22/01/2016, 01:08
(Última modificación: 22/01/2016, 01:10 por Uchiha Akame.)
En la calle, todo permanecía en un silencio tan profundo, que Kunie no pudo evitar castigarse mentalmente por su estupidez. Si los gemidos del camarero no habían alertado a los vecinos, su discusión con Datsue seguro que no había pasado desapercibida. Mierda, joder, me he dejado llevar. Este error puede costarme muy caro... No había tiempo que perder. Se asomó por última vez para verificar que no había nadie por los alrededores, y cerró la puerta. Sin embargo, notó como el pulso se le helaba al escuchar lo que decía el Uchiha.
- Pues no lo puedo quitar —masculló con pesar—. Cuando se coloca un sello, o explota o... explota. No hay otra.
No puede ser, ¡no puede ser!, gimió para sí la kunoichi. Mientras Datsue recogía su dinero, ella trató de pensar en alguna forma de quitar el sello sin que le volase la cara. Antes de que pudiera llegar a una solución viable, el chico habló de nuevo.
—¿Y si colocamos una trampa? Puedo atar un hilo al sello y, en el otro extremo, atarlo a la manilla de la puerta. Así, el primero que intente entrar, al abrir la puerta, el hilo tirará del sello y… ¡BUM! Adiós a la pista. Y de paso esto se vuelve todavía más caótico.
La primera reacción de Kunie fue fulminarlo con la mirada, clavando en él aquellos ojos, vivaces y dorados, que chispeaban con rabia. Sin embargo, pronto la chica llegó a la conclusión de que no tenían muchas más alternativas. Suspiró con resignación y asintió como única respuesta. Mientras Datsue preparaba la trampa, ella arreglaba otros detalles menores. Se quitó la camisa, manchada de sangre, quedándose con el torso semidesnudo. Que Datsue la viera en paños menores no era la mayor de sus preocupaciones en ese momento. Le dio la vuelta a la prenda, quedando las manchas de sangre ahora en la cara interior, y se la calzó de nuevo. Así al menos podría llegar hasta el hostal sin llamar la atención.
- Te sugiero que hagas lo mismo. - apuntó, dirigiéndose al Uchiha, cuyas ropas estaban también manchadas del líquido carmesí.
Luego abrió la puerta y salió al callejón. El frío de la noche notsubeña era tremendo, y más a aquellas horas de la madrugada. Empezó a tiritar ligeramente, pero apretó los dientes y trató de contener la sensación glacial que le recorría el cuerpo. Escudriñaba las sombras a ambos lados del callejón, afinando el oído y rezando porque nadie decidiese hacerse el héroe.
- Pues no lo puedo quitar —masculló con pesar—. Cuando se coloca un sello, o explota o... explota. No hay otra.
No puede ser, ¡no puede ser!, gimió para sí la kunoichi. Mientras Datsue recogía su dinero, ella trató de pensar en alguna forma de quitar el sello sin que le volase la cara. Antes de que pudiera llegar a una solución viable, el chico habló de nuevo.
—¿Y si colocamos una trampa? Puedo atar un hilo al sello y, en el otro extremo, atarlo a la manilla de la puerta. Así, el primero que intente entrar, al abrir la puerta, el hilo tirará del sello y… ¡BUM! Adiós a la pista. Y de paso esto se vuelve todavía más caótico.
La primera reacción de Kunie fue fulminarlo con la mirada, clavando en él aquellos ojos, vivaces y dorados, que chispeaban con rabia. Sin embargo, pronto la chica llegó a la conclusión de que no tenían muchas más alternativas. Suspiró con resignación y asintió como única respuesta. Mientras Datsue preparaba la trampa, ella arreglaba otros detalles menores. Se quitó la camisa, manchada de sangre, quedándose con el torso semidesnudo. Que Datsue la viera en paños menores no era la mayor de sus preocupaciones en ese momento. Le dio la vuelta a la prenda, quedando las manchas de sangre ahora en la cara interior, y se la calzó de nuevo. Así al menos podría llegar hasta el hostal sin llamar la atención.
- Te sugiero que hagas lo mismo. - apuntó, dirigiéndose al Uchiha, cuyas ropas estaban también manchadas del líquido carmesí.
Luego abrió la puerta y salió al callejón. El frío de la noche notsubeña era tremendo, y más a aquellas horas de la madrugada. Empezó a tiritar ligeramente, pero apretó los dientes y trató de contener la sensación glacial que le recorría el cuerpo. Escudriñaba las sombras a ambos lados del callejón, afinando el oído y rezando porque nadie decidiese hacerse el héroe.