20/01/2016, 01:23
(Última modificación: 20/01/2016, 01:24 por Uchiha Akame.)
La kunoichi tuvo que hacer grandes esfuerzos para no empezar a reír allí mismo cuando vio la cara de Datsue. Una precaria taberna, mal iluminada, que apestaba a alcohol y a sudor era el ambiente en el que ella se había visto forzada a sobrevivir durante años, pero el shinobi parecía demasiado blando para un terreno tan peligroso. Eso no hizo sino aumentar el riesgo de aquel plan y, por tanto, la diversión. Aun así, Kunie conocía bien la clase de situación en la que podían llegar a meterse, y aunque mantenía su aire distraído de niña bonita, intentaba no perder de vista ni un sólo detalle. Si hacía falta, dirigiría mentalmente al Uchiha, como si fuese una marioneta.
Cuando Datsue se acercó al trío de parroquianos, dos de ellos clavaron miradas feroces en intimidantes en el gennin. Uno era mayor, o al menos lo aparentaba, con el rostro surcado de arrugas y cicatrices hasta tal punto que se confundían las unas con las otras. Tenía los ojos oscuros, y su penetrante mirada parecía querer ensartar al Uchiha de parte a parte. Otro parecía unos diez o quince años más joven, cercano a la treintena, y vestía un uwagi gastado de color oliva. Al cinto llevaba una wakizashi cuya empuñadura de plata relucía al tenue resplandor de las lámparas. El tipo restante parecía el más joven y menos peligroso de los tres, y seguía mirando su mano con gesto pensativo.
- ¿Hay sitio para un cuarto jugador? - preguntó Datsue, llevándose la mano a la cartera y dejándola caer sobre la mesa.
Si en algún momento los parroquianos pensaron no dejarle jugar, aquel gesto bastó para convencerles de lo contrario. La bolsa del Uchiha se veía repleta.
- Claro, claro jovenzuelo. Toma asiento. - respondió el más viejo, y esbozó una sonrisa que hizo tensarse todas las cicatrices, y arrugas, de su maltratado rostro.- Justo ahora íbamos a empezar una mano nueva.
Los otros dos dejaron sus cartas sobre la mesa en señal de asentimiento. El Veterano, por llamarlo de algún modo, recogió la baraja y empezó a mezclarlas con la habilidad de un jugador consumado, ante la atenta mirada de los otros dos participantes. Repartió tres cartas a cada uno, y dejó el montón sobre la mesa.
- Paso. - dijo el más joven de todos, dejando sus tres cartas boca abajo.
- Voy con trescientos. - replicó el mediano, sacando un fajo de billetes que puso justo en el centro.
- Veo tus trescientos, y subo trescientos más. - contestó el Veterano con una amplia sonrisa que dejó al descubierto una dentadura amarillenta.- ¿Qué dices, muchacho?
Por muy buenos jugadores que fueran aquellos hombres, Datsue no estaba sólo. Casi al momento, escuchó la voz de su improvisado ángel de la guarda dentro de su cabeza.
"- El del uwagi color oliva va de farol. El viejo tiene buenas cartas, pero las tuyas son mejores. Sube."
En la barra, Kunie tomó un pequeño sorbo de sake con aire distraído. Tenía la cabeza gacha y la mirada perdida, pues su mente estaba en aquel momento cambiando de un vínculo telepático a otro, tratando de que Datsue no se arruinara ni hiciera que lo matasen.
Cuando Datsue se acercó al trío de parroquianos, dos de ellos clavaron miradas feroces en intimidantes en el gennin. Uno era mayor, o al menos lo aparentaba, con el rostro surcado de arrugas y cicatrices hasta tal punto que se confundían las unas con las otras. Tenía los ojos oscuros, y su penetrante mirada parecía querer ensartar al Uchiha de parte a parte. Otro parecía unos diez o quince años más joven, cercano a la treintena, y vestía un uwagi gastado de color oliva. Al cinto llevaba una wakizashi cuya empuñadura de plata relucía al tenue resplandor de las lámparas. El tipo restante parecía el más joven y menos peligroso de los tres, y seguía mirando su mano con gesto pensativo.
- ¿Hay sitio para un cuarto jugador? - preguntó Datsue, llevándose la mano a la cartera y dejándola caer sobre la mesa.
Si en algún momento los parroquianos pensaron no dejarle jugar, aquel gesto bastó para convencerles de lo contrario. La bolsa del Uchiha se veía repleta.
- Claro, claro jovenzuelo. Toma asiento. - respondió el más viejo, y esbozó una sonrisa que hizo tensarse todas las cicatrices, y arrugas, de su maltratado rostro.- Justo ahora íbamos a empezar una mano nueva.
Los otros dos dejaron sus cartas sobre la mesa en señal de asentimiento. El Veterano, por llamarlo de algún modo, recogió la baraja y empezó a mezclarlas con la habilidad de un jugador consumado, ante la atenta mirada de los otros dos participantes. Repartió tres cartas a cada uno, y dejó el montón sobre la mesa.
- Paso. - dijo el más joven de todos, dejando sus tres cartas boca abajo.
- Voy con trescientos. - replicó el mediano, sacando un fajo de billetes que puso justo en el centro.
- Veo tus trescientos, y subo trescientos más. - contestó el Veterano con una amplia sonrisa que dejó al descubierto una dentadura amarillenta.- ¿Qué dices, muchacho?
Por muy buenos jugadores que fueran aquellos hombres, Datsue no estaba sólo. Casi al momento, escuchó la voz de su improvisado ángel de la guarda dentro de su cabeza.
"- El del uwagi color oliva va de farol. El viejo tiene buenas cartas, pero las tuyas son mejores. Sube."
En la barra, Kunie tomó un pequeño sorbo de sake con aire distraído. Tenía la cabeza gacha y la mirada perdida, pues su mente estaba en aquel momento cambiando de un vínculo telepático a otro, tratando de que Datsue no se arruinara ni hiciera que lo matasen.