20/01/2016, 00:21
(Última modificación: 20/01/2016, 01:06 por Uchiha Akame.)
- Oye, ¿no te parece que vas un poquito rápido? - preguntó el Uchiha, de forma aparentemente seria -. No digo que me presentes a tus padres, pero… No hemos tenido ni la primera cita y ya me coges de la mano y me llevas por callejones oscuros… - Una sonrisa divertida asomó a sus labios -. Que sepas que no soy un chico fácil.
Kunie no pudo evitar soltar una breve carcajada. Datsue era ingenioso, eso no podía negarlo, y mucho más mayor de lo que aparentaba. A un niño cualquiera de doce o trece años no se le habría ocurrido un chiste así. Quizá por eso la kunoichi estaba decidida a hacerle partícipe de su idea. Cuando Datsue le habló de los juegos que él prefería, como el shōgi, ella volvió a reír, y esta vez con más fuerza que la anterior.
- No creo que encuentres muchos jugadores de shōgi ahí dentro.
Sin embargo, el shinobi no tardó en captar la idea. Kunie asintió con gesto satisfecho, pues sabía que a buen entendedor pocas palabras bastaban, y a ella nunca le había gustado tener que dar explicaciones innecesarias. Decidida, giró el picaporte y abrió la puerta que daba acceso a la taberna.
Era un antro, tal y como ella había imaginado. Poco espacioso y mal iluminado, el único mobiliario consistía en un par de mesas y varias sillas apretujadas alrededor. La barra era de madera, aunque muy vieja y teñida por numerosas manchas de distinta antigüedad y procedencia. Nada más entrar los jóvenes y cerrarse la puerta con un golpe seco tras de ellos captaron la atención de los parroquianos. En una de las mesas había un hombre, y frente a él media docena de pequeñas botellas que se agrupaban como prisioneros esperando su turno en el pelotón de fusilamiento. En la otra, tres tipos con muy mala pinta jugaban a las cartas. Perfecto.
Kunie se dirigió a la barra y pidió una botella de sake y un par de vasos. El corpulento dueño la miró con su único ojo sano durante unos instantes, rascándose la calva y con gesto pensativo. Probablemente decidió que no era probable recibir visita de ninguna autoridad del Daimyō, porque se dio media vuelta y al momento puso sobre la barra lo que Kunie le había pedido. Ella sacó un par de billetes y pagó. Llenó ambos vasos y se volvió hacia Datsue, ofreciéndole uno. Al instante él escucharía a la kunoichi retumbando en su cabeza.
"- Bebe, Datsue-san. Debemos mezclarnos con el entorno."
Lo hiciera, o no, Kunie tomaría asiento en la barra. Disimuladamente hizo un gesto indicando al shinobi que se pusiera manos a la obra.
Kunie no pudo evitar soltar una breve carcajada. Datsue era ingenioso, eso no podía negarlo, y mucho más mayor de lo que aparentaba. A un niño cualquiera de doce o trece años no se le habría ocurrido un chiste así. Quizá por eso la kunoichi estaba decidida a hacerle partícipe de su idea. Cuando Datsue le habló de los juegos que él prefería, como el shōgi, ella volvió a reír, y esta vez con más fuerza que la anterior.
- No creo que encuentres muchos jugadores de shōgi ahí dentro.
Sin embargo, el shinobi no tardó en captar la idea. Kunie asintió con gesto satisfecho, pues sabía que a buen entendedor pocas palabras bastaban, y a ella nunca le había gustado tener que dar explicaciones innecesarias. Decidida, giró el picaporte y abrió la puerta que daba acceso a la taberna.
Era un antro, tal y como ella había imaginado. Poco espacioso y mal iluminado, el único mobiliario consistía en un par de mesas y varias sillas apretujadas alrededor. La barra era de madera, aunque muy vieja y teñida por numerosas manchas de distinta antigüedad y procedencia. Nada más entrar los jóvenes y cerrarse la puerta con un golpe seco tras de ellos captaron la atención de los parroquianos. En una de las mesas había un hombre, y frente a él media docena de pequeñas botellas que se agrupaban como prisioneros esperando su turno en el pelotón de fusilamiento. En la otra, tres tipos con muy mala pinta jugaban a las cartas. Perfecto.
Kunie se dirigió a la barra y pidió una botella de sake y un par de vasos. El corpulento dueño la miró con su único ojo sano durante unos instantes, rascándose la calva y con gesto pensativo. Probablemente decidió que no era probable recibir visita de ninguna autoridad del Daimyō, porque se dio media vuelta y al momento puso sobre la barra lo que Kunie le había pedido. Ella sacó un par de billetes y pagó. Llenó ambos vasos y se volvió hacia Datsue, ofreciéndole uno. Al instante él escucharía a la kunoichi retumbando en su cabeza.
"- Bebe, Datsue-san. Debemos mezclarnos con el entorno."
Lo hiciera, o no, Kunie tomaría asiento en la barra. Disimuladamente hizo un gesto indicando al shinobi que se pusiera manos a la obra.