3/08/2021, 22:42
Kuroyuki no lo entendió. No entendió nada. Estaba ahí, rígida como una roca. Atrapada en el tiempo, incapaz de moverse. También el tejado del almacén estaba ahí. No solo sus ojos: sus pies habían sido testigos, firmemente clavados en él. Ahora solo sentía dolor. Dolor, por todo su cuerpo. Dolor en sus ojos, que no entendían por qué no podían ver. Dolor en sus oídos, pues el molesto pitido apenas le dejaba oír las voces de aquellos compañeros que ahora la aupaban e intentaban retirarla arrastrándola por el suelo. Dolor en la espalda, del aterrizaje forzoso.
—¡Resista, General! ¡Resista...!
—S... s...
—¡Descanse, por favor, no hable! ¡Ha habido una explosión, ha...!
—¡S... soltadme! ¡S-selladla! ¡Que alguien que sepa usar Fūinjutsu la selle!
Corriendo, una figura más entraba en escena. Medía casi dos metros. Su piel oscura contrastaba con la nieve y con su vestimenta. Sus ojos violetas estaban clavados en el centro del que había sido un buen pedazo de Yukio... y ahora un cráter.
Pero sobretodo, sus ojos estaban centrados en el bloque de hielo que aún parecía sonreír.
Hammer empuñó su martillo, y se detuvo, paciente, mientras una pareja de ninjas del copo de nieve se acercaban portando lo que parecía ser un rollo de vendas.
—¿Kuroyuki está bien? —exigió saber Hammer.
—¡Le ha dado de lleno! ¡Pero creemos que se recuperará!
—Hmm. ¿Qué hacéis?
—¡Sellarla, señor! ¡Nunoshibari no Jutsu! —La tela que sujetaba se lanzó hacia los pies de Yui y comenzó a enrollarla por los tobillos, las rodillas...
Yokuna palideció ante el testimonio de Ayame. La tomó de la mano por un segundo e hizo un gesto con la cabeza. El Cazador asintió a los demás ninjas y se encaramó en el borde del tren. Ágil, se agarró del borde y volvió a bajar a través de la misma ventana. Esperó a que Ayame le siguiera y cerró el cristal.
Allí dentro debían haber al menos cincuenta shinobi de Amegakure. Todos con mala cara. Todos observándola muy atentamente. Algunos ahogaron un grito al verla. Otros pidieron explicaciones. Yokuna intentó calmarles, y le ahorró a Ayame el disgusto de contar lo sucedido, aunque él todavía no lo entendía muy bien.
—¡Aotsuki! ¡No se preocupe! —