22/07/2021, 17:40
—Los bijū son seres superiores.
«Seres superiores mis ovarios». Sus ojos, no obstante, se desviaron hacia la ciudad. Su ciudad. Sus súbditos, sus camaradas, estaban allí. Le daban la espalda. A la Tormenta. Huían de ella como si fuese la enemiga y no su protectora. Sintió una puñalada en el pecho más grande que cuando Zaide le atinó con el Chidori Eiso.
Bastardos, todos ellos. Por dejarse seducir por la lengua sibilina de un zorro. Por darle la espalda a ella. Por darle la espalda su país. Traidores. Kuroyuki continuó hablando. Por una vez, estuvo de acuerdo en algo que dijo: el líder tiene que ser el más fuerte. Su hermano no lo había sido. Lo quería, lo había querido con toda su alma, pero había sido débil y algo pusilánime. Ahora, ¿quién había decidido que Kurama era más fuerte que ella?
No tuvo tiempo a preguntarlo. Kuroyuki era ágil, eso tenía que reconocerlo. Ágil como el demonio y tan rápida con los sellos que seguro que hasta un Uchiha le costaría seguirlos con sus ojos. Ella supo cómo responder. Había llegado el momento. Pero, de pronto, un tercero en discordia hizo acto en escena. Un hombre brutal, de esos que llegaban sin avisar arramblando con todo, quiso reventarle el cráneo con un martillo.
El martillo hendió un rastro de neblina que apareció en lugar de Yui. Su figura parpadeó en el borde del techo, al lado contrario de la abertura que había creado Kuroyuki, para luego parpadear por segunda vez en el suelo, a veinte metros de distancia, y una tercera otros veinte más adelante.
—Morid, hijos de puta.
La cabeza del clon surgió desde el agujero del techo. En él tenía dibujada una sonrisa sádica. No atacó. No avisó. Tan solo se suicidó.
Fue algo tan bestial que solo podía compararse al poder de una bijūdama. Una explosión que arrambló con todo a cincuenta metros a la redonda, y que dejó ensordecido los oídos de todos los presentes. Pero sobre el ensordecimiento, sobre los chillidos y la confusión, la voz de Yui se alzó.
—¿¡Y vosotros me traicionáis por eso!? —rugió, señalando la nave reducida a polvo sobre la que momentos antes se encontraba—. ¡¿Dónde está vuestro líder?! ¡Veo a sus ninjas, agazapados y demasiado asustados como para enfrentarse a mí! ¡Vi a sus Generales! ¡Os veo a vosotros! ¡Y aquí estoy yo! ¡SOLA! ¡SIN NADIE! ¿¡Y ni siquiera así Kurama se atreve a dar la cara!? ¡¿Ese es el líder que habéis escogido?! ¡¿Uno que se esconde continuamente tras cuerpo humanos!? ¿¡Uno que envía a sus Generales a luchar contra mí en vez de enfrentarse cara a cara conmigo!? ¿¡ESCOGÉIS A UN COBARDE POR ENCIMA DE MÍ!?
Qué vergüenza. ¡Qué bochorno!
«Seres superiores mis ovarios». Sus ojos, no obstante, se desviaron hacia la ciudad. Su ciudad. Sus súbditos, sus camaradas, estaban allí. Le daban la espalda. A la Tormenta. Huían de ella como si fuese la enemiga y no su protectora. Sintió una puñalada en el pecho más grande que cuando Zaide le atinó con el Chidori Eiso.
Bastardos, todos ellos. Por dejarse seducir por la lengua sibilina de un zorro. Por darle la espalda a ella. Por darle la espalda su país. Traidores. Kuroyuki continuó hablando. Por una vez, estuvo de acuerdo en algo que dijo: el líder tiene que ser el más fuerte. Su hermano no lo había sido. Lo quería, lo había querido con toda su alma, pero había sido débil y algo pusilánime. Ahora, ¿quién había decidido que Kurama era más fuerte que ella?
No tuvo tiempo a preguntarlo. Kuroyuki era ágil, eso tenía que reconocerlo. Ágil como el demonio y tan rápida con los sellos que seguro que hasta un Uchiha le costaría seguirlos con sus ojos. Ella supo cómo responder. Había llegado el momento. Pero, de pronto, un tercero en discordia hizo acto en escena. Un hombre brutal, de esos que llegaban sin avisar arramblando con todo, quiso reventarle el cráneo con un martillo.
El martillo hendió un rastro de neblina que apareció en lugar de Yui. Su figura parpadeó en el borde del techo, al lado contrario de la abertura que había creado Kuroyuki, para luego parpadear por segunda vez en el suelo, a veinte metros de distancia, y una tercera otros veinte más adelante.
—Morid, hijos de puta.
La cabeza del clon surgió desde el agujero del techo. En él tenía dibujada una sonrisa sádica. No atacó. No avisó. Tan solo se suicidó.
¡¡¡¡¡BOOOOOOOOOOMMMMM!!!!!
Fue algo tan bestial que solo podía compararse al poder de una bijūdama. Una explosión que arrambló con todo a cincuenta metros a la redonda, y que dejó ensordecido los oídos de todos los presentes. Pero sobre el ensordecimiento, sobre los chillidos y la confusión, la voz de Yui se alzó.
—¿¡Y vosotros me traicionáis por eso!? —rugió, señalando la nave reducida a polvo sobre la que momentos antes se encontraba—. ¡¿Dónde está vuestro líder?! ¡Veo a sus ninjas, agazapados y demasiado asustados como para enfrentarse a mí! ¡Vi a sus Generales! ¡Os veo a vosotros! ¡Y aquí estoy yo! ¡SOLA! ¡SIN NADIE! ¿¡Y ni siquiera así Kurama se atreve a dar la cara!? ¡¿Ese es el líder que habéis escogido?! ¡¿Uno que se esconde continuamente tras cuerpo humanos!? ¿¡Uno que envía a sus Generales a luchar contra mí en vez de enfrentarse cara a cara conmigo!? ¿¡ESCOGÉIS A UN COBARDE POR ENCIMA DE MÍ!?
Qué vergüenza. ¡Qué bochorno!