20/01/2016, 23:55
El viaje había sido largo. Tortuosamente largo. Y Ayame ni siquiera había podido disfrutar de él como le habría gustado.
La invitación le había llegado de manera totalmente sorpresiva. Y había sido su padre el que se había encargado de hacérsela llegar personalmente. Aún recordaba lo abrumada que se había sentido al leer, del puño y letra de la mismísima Arashikage, que había sido convocada a participar en un torneo que se celebraría durante la primavera en un lugar del País del Fuego: los Dojos del Combatiente y en el que participarían las tres aldeas ninja que actualmente se alzaban en Onindo. Aquella era demasiada responsabilidad. ¿Qué pasaría si caía en combate ante tanta gente? Toda la gente de las tres aldeas vería su ineptitud... Yui se daría cuenta de que el potencial de su jinchuriki era nimio... Y para su hermano y su padre sería una decepción. Una deshonra en toda regla.
Los días anteriores al viaje apenas consiguió pegar ojo. En parte por los nervios, y en parte por las pesadillas que seguían acosándola cada noche. Ayame era consciente de que aquel prolongado cansancio ya estaba haciendo mella en sus facultades. Ya no rendía tanto en los entrenamientos a los que la sometía su padre periódicamente. Y sabía que Zetsuo se daba cuenta de ello.
Creía que el viaje hacia el País del Fuego conseguiría despejarla. Que la curiosidad por los paisajes nuevos despejaría su mente.
Pero el desafortunado accidente que había sufrido en aquella extraña mansión embrujada, de camino hacia allí, había cambiado totalmente sus perspectivas. Ya no sólo por la traumática experiencia vivida al borde de la muerte, sino por todo lo que había descubierto a partir de ella.
Ayame había cambiado radicalmente a partir de entonces. No sonreía, no hablaba, apenas comía lo justo y necesario para no desfallecer. Y por mucho que Kori y Zetsuo intentaron sacarle información acerca de aquella actitud, ella se negó en redondo a hablar del tema una y otra vez. Lo único que obtenían, cuando intentaban forzarla más de lo necesario, era un repentino berrinche inexplicable. Por lo menos las pesadillas habían dejado de acosarla, por lo que Ayame se rindió a continuar el camino, comer y dormir exclusivamente. Más de una vez Zetsuo y Kori intentaron realizar un pequeño entrenamiento, para ir preparándola para los combates, pero estaba claro que la cabeza de Ayame estaba en otra parte, muy lejos de allí como para rendir al máximo.
Al cabo de una semana, aproximadamente, el bosque rompió la monotonía del paisaje. Dejaron atrás los árboles, y se adentraron en una depresión donde lo que abundaban eran los matorrales y algún que otro árbol disperso.
—Ya estamos cerca —indicó Zetsuo, y Ayame le miró con cierta confusión.
No veía alrededor ningún rastro de dojos, mucho menos de un lugar siquiera habitable, pero los pasos de su padre y de su hermano continuaron seguros, por lo que se resignó a seguirlos. Ni siquiera tenía ganas de preguntar al respecto. Y Kori pareció darse cuenta de aquel pequeño detalle, porque le dirigió una breve mirada de soslayo.
«Qué extraño...»
Un árbol se alzaba en la distancia, y parecía que se estaban dirigiendo hacia él. Pero por mucho que caminaran, el árbol mantenía su tamaño como si no se acercaran a él. Fue al cabo de varios minutos cuando comenzó a hacerse más grande. Y más grande. Y más grande...
Aquel era el roble más grande que había visto en toda su vida. Un árbol que parecía querer arañar con sus ramas el cielo y se imponía como un verdadero rey en aquella pradera. Y tan distraída estaba contemplando aquella majestuosa obra de la naturaleza que Ayame no se dio cuenta de que dos personas los esperaban bajo su cobertura.
—Buenos días, Kiroe, Daruu-kun.
