20/01/2016, 21:20
Poco a poco Kunie iba deshaciéndose de la niebla mental en la que había estado sumida durante unos momentos. Como si acabara de despertarse de un largo sueño, su atención volvía del mundo telepático al mundo real. Y lo que vio no pudo gustarle menos. El feucho camarero estaba apoyado sobre la barra también, con el rostro a pocos palmos del suyo, tan cerca que podía olerle el aliento. Este cabronazo ha cenado bien hoy, se dijo la kunoichi mientras se apartaba sin esforzarse en disimular el asco que sentía.
- Quita de ahí, espantapájaros. - replicó con tono de pocos amigos.- ¿Crees que esa es forma de abordar a una dama?
La cosa no acababa ahí. Escuchó un grito a su espalda e instintivamente apretó los dientes con rabia. Datsue, joder, no lo eches todo a perder ahora. Como una centella se puso en pie y dio media vuelta para encarar al Uchiha. Por el color de sus mejillas y el estruendoso tono de voz con el que hablaba, era evidente que se había bebido la copa de sake. Quizás con demasiado ímpetu. Kunie lo vio, horrorizada, echar mano a su cartera y poner sobre la mesa todo el dinero que le quedaba. ¿¡Pero qué demonios hace el tarado este!? ¿¡No sabe que están haciendo trampas!?.
- ¡A eso lo llamo yo jugar como los dioses mandan! - secundó el de las cicatrices, que ya relamía su jugoso premio.- Venga, Carnefresca, ¡descubre tus cartas!
El Veterano enseñó las cuatro cartas que tenía en su poder, y con horror Kunie confirmó lo que ya sabía. Su combinación era la máxima posible. No había modo de que Datsue tuviera mejores cartas y, de hecho, no las tenía. La kunoichi se adelantó un paso, tensa como el acero, mientras pensaba a toda velocidad una solución que los sacara de semejante embrollo. O, al menos, que la sacara. En respuesta a un único paso por parte suya, los otros dos jugadores se pusieron en pie lentamente. Uno de ellos, el del uwagi color oliva, apoyó la mano sobre la empuñadura de su wakizashi.
- Eh, Carnefresca. Dile a tu amiga que se esté bien quietecita mientras recojo mi dinero. - dijo con tono amenazante el viejo, enfatizando el 'mi', mientras se ponía también en pie. Parecía mucho más imponente, debía medir al menos metro noventa y pesaría cerca de cien kilos. Ahora era visible también un cuchillo, tosco pero peligroso, que llevaba en el cinturón.- ¡Mala suerte, chaval!
Kunie cerró los ojos, aunque en ese momento no supo si estaba intentando concentrarse para realizar su técnica, o rezando porque Datsue fuera tan bueno peleando como discutiendo.
- Quita de ahí, espantapájaros. - replicó con tono de pocos amigos.- ¿Crees que esa es forma de abordar a una dama?
La cosa no acababa ahí. Escuchó un grito a su espalda e instintivamente apretó los dientes con rabia. Datsue, joder, no lo eches todo a perder ahora. Como una centella se puso en pie y dio media vuelta para encarar al Uchiha. Por el color de sus mejillas y el estruendoso tono de voz con el que hablaba, era evidente que se había bebido la copa de sake. Quizás con demasiado ímpetu. Kunie lo vio, horrorizada, echar mano a su cartera y poner sobre la mesa todo el dinero que le quedaba. ¿¡Pero qué demonios hace el tarado este!? ¿¡No sabe que están haciendo trampas!?.
- ¡A eso lo llamo yo jugar como los dioses mandan! - secundó el de las cicatrices, que ya relamía su jugoso premio.- Venga, Carnefresca, ¡descubre tus cartas!
El Veterano enseñó las cuatro cartas que tenía en su poder, y con horror Kunie confirmó lo que ya sabía. Su combinación era la máxima posible. No había modo de que Datsue tuviera mejores cartas y, de hecho, no las tenía. La kunoichi se adelantó un paso, tensa como el acero, mientras pensaba a toda velocidad una solución que los sacara de semejante embrollo. O, al menos, que la sacara. En respuesta a un único paso por parte suya, los otros dos jugadores se pusieron en pie lentamente. Uno de ellos, el del uwagi color oliva, apoyó la mano sobre la empuñadura de su wakizashi.
- Eh, Carnefresca. Dile a tu amiga que se esté bien quietecita mientras recojo mi dinero. - dijo con tono amenazante el viejo, enfatizando el 'mi', mientras se ponía también en pie. Parecía mucho más imponente, debía medir al menos metro noventa y pesaría cerca de cien kilos. Ahora era visible también un cuchillo, tosco pero peligroso, que llevaba en el cinturón.- ¡Mala suerte, chaval!
Kunie cerró los ojos, aunque en ese momento no supo si estaba intentando concentrarse para realizar su técnica, o rezando porque Datsue fuera tan bueno peleando como discutiendo.