22/07/2021, 18:53
El cuerpo de Takeshi oscilaba con cierta brusquedad por debajo de ella, con cada batida de alas. Pero, en aquellos instantes, lo último que le importaba a Ayame era su comodidad. Se permitió el lujo de girar la cabeza una última vez hacia su espalda: los enormes rascacielos de Amegakure se hacían cada vez más pequeños en el horizonte. Y no pudo evitar pensar en su familia. Zetsuo y Kōri habían decidido dejarla a solas en su habitación, viendo el estado en el que se encontraba. ¿Cuánto tardarían en darse cuenta de su ausencia? ¿Qué harían cuando lo hicieran? Tragó saliva de solo pensarlo. Pero volvió a mirar hacia el frente. Hacia un destino ineludible.
Surcaban los cielos a toda velocidad, a toda la velocidad que Takeshi era capaz de alcanzar. Ayame le había pedido que utilizara uno de sus movimientos instantáneos para atravesar la entrada de Amegakure sin ser detectados, pero ahora se valían sólo de sus alas. Pero estaba claro que el destino no estaba por la labor de facilitarles la labor. Cada vez que se dirigían más hacia el norte, las nubes habían vuelto a ocultar el sol y ahora las rachas de viento helado les golpeaban sin piedad. Ayame jadeó, sintiendo el ardor en sus mejillas y sus manos enterradas en el plumaje del ave. Intentó inclinarse sobre el cuerpo de Takeshi, buscando algo de calor, pero era inútil. Calaba a través de ella y de sus ropas, y la atería con despiadada crueldad.
La voz de Amekoro Yui resonó en su mente como el eco de un lejano recuerdo, inundándole los ojos de lágrimas. Pero las lágrimas se congelaban de forma casi instantánea, y la kunoichi tuvo que parpadear varias veces, dolorida por el tacto de las partículas de hielo en sus pestañas.
«Por favor, Amenokami... Nunca te he pedido nada... Pero... Permíteme llegar a Yukio... Tengo que salvarla. Tengo que salvar a tu hija. A tu Tormenta... Pero no puedo hacerlo sola.»
Amekoro Yui había sugerido ir en ferrocarril a Yukio precisamente por aquel frío, pero en aquellos instantes no era una opción volver a tomar el tren hacia el norte. Si la primera vez habían conseguido drogarla para hacerla dormir y secuestrar, a saber lo que harían si la encontraban allí por segunda vez. El ferrocarril no era una opción...
A menos que...
«El ferrocarril...»
—¡Takeshi! ¡Busca las vías del ferrocarril y acércame a ellas! ¡Tenemos que encontrar el tren y acercarnos lo máximo que podamos sin ser detectados!
Surcaban los cielos a toda velocidad, a toda la velocidad que Takeshi era capaz de alcanzar. Ayame le había pedido que utilizara uno de sus movimientos instantáneos para atravesar la entrada de Amegakure sin ser detectados, pero ahora se valían sólo de sus alas. Pero estaba claro que el destino no estaba por la labor de facilitarles la labor. Cada vez que se dirigían más hacia el norte, las nubes habían vuelto a ocultar el sol y ahora las rachas de viento helado les golpeaban sin piedad. Ayame jadeó, sintiendo el ardor en sus mejillas y sus manos enterradas en el plumaje del ave. Intentó inclinarse sobre el cuerpo de Takeshi, buscando algo de calor, pero era inútil. Calaba a través de ella y de sus ropas, y la atería con despiadada crueldad.
«...Muy bien, muy bien. Pero allí arriba hace mucho frío, y más conforme nos acerquemos al norte. Lo siento, pero no quiero congelarme los pezones. En Yukio hace tanto frío que podríamos rayar los cristales de las ventanas...»
La voz de Amekoro Yui resonó en su mente como el eco de un lejano recuerdo, inundándole los ojos de lágrimas. Pero las lágrimas se congelaban de forma casi instantánea, y la kunoichi tuvo que parpadear varias veces, dolorida por el tacto de las partículas de hielo en sus pestañas.
«Por favor, Amenokami... Nunca te he pedido nada... Pero... Permíteme llegar a Yukio... Tengo que salvarla. Tengo que salvar a tu hija. A tu Tormenta... Pero no puedo hacerlo sola.»
Amekoro Yui había sugerido ir en ferrocarril a Yukio precisamente por aquel frío, pero en aquellos instantes no era una opción volver a tomar el tren hacia el norte. Si la primera vez habían conseguido drogarla para hacerla dormir y secuestrar, a saber lo que harían si la encontraban allí por segunda vez. El ferrocarril no era una opción...
A menos que...
«El ferrocarril...»
—¡Takeshi! ¡Busca las vías del ferrocarril y acércame a ellas! ¡Tenemos que encontrar el tren y acercarnos lo máximo que podamos sin ser detectados!