Kori inclinó la cabeza a modo de saludo.
«¿Uh?
La invitación le había llegado de manera totalmente sorpresiva. Y había sido su padre el que se había encargado de hacérsela llegar personalmente. Aún recordaba lo abrumada que se había sentido al leer, del puño y letra de la mismísima Arashikage, que había sido convocada a participar en un torneo que se celebraría durante la primavera en un lugar del País del Fuego: los Dojos del Combatiente y en el que participarían las tres aldeas ninja que actualmente se alzaban en Onindo. Aquella era demasiada responsabilidad. ¿Qué pasaría si caía en combate ante tanta gente? Toda la gente de las tres aldeas vería su ineptitud... Yui se daría cuenta de que el potencial de su jinchuriki era nimio... Y para su hermano y su padre sería una decepción. Una deshonra en toda regla.
Los días anteriores al viaje apenas consiguió pegar ojo. En parte por los nervios, y en parte por las pesadillas que seguían acosándola cada noche. Ayame era consciente de que aquel prolongado cansancio ya estaba haciendo mella en sus facultades. Ya no rendía tanto en los entrenamientos a los que la sometía su padre periódicamente. Y sabía que Zetsuo se daba cuenta de ello.
Creía que el viaje hacia el País del Fuego conseguiría despejarla. Que la curiosidad por los paisajes nuevos despejaría su mente.
Pero el desafortunado accidente que había sufrido en aquella extraña mansión embrujada, de camino hacia allí, había cambiado totalmente sus perspectivas. Ya no sólo por la traumática experiencia vivida al borde de la muerte, sino por todo lo que había descubierto a partir de ella.
Ayame había cambiado radicalmente a partir de entonces. No sonreía, no hablaba, apenas comía lo justo y necesario para no desfallecer. Y por mucho que Kori y Zetsuo intentaron sacarle información acerca de aquella actitud, ella se negó en redondo a hablar del tema una y otra vez. Lo único que obtenían, cuando intentaban forzarla más de lo necesario, era un repentino berrinche inexplicable. Por lo menos las pesadillas habían dejado de acosarla, por lo que Ayame se rindió a continuar el camino, comer y dormir exclusivamente. Más de una vez Zetsuo y Kori intentaron realizar un pequeño entrenamiento, para ir preparándola para los combates, pero estaba claro que la cabeza de Ayame estaba en otra parte, muy lejos de allí como para rendir al máximo.
Al cabo de una semana, aproximadamente, el bosque rompió la monotonía del paisaje. Dejaron atrás los árboles, y se adentraron en una depresión donde lo que abundaban eran los matorrales y algún que otro árbol disperso.
—Ya estamos cerca —indicó Zetsuo, y Ayame le miró con cierta confusión.
No veía alrededor ningún rastro de dojos, mucho menos de un lugar siquiera habitable, pero los pasos de su padre y de su hermano continuaron seguros, por lo que se resignó a seguirlos. Ni siquiera tenía ganas de preguntar al respecto. Y Kori pareció darse cuenta de aquel pequeño detalle, porque le dirigió una breve mirada de soslayo.
«Qué extraño...»
Un árbol se alzaba en la distancia, y parecía que se estaban dirigiendo hacia él. Pero por mucho que caminaran, el árbol mantenía su tamaño como si no se acercaran a él. Fue al cabo de varios minutos cuando comenzó a hacerse más grande. Y más grande. Y más grande...
Aquel era el roble más grande que había visto en toda su vida. Un árbol que parecía querer arañar con sus ramas el cielo y se imponía como un verdadero rey en aquella pradera. Y tan distraída estaba contemplando aquella majestuosa obra de la naturaleza que Ayame no se dio cuenta de que dos personas los esperaban bajo su cobertura.
—Buenos días, Kiroe, Daruu-kun.
Kori inclinó la cabeza a modo de saludo.
«¿Uh?