27/07/2021, 13:13
El fogonazo penetró sus pupilas con la delicadeza de una daga oxidada. Sus párpados se cerraron en un acto reflejo de protección, pero ya era demasiado tarde, el mundo a su alrededor se tiñó de tinieblas, y por lo que alcanzó a comprender, había sido engañada por un Genjutsu. Ah, nunca le habían gustado aquellas triquiñuelas.
Justo después sintió una mano aferrándose a su cuello, las uñas clavadas en su piel. Ayame le había contado del poder particular de aquella zorra. Sonrió. Más le hubiese valido tratar de estrangular la garganta de un volcán en erupción. Más le hubiese servido tratar de aferrar un relámpago en el aire. Una persona cuerda debe saber que si introduce la mano en la boca de un león, habrá consecuencias. Una persona sensata ha de imaginar que si mete la mano en la boca de un cocodrilo, habrá un precio a pagar. Por alguna extraña razón, Kuroyuki pensó que podía tocar las nubes de tormenta y salir impune.
«En ninguno», era la respuesta que quería darle a su pregunta. «Nunca fui fan de los Genjutsus.» De ningún tipo o forma. Pero no tuvo tiempo para decírselo.
Todo pasó en una milésima de segundo. Como esa luz en el cielo que se ve justo antes de retumbar el trueno. Alguien terminaba los sellos a una mano. Ella levantaba la suya. Un movimiento. Solo uno, de abajo arriba, como si hubiese desenvainado una katana y pretendiese lanzar un tajo en el mismo movimiento. Bueno, sin el como, porque fue tal cual. La mano de Yui empuñaba un ōkunai a mitad del recorrido, y el tajo fue tan brutal que cercenaría el brazo de su agresora, en algún punto intermedio entre la muñeca y el codo.
¿A tiempo para interrumpir la congelación? En aquel preciso instante, todavía no lo sabía. Pero lo que sí sabía era esto: cuando tocas a la Tormenta, debes estar dispuesta a pagar el precio.
Justo después sintió una mano aferrándose a su cuello, las uñas clavadas en su piel. Ayame le había contado del poder particular de aquella zorra. Sonrió. Más le hubiese valido tratar de estrangular la garganta de un volcán en erupción. Más le hubiese servido tratar de aferrar un relámpago en el aire. Una persona cuerda debe saber que si introduce la mano en la boca de un león, habrá consecuencias. Una persona sensata ha de imaginar que si mete la mano en la boca de un cocodrilo, habrá un precio a pagar. Por alguna extraña razón, Kuroyuki pensó que podía tocar las nubes de tormenta y salir impune.
«En ninguno», era la respuesta que quería darle a su pregunta. «Nunca fui fan de los Genjutsus.» De ningún tipo o forma. Pero no tuvo tiempo para decírselo.
Todo pasó en una milésima de segundo. Como esa luz en el cielo que se ve justo antes de retumbar el trueno. Alguien terminaba los sellos a una mano. Ella levantaba la suya. Un movimiento. Solo uno, de abajo arriba, como si hubiese desenvainado una katana y pretendiese lanzar un tajo en el mismo movimiento. Bueno, sin el como, porque fue tal cual. La mano de Yui empuñaba un ōkunai a mitad del recorrido, y el tajo fue tan brutal que cercenaría el brazo de su agresora, en algún punto intermedio entre la muñeca y el codo.
¿A tiempo para interrumpir la congelación? En aquel preciso instante, todavía no lo sabía. Pero lo que sí sabía era esto: cuando tocas a la Tormenta, debes estar dispuesta a pagar el precio.