23/07/2021, 01:08
Zaide respiraba entrecortadamente. Aquel Raiton le había dejado al borde del desmayo. Sintió que la tensión le bajaba y que le temblaban las manos. «Joder, qué bien me vendría una tableta de chocolate ahora mismo».
—Te lo están poniendo difícil para no matarles, ¿huh? —le soltó su propio clon, jocoso, mientras aplicaba una crema en la espalda de Daigo—. Ah, esto en los viejos tiempos no te hubiese pasado. Antaño no hubieses permitido llegar a estos extremos.
—Cállate. —¡Lo que le faltaba! ¡Que su propio clon le diese por culo también!
—Solo digo, aquí en confianza, y que esto quede entre nosotros, pero es que no es que no lo hubieses permitido, es que ellos no se hubiesen tomado tantas confianzas. Te hubiesen visto la cara de hijo de puta que llevabas por aquel entonces y ni se hubiesen atrevido.
Zaide bufó, volviendo a tirar las jodidas llaves al lago. Sobre las ganzúas, tras pensárselo mejor, se las guardó en su propio portaobjetos. Nunca estaba de más un juego extra. Tampoco de un sello explosivo, y por eso se agenció el que tenía el kusajin. Luego, cacheó a Yota para comprobar que no llevaba nada más encima —como unas ganzúas escondidas en el dobladillo del calzoncillo, todo un clásico—. El clon, mientras tanto, había empezado a vendar al peliverde.
—Pero mírate ahora —continuó el Kage Bunshin, ahora cacheando a Daigo por si llevaba algo encima. Se guardó los ochocientos ryōs que tenía y tiró el resto—. La empezaste a cagar desde que no cumpliste con tu palabra. Dijiste que si se movían Yota moriría, ¿te acuerdas? Y aquí sigue, respirando. Desde ese momento dejaron de tomarte en serio. Olieron tu debilidad, Zaide.
—Saben quién soy. Saben que asesiné a cientos de personas en el Torneo de los Dojos —replicó él—. No creo que fuese un problema de intimidación, sino más bien de que son… Pues eso, kusareños.
Despertó una carcajada en su otro yo.
—Ya, bueno —reconoció a medias el clon—. Pero apuesto a que con Ryū se lo hubiesen pensado dos veces.
Tras soltar semejante declaración, el clon desapareció en una nube de humo. Zaide volvió a bufar. Luego tomó la pasta que había birlado el clon y miró a Daigo. Aquel hijo de puta iba a intentar escaparse. Ahora lo tenía claro. No podía esperar de él templanza, sosiego, paciencia o un mínimo de amor por su propia vida. Iba a intentar joderle aún si le cortaba los brazos y las piernas.
—Qué puto dolor de muelas eres, joder.
Su mano tomó un extraño brillo y apoyó la palma en el estómago de Yota.
—¡Chakura Kyūin! —Se dibujó un sello en el suelo sobre el que reposaba el muchacho.
Como no le quedaba chakra, optó por robárselo a Yota. Así pues, extrajo una tela de sellado de su cuerpo y se la lanzó a Daigo, sellándole en su interior con la técnica de la Parálisis de Telas. Probablemente estuviese allí mejor que al aire libre, dadas sus condiciones.
Todavía haciendo uso del chakra de Yota, se mordió el dedo pulgar y ejecutó una serie de sellos. Tras estampar la mano en el suelo, aparecieron tres águilas a su alrededor. Ya sabían qué hacer, pero Zaide tuvo que añadir un apunte.
—Si ese cabrón de ahí intenta algo —dijo, señalando a Yota—. Tienes mi permiso para soltarle desde diez kilómetros de altura. —Se aseguró de esposarle de nuevo, con las manos cruzadas tras la espalda y los grilletes bien ceñidos a la muñeca.
Cada águila tomó a una persona entre sus garras. La tercera esperó a que él se subiese sobre ella. Alzaron el vuelo y se perdieron entre las nubes. ¿Hacia dónde se dirigían? ¿Qué planeaban hacer?
