30/07/2021, 16:05
Lyndis parecía compartir el ánimo incómodo de Ranko. No era una incomodidad normal, era una de “quisiera hablar las cosas, pero no quisiera hablar las cosas.”
”¿Hablar? ¿Hablar sobre qué? No hay nada de qué hablar. ¿Conejos? ¿Onis? ¿Choques? ¿Sonrisas? ¿Miradas? ¿Palpitaciones que me hacen difícil respirar? No. N-no. No hay nada. ¿No?” se decía una y otra vez.
Las sombras se alargaban más y más, y el cielo se tornaba anaranjado de un lado del horizonte y oscuro del otro. Conforme se acercaban a la casa, escucharían una vocecita canturrear, y sonidos de platos moviéndose. Ranko se detuvo a la puerta y, después de mirar a Lyndis por un segundo, tocó.
—¿Di-disculpe? Buenas tardes…
El canto del interior se detuvo y unos veloces pasos acudieron a abrirle. Una ancianita, muy bajita y arrugada, de voz dulce y un moño alto de cabello canoso, les saludó.
—¡Ah, Yuriko! ¡Llegas temprano! Pasa, pasa, la cena está casi lista. ¡Vaya que has crecido! ¿eh? —Sin esperar respuesta, la ancianita tomó las manos de Ranko con sumo cariño, y le sonrió con una boca con una sorprendente cantidad de dientes para una anciana. La mujer entrecerraba los ojos casi al punto de que sus párpados se tocasen, evidenciando su mala vista. Se inclinó hacia un lado y vio a Lyndis —¡Makoto! Me alegra verte a ti también. ¿Has hecho ejercicio? Bien por ti, bien por ti. ¿Tienen hambre?
La mujer no dejaba de sonreírles con suma dulzura. Ranko tragó saliva y miró de nuevo a Lyndis en lo que le pasaba la sorpresa inicial.
”¿Hablar? ¿Hablar sobre qué? No hay nada de qué hablar. ¿Conejos? ¿Onis? ¿Choques? ¿Sonrisas? ¿Miradas? ¿Palpitaciones que me hacen difícil respirar? No. N-no. No hay nada. ¿No?” se decía una y otra vez.
Las sombras se alargaban más y más, y el cielo se tornaba anaranjado de un lado del horizonte y oscuro del otro. Conforme se acercaban a la casa, escucharían una vocecita canturrear, y sonidos de platos moviéndose. Ranko se detuvo a la puerta y, después de mirar a Lyndis por un segundo, tocó.
—¿Di-disculpe? Buenas tardes…
El canto del interior se detuvo y unos veloces pasos acudieron a abrirle. Una ancianita, muy bajita y arrugada, de voz dulce y un moño alto de cabello canoso, les saludó.
—¡Ah, Yuriko! ¡Llegas temprano! Pasa, pasa, la cena está casi lista. ¡Vaya que has crecido! ¿eh? —Sin esperar respuesta, la ancianita tomó las manos de Ranko con sumo cariño, y le sonrió con una boca con una sorprendente cantidad de dientes para una anciana. La mujer entrecerraba los ojos casi al punto de que sus párpados se tocasen, evidenciando su mala vista. Se inclinó hacia un lado y vio a Lyndis —¡Makoto! Me alegra verte a ti también. ¿Has hecho ejercicio? Bien por ti, bien por ti. ¿Tienen hambre?
La mujer no dejaba de sonreírles con suma dulzura. Ranko tragó saliva y miró de nuevo a Lyndis en lo que le pasaba la sorpresa inicial.
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