21/07/2021, 23:56
«Menudo necio».
Y además de necio, lento como una mula. Si bien el Shunshin servía para ejecutar un movimiento instantáneo e imperceptible al ojo humano, aquel ninja era tan lento que incluso pudo ver su sombra emborronada recorriendo la distancia que les separaba. Le pilló por sorpresa la inconsciencia —o nula preocupación por su camarada—, mas no verlo frente a él.
Sintió que algo tiraba de su pierna justo después de oír el agua chapotear. Pese a que eso era algo que ya había previsto, se vio desestabilizado. Aún así, tan solo necesitaba un giro de muñeca, un mero movimiento con la mano…
… y el carmesí cayó en un reguero sobre el lago.
Sus manos se abrieron, soltando pelo y nage ono, y se juntaron. El Sharingan le indicó que Daigo se estaba preparando para una técnica. Aquel bastardo había cometido tres errores en apenas un segundo: el primero, desobedecerle; el segundo, no esperar a hacerlo en tierra firme, donde quizá hubiese tenido alguna oportunidad; la tercera, pensarse que él iba a quedarse de brazos cruzados mientras él ejecutaba sabe Susano’o qué frente a sus narices.
Daigo cargó su técnica. Zaide formó un sello. El destino de sus vidas, reducidos a un solo instante. Zaide lo saboreó como si fuese el último, porque bien podía serlo.
—Lo siento. No respondo preguntas.
—Dile eso a Izanami cuando la veas.
¿Qué técnica hubiese hecho el chico? Probablemente nunca lo sabría. Un taladro de agua nació tras los talones de Daigo y le golpeó en el centro de la cadera, justo por encima del culo. Se oyó un crack muy feo, y el torbellino empujó al chico hacia el cielo. Muy pronto, al torbellino se le añadió una corriente eléctrica que terminó de rematar al suicida.
Acto seguido, Zaide atrapó la coleta de Yota justo a tiempo para impedir que se hundiese. La araña gritaba desesperada preguntando por él.
—Deja de chillar —replicó, inclemente. Luego le levantó la cabeza para que la araña pudiese ver mejor—. ¿Ves? La sangre no era suya. —Sino de Daigo, que había puesto su mano en el filo del hacha—. Sigue vivo… Pero haz el favor de comportarte. No soy de dar segundas oportunidades.
De hecho, no era de dar siquiera primeras. Antaño, hubiese rebanado el pescuezo de aquel kusajin sin pensárselo dos veces. Para él, todo aquel que llevase una placa con el símbolo de una villa defendía al feudalismo, y casi no había cosa que odiase más que eso. Pero quizá eso hubiese cambiado. Hanabi no le había mentido, aquel día en el estadio. Los rumores habían llegado hasta él: el nuevo Señor Feudal había sido eliminado; se hablaba incluso de que se estaban preparando unas elecciones. Democracia.
Quizá fue por eso que su mano no se había movido. Quizá, ya tenía las manos lo suficientemente ensangrentadas. Quizá, simplemente fue porque lo necesitaba vivo. En aquel momento, no lo tenía claro ni el mismo Zaide.
Su ojo sano buscó a Daigo, intentando ver si había sobrevivido a aquel golpe. Con aquel chico sí que no había tenido clemencia: si algo odiaba más que al feudalismo, eso era a los que ponían el deber por encima de sus compañeros.
Y además de necio, lento como una mula. Si bien el Shunshin servía para ejecutar un movimiento instantáneo e imperceptible al ojo humano, aquel ninja era tan lento que incluso pudo ver su sombra emborronada recorriendo la distancia que les separaba. Le pilló por sorpresa la inconsciencia —o nula preocupación por su camarada—, mas no verlo frente a él.
Sintió que algo tiraba de su pierna justo después de oír el agua chapotear. Pese a que eso era algo que ya había previsto, se vio desestabilizado. Aún así, tan solo necesitaba un giro de muñeca, un mero movimiento con la mano…
… y el carmesí cayó en un reguero sobre el lago.
Sus manos se abrieron, soltando pelo y nage ono, y se juntaron. El Sharingan le indicó que Daigo se estaba preparando para una técnica. Aquel bastardo había cometido tres errores en apenas un segundo: el primero, desobedecerle; el segundo, no esperar a hacerlo en tierra firme, donde quizá hubiese tenido alguna oportunidad; la tercera, pensarse que él iba a quedarse de brazos cruzados mientras él ejecutaba sabe Susano’o qué frente a sus narices.
Daigo cargó su técnica. Zaide formó un sello. El destino de sus vidas, reducidos a un solo instante. Zaide lo saboreó como si fuese el último, porque bien podía serlo.
(Carga de Daigo) 3 vs 1 (Sello de Zaide)
(Inteligencia de Daigo) 50 vs 80 (Destreza de Zaide)
(Inteligencia de Daigo) 50 vs 80 (Destreza de Zaide)
—Lo siento. No respondo preguntas.
—Dile eso a Izanami cuando la veas.
¿Qué técnica hubiese hecho el chico? Probablemente nunca lo sabría. Un taladro de agua nació tras los talones de Daigo y le golpeó en el centro de la cadera, justo por encima del culo. Se oyó un crack muy feo, y el torbellino empujó al chico hacia el cielo. Muy pronto, al torbellino se le añadió una corriente eléctrica que terminó de rematar al suicida.
Acto seguido, Zaide atrapó la coleta de Yota justo a tiempo para impedir que se hundiese. La araña gritaba desesperada preguntando por él.
—Deja de chillar —replicó, inclemente. Luego le levantó la cabeza para que la araña pudiese ver mejor—. ¿Ves? La sangre no era suya. —Sino de Daigo, que había puesto su mano en el filo del hacha—. Sigue vivo… Pero haz el favor de comportarte. No soy de dar segundas oportunidades.
De hecho, no era de dar siquiera primeras. Antaño, hubiese rebanado el pescuezo de aquel kusajin sin pensárselo dos veces. Para él, todo aquel que llevase una placa con el símbolo de una villa defendía al feudalismo, y casi no había cosa que odiase más que eso. Pero quizá eso hubiese cambiado. Hanabi no le había mentido, aquel día en el estadio. Los rumores habían llegado hasta él: el nuevo Señor Feudal había sido eliminado; se hablaba incluso de que se estaban preparando unas elecciones. Democracia.
Quizá fue por eso que su mano no se había movido. Quizá, ya tenía las manos lo suficientemente ensangrentadas. Quizá, simplemente fue porque lo necesitaba vivo. En aquel momento, no lo tenía claro ni el mismo Zaide.
Su ojo sano buscó a Daigo, intentando ver si había sobrevivido a aquel golpe. Con aquel chico sí que no había tenido clemencia: si algo odiaba más que al feudalismo, eso era a los que ponían el deber por encima de sus compañeros.