Ah, preguntas cuyas respuestas se averiguarían pronto. Muy pronto.
—Te lo están poniendo difícil para no matarles, ¿huh? —le soltó su propio clon, jocoso, mientras aplicaba una crema en la espalda de Daigo—. Ah, esto en los viejos tiempos no te hubiese pasado. Antaño no hubieses permitido llegar a estos extremos.
—Cállate. —¡Lo que le faltaba! ¡Que su propio clon le diese por culo también!
—Solo digo, aquí en confianza, y que esto quede entre nosotros, pero es que no es que no lo hubieses permitido, es que ellos no se hubiesen tomado tantas confianzas. Te hubiesen visto la cara de hijo de puta que llevabas por aquel entonces y ni se hubiesen atrevido.
Zaide bufó, volviendo a tirar las jodidas llaves al lago. Sobre las ganzúas, tras pensárselo mejor, se las guardó en su propio portaobjetos. Nunca estaba de más un juego extra. Tampoco de un sello explosivo, y por eso se agenció el que tenía el kusajin. Luego, cacheó a Yota para comprobar que no llevaba nada más encima —como unas ganzúas escondidas en el dobladillo del calzoncillo, todo un clásico—. El clon, mientras tanto, había empezado a vendar al peliverde.
—Pero mírate ahora —continuó el Kage Bunshin, ahora cacheando a Daigo por si llevaba algo encima. Se guardó los ochocientos ryōs que tenía y tiró el resto—. La empezaste a cagar desde que no cumpliste con tu palabra. Dijiste que si se movían Yota moriría, ¿te acuerdas? Y aquí sigue, respirando. Desde ese momento dejaron de tomarte en serio. Olieron tu debilidad, Zaide.
—Saben quién soy. Saben que asesiné a cientos de personas en el Torneo de los Dojos —replicó él—. No creo que fuese un problema de intimidación, sino más bien de que son… Pues eso, kusareños.
Despertó una carcajada en su otro yo.
—Ya, bueno —reconoció a medias el clon—. Pero apuesto a que con Ryū se lo hubiesen pensado dos veces.
Tras soltar semejante declaración, el clon desapareció en una nube de humo. Zaide volvió a bufar. Luego tomó la pasta que había birlado el clon y miró a Daigo. Aquel hijo de puta iba a intentar escaparse. Ahora lo tenía claro. No podía esperar de él templanza, sosiego, paciencia o un mínimo de amor por su propia vida. Iba a intentar joderle aún si le cortaba los brazos y las piernas.
—Qué puto dolor de muelas eres, joder.
Su mano tomó un extraño brillo y apoyó la palma en el estómago de Yota.
—¡Chakura Kyūin! —Se dibujó un sello en el suelo sobre el que reposaba el muchacho.
Como no le quedaba chakra, optó por robárselo a Yota. Así pues, extrajo una tela de sellado de su cuerpo y se la lanzó a Daigo, sellándole en su interior con la técnica de la Parálisis de Telas. Probablemente estuviese allí mejor que al aire libre, dadas sus condiciones.
Todavía haciendo uso del chakra de Yota, se mordió el dedo pulgar y ejecutó una serie de sellos. Tras estampar la mano en el suelo, aparecieron tres águilas a su alrededor. Ya sabían qué hacer, pero Zaide tuvo que añadir un apunte.
—Si ese cabrón de ahí intenta algo —dijo, señalando a Yota—. Tienes mi permiso para soltarle desde diez kilómetros de altura. —Se aseguró de esposarle de nuevo, con las manos cruzadas tras la espalda y los grilletes bien ceñidos a la muñeca.
Cada águila tomó a una persona entre sus garras. La tercera esperó a que él se subiese sobre ella. Alzaron el vuelo y se perdieron entre las nubes. ¿Hacia dónde se dirigían? ¿Qué planeaban hacer?
Ah, preguntas cuyas respuestas se averiguarían pronto. Muy pronto.