado.
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12/03/2016, 16:21
(Última modificación: 13/03/2016, 14:54 por Hanamura Kazuma.
Razón: Se me habia olvidado un sub
)
Incluso en aquel lugar alejado, en una esquina de la plaza, se podía sentir el vibrar de la actividad post atardecer. Claro, el ambiente era mucho más tranquilo y había menos gente, pero seguían estando en una ciudad noctámbula. Seguramente era algo natural para las personas del lugar, pero para un chico extranjero... Resultaba todo un desafío a la cordura.
—Hay mucho que hacer, sí, pero para un pequeño como yo… —Respondió a la dicho por el peliblanco.
—¡Y que lo digas! —sonrió levemente, por encontrar a alguien con su misma pena—, He tenido dificultades al buscar alguna actividad para pasar la aquí llamada "Noche Joven".
De cerca pudo apreciar que se trataba de un muchacho con una edad cercana a la suya, pero un poco más alto. De cierta manera parecía bastante fuera de lugar en aquel sitio, igual que él, claro está. Además de sus curiosos aretes negros y su cabellera rubia, no había otra cosa que llamara mucho la atención... Excepto por algo que noto cuando le observo más detenidamente; una placa metálica con el grabado característico de la aldea de la cascada.
—No soy de aquí. De hecho llegué hoy, fue un viaje muy largo.
—Entiendo, yo tampoco soy de por aquí. De hecho como podrás notar —señaló con el pulgar la insignia en su frente—, soy de Kuni no Uzu.
La gente iba y venía en pequeños grupos, y tras de ellos corrían los puestos ambulantes en busca de las aglomeraciones que tuvieran los bolsillos más llenos. Por momentos la ciudad se asemejaba a un ser vivo; con sangre como dinero que jamás deja de fluir, con negocios como un corazón que jamás dejaba de trabajar y con luces como un cerebro que jamás deja funcionar. Pero eso solo era el lado bonito e inspirador, pues para muchos era como un panal con abejas frenéticas cuyo zumbido nunca cesaba y cuyas vidas ere eternamente monótonas.
—Por cierto —dijo como si recordara algo que se le había escapado entre las palabras iniciales—, mi nombre es Ishimura Kazuma —extendió su mano, pero no ofreciendo una palma vacía, si no obsequiando un bebida helada idéntica a la que él estaba disfrutando— Y tu... ¿cómo te llamas?
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Su vista era buena, pero además de cansado estaba apenado. No se molestó en observar bien al sujeto con el que estaba interactuando. Dedució que tener cabellera canosa y piel morocha eran comunes en los jóvenes de Tanzaku Gai. Además, ya tenía en mente pararse y decirle buenas noches. La idea de emborracharse le tentó.
El sujeto compartía la misma desgracia de la juventud que sufría Hei; ninguna mujer quiere hacerlo con un niño, por más dinero que tenga. Aunque bueno, todo tiene su precio. Y su etapa rebelde estaba a punto de acabar, beber ya se había vuelto un método de desahogo. Y ni hablar de esas largas noches en sus amigos, probando cosas prohibidas.
— Entiendo, yo tampoco soy de por aquí. De hecho como podrás notar, soy de Kuni no Uzu. — Dijo señalando su frente.
Un rayo de luz causa de una carreta con farol que pasó por el lugar alcanzó al metal que protegía la frente del morocho, dejandola en descubierto. Era una insignia ninja, como la suya. Pero era de otra aldea, la del Remolino.
Se estremeció y sus ojos se abrieron como nunca lo hicieron. No se lo creía, ¿justo tenía que toparse con un ninja de otra aldea? ¿se había sentado a su lado sabiendo que era un ninja de Takigakure? Quién sabe, solo haciendo las preguntas conocería la respuesta.
— Por cierto, mi nombre es Ishimura Kazuma. Y tu... ¿cómo te llamas? — Continuó, sólo que ofeciendo una bebida al rubio que él también estaba bebiendo.
