27/07/2021, 16:44
Takeshi aminoró la velocidad y comenzó a planear con suavidad. Los ojos del halcón y de Ayame buscaban con desesperación el rastro de las vías del ferrocarril, y no tardaron en encontrarlo.
—¡Allí! —exclamó Takeshi, señalando con su pico al frente.
Y la suerte parecía sonreírles por primera vez: el ferrocarril rugía sobre las vías, camino hacia el norte. Ayame no creía que algún día se fuera a alegrar tanto de verlo.
—¡Acércame! ¡Tengo que saltar sobre él! —le pidió al halcón.
—¿Estás segura? ¡Podrías hacerte daño!
—¡No hay otra manera! ¡No aguantaré el viaje hasta Yukio sobre tu lomo!
Takeshi no puso más objeciones y agitó con fuerza sus alas. Se colocó a la par del tren y, con sumo cuidado, trató de acercarse al máximo posible mientras mantenía la misma velocidad que el vehículo.
—¡No voy a poder acercarme más! ¡Ten cuidado!
Ayame asintió, apoyando sendas manos en el lomo de Takeshi y encogiendo las piernas para ponerse de cuclillas sobre él. Sólo tendría un intento. Tenía que medir con mucho cuidado la fuerza del salto y el momento de utilizar su chakra para pegarse al techo del ferrocarril como si de una salamanquesa se tratase. Pero no había otra manera, y Yui la necesitaba. Necesitaba que no la fastidiase también allí. Por eso, tras respirar hondo un par de veces, Ayame se lanzó del lomo de Takeshi, que se hizo a un lado y empezó a disminuir la velocidad de su vuelo, y aterrizó con pies y manos sobre la enorme máquina. Estuvo a punto de resbalarse, pero el chakra hizo su función de ventosa y la adhirió al metal. Ahora sólo tenía que...
—¡Cuidado! —la advirtió la voz de Takeshi a su espalda.
Y Ayame pegó un brinco cuando vio a tres figuras encapuchadas treparon al techo del ferrocarril desde las ventanas de los vagones que quedaban debajo.
«Maldita sea... ¿Ya me han descubierto?» Pensó, chasqueando la lengua con fastidio. Pero estaba preparada para luchar, la mirada de sus ojos así lo demostraba.
Uno de ellos se quitó la capa, que el viento recogió y se la llevó lejos de allí. Ayame tensó todos los músculos del cuerpo a verlo, preparándose para moverse. Pero entonces uno de sus compañeros extendió el brazo para retener al shinobi, que retrocedió con una mueca de sorpresa.
—¿Seguro que es Aotsuki? Aotsuki Zetsuo dijo que... —preguntó el que se había quitado la capa.
—¿Ayame? ¿Cómo...? Tranquilos, chicos. Sólo ella podría invocar a ese animal.
—Yo... ¿Yokuna-san? —preguntó Ayame, con los ojos abiertos como platos al reconocer al Cazador.
—¡Maldita sea, qué susto nos has pegado, viejo! —graznó Takeshi, que en aquellos instantes volaba sobre sus cabezas.
—Yokuna-san, ¿qué estás hac...? —Hacía eones que no le veía, concretamente, desde que le dejó firmar el pacto con la familia de halcones de Sora-su, tiempo atrás. Pero, en aquellos instantes de desesperación, su presencia era más que bien recibida. Por eso, interrumpió su pregunta sacudiendo la cabeza y se acercó a él entre largas zancadas—. ¡Yokuna-san, necesito tu ayuda! Tengo... ¡Tengo que ir a Yukio urgentemente! ¡Tengo que sacar a Yui-sama de allí, está en grave peligro!
—¡Allí! —exclamó Takeshi, señalando con su pico al frente.
Y la suerte parecía sonreírles por primera vez: el ferrocarril rugía sobre las vías, camino hacia el norte. Ayame no creía que algún día se fuera a alegrar tanto de verlo.
—¡Acércame! ¡Tengo que saltar sobre él! —le pidió al halcón.
—¿Estás segura? ¡Podrías hacerte daño!
—¡No hay otra manera! ¡No aguantaré el viaje hasta Yukio sobre tu lomo!
Takeshi no puso más objeciones y agitó con fuerza sus alas. Se colocó a la par del tren y, con sumo cuidado, trató de acercarse al máximo posible mientras mantenía la misma velocidad que el vehículo.
—¡No voy a poder acercarme más! ¡Ten cuidado!
Ayame asintió, apoyando sendas manos en el lomo de Takeshi y encogiendo las piernas para ponerse de cuclillas sobre él. Sólo tendría un intento. Tenía que medir con mucho cuidado la fuerza del salto y el momento de utilizar su chakra para pegarse al techo del ferrocarril como si de una salamanquesa se tratase. Pero no había otra manera, y Yui la necesitaba. Necesitaba que no la fastidiase también allí. Por eso, tras respirar hondo un par de veces, Ayame se lanzó del lomo de Takeshi, que se hizo a un lado y empezó a disminuir la velocidad de su vuelo, y aterrizó con pies y manos sobre la enorme máquina. Estuvo a punto de resbalarse, pero el chakra hizo su función de ventosa y la adhirió al metal. Ahora sólo tenía que...
—¡Cuidado! —la advirtió la voz de Takeshi a su espalda.
Y Ayame pegó un brinco cuando vio a tres figuras encapuchadas treparon al techo del ferrocarril desde las ventanas de los vagones que quedaban debajo.
«Maldita sea... ¿Ya me han descubierto?» Pensó, chasqueando la lengua con fastidio. Pero estaba preparada para luchar, la mirada de sus ojos así lo demostraba.
Uno de ellos se quitó la capa, que el viento recogió y se la llevó lejos de allí. Ayame tensó todos los músculos del cuerpo a verlo, preparándose para moverse. Pero entonces uno de sus compañeros extendió el brazo para retener al shinobi, que retrocedió con una mueca de sorpresa.
—¿Seguro que es Aotsuki? Aotsuki Zetsuo dijo que... —preguntó el que se había quitado la capa.
—¿Ayame? ¿Cómo...? Tranquilos, chicos. Sólo ella podría invocar a ese animal.
—Yo... ¿Yokuna-san? —preguntó Ayame, con los ojos abiertos como platos al reconocer al Cazador.
—¡Maldita sea, qué susto nos has pegado, viejo! —graznó Takeshi, que en aquellos instantes volaba sobre sus cabezas.
—Yokuna-san, ¿qué estás hac...? —Hacía eones que no le veía, concretamente, desde que le dejó firmar el pacto con la familia de halcones de Sora-su, tiempo atrás. Pero, en aquellos instantes de desesperación, su presencia era más que bien recibida. Por eso, interrumpió su pregunta sacudiendo la cabeza y se acercó a él entre largas zancadas—. ¡Yokuna-san, necesito tu ayuda! Tengo... ¡Tengo que ir a Yukio urgentemente! ¡Tengo que sacar a Yui-sama de allí, está en grave peligro!