Hei, algo dudoso, tomó la bebida y fingió una sonrisa.
— Hei. Rokuro Hei. Shinobi de Takigakure. — Recitó mientras abría la bebida. — Gracias, no bebo nada desde que pasamos la aduana. — Hizo una pausa para probar la bebida. — ¿De qué gustó es? Me parece familiar. — La luz no le alcanzaba para leer la etiqueta. — No importa, lo importante es: no estaba envenenada, ¿verdad? — Dijo mientras sonreía. Capaz una broma como esa servía para romper el hielo entre los dos. Hei se interesó, la idea de conocer a alguien de otra aldea lo motivo a no irse.
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Se presentó como Rokuro Hei, mientras agradecida por la bebida. Confirmando lo indicado por la placa metálica de su frente, dijo que era un Shinobi de la aldea oculta de la cascada. A Kazuma se le hacía muy interesante, pues era una nación que recién se había alzado para llenar el vacío de poder que había dejado la caída del país del bosque. Sentía la necesidad de preguntarle muchas cosas, pero ya de por si el jovencito parecía estar un poco incomodo… Tendría que esperar el momento oportuno para calmar su curiosidad.
—¿De qué gustó es? Me parece familiar —La poca iluminación le dificulta leer la etiqueta—. No importa, lo importante es: no estaba envenenada, ¿verdad?
—Veamos —acercó su rostro al metal, siguiendo el cauce de la broma—. “Le´chugo-Cola; imitación dulce de cerveza vegetal sin alcohol". Bueno... Creo que no tiene nada letal, pero su nombre le causaría migrañas a cualquier publicista, jejeje.
Nada como bromear un poco para relajar el ambiente. Aunque fuera de chiste, jamás había escuchado de una gaseosa con sabor a lechuga y no estaba seguro del porque, pero por alguna razón creía que solo en un lugar como la vieja Kusagakure podrían inventar algo como aquello. La sugestión resultaba ser algo poderoso, pues luego de leer el nombre comenzó a saberle similar a la lechuga.
«Sigue estando bastante buena.» —Pensó mientras daba otro sorbo refrescante.
Se recostó en el espaldar y relajo su postura. En general Kazuma no era el tipo de persona que fuera a buscar conversación y menos con alguien a quien no conocía, pero ya le estaba haciendo falta algo de dialogo. Todo era culpa de aquella ciudad hiperactiva; Los adultos solo hablaban sobre infidelidades y deudas, y en su trabajo eran escasos el tiempo y la gente dispuesta conversar. Claro, podría quedarse charlando durante horas con su espada, pero lo consideraba no saludable para su estabilidad mental.
—Dime, Rokuro Hei. ¿Qué te ha traído a una ciudad como esta? —Trataba de mantener la conversación, pues quien sabe cuando tendría la posibilidad de tener un charla decente en aquella urbe alocada.
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Kazuma demostró lo acostumbrado que estaba a esta ciudad, donde la iluminación es mucha en algunos lugares y poca en otros, al leer lo que había impregnado en la lata que contenía la bebida. Y si eso era mucho, siguió la broma del rubio, que cuando la escuchó dejó largar una simpática carcajada. Luego le dio otro sorbo a la bebida que, para su desgracia, no le gustaba mucho. Su paladar estaba acostumbrado a las pobres recetas de su abuela, que aún le sigue cocinando a pesar de su discapacidad. Uno de los pocos dotes que no perdió, pero sí que empeoró. Arroz quemado y salchichas quemadas son solo el comienzo.
El dulce y a la vez sabor de la extraña cerveza sin alcohol saborizada con algún vegetal que Hei entendió como lechuga, le hacía un desmadre en su paladar. Se la tomaría rápido, no la disfrutaría como lo parecía ser su compañero de banca.
—Dime, Rokuro Hei. ¿Qué te ha traído a una ciudad como esta? — Y de la nada, habló el morocho.
Dios salve a esos que ahorran el favor de encontrar un tema de conversación. Hay quienes tienen sus momentos de timidez y nerviosismo y que no saben que sería lo mejor para charlar. Hoy vos, mañana yo. Uno de los principios de las relaciones. Capaz algún día era Hei quién tomaba el rol de hombre cortés que invita bebidas y se ve carismático.
— No estoy aquí por trabajo. Ni por placer. Tampoco por deber. — Bebió de su lata, creyó que aparentar acabarse los 350ml con rapidez a medida que hablaba se vería cool. — Estoy acompañando a un familiar. — Continuó despreocupado. — Es un favor que le hago, pues no está en las mejores condiciones. — Dijo recogiéndose de hombros. — Se cansó y ahora está durmiendo. Yo no soy de los que duermen con facilidad. La almohada me hace preguntas a la noche. Y, por si se te pasaba por la cabeza, salí con mi bandana y portaobjetos por si las moscas. Ya sabes como es el oficio. — Kazuma no alcanzaría a ver su portaobjetos, que estaba atado en su pierna derecha. — ¿Y vos? — Siguió bebiendo.
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El Ishimura continuó disfrutando lentamente de su "cerveza" helada mientras escuchaba lo que el rubio tenía para contar.
Su motivo de estadía nada tenía que ver con negocios, recreación u obligación de su oficio. La forma en que apresuró su bebida le daba a entender que aún había más por relatar. Todo su móvil giraba alrededor de acompañar a un familiar que no estaba en condiciones de andar viajando solo. Por otra parte aseguraba que le era difícil conciliar el sueño temprano, por lo que tenía sentido que saliera a buscar algo que hacer mientras que llegaba el momento oportuno para dormir.
—¿Y vos? —Preguntó mientras daba fin al contenido de la lata.
—¿Yo? —Pensó un momento en cómo expresar su respuesta—. La verdad es que aun no tengo idea —Aseguro levantando los hombros en señal de desconocimiento—. Me encontraba de regresos a mi país y decidí pasar por aquí a comprar algunas provisiones para lo que restaba de viaje, pero entonces recibí un mensaje de mi maestro, pidiendo que me quedara aquí apostado esperando instrucciones.
Aunque su cara no lo demostrara, aquello le molestaba bastante. Ya había tenido muchos problemas por el camino y ahora solo deseaba volver a casa lo más rápidamente posible. Claro, la espera hubiese sido más agradable de encontrarse en un pequeño y apacible pueblo. Pero no, justamente tenía que estar detenido en la ciudad más activa y viciosa que había visto en su corta vida.
«Aunque viéndole el lado bueno…» —Se imaginaba la sorpresa de Naomi en cuanto lo viera. Tenía planeado aprender un poco de su trabajo temporal, al menos lo suficiente como para poder preparar un plato sencillo y sabroso.
—Y, por si se te pasaba por la cabeza, salí con mi bandana y portaobjetos por si las moscas. Ya sabes cómo es el oficio. —Recordó lo dicho por su acompañante de banca.
—Oye… ¿Siempre llevas la placa contigo? —Preguntó señalando con la lata hacia la frente de Hei—. Es que yo he estado pensando en usarla un poco menos cuando salgo del país… No es que me avergüence ni nada, pero cuando la tengo puesta es como si tuviera un cartel que dice “Si quiere problemas y peleas, pregunte aquí".
Kazuma jamás ha sido alguien muy patriótico o amante de su país, pero ciertamente era muy respetuoso con las costumbres. El ver como sus compañeros y superiores usaban la insignia de la espiral con tanto orgullo, le hacía sentir muy culpable cuando pensaba en que ocultarla sería lo mejor. Quizás la opinión de alguien que provenía de una aldea con costumbres distintas pudiera aliviar su pesar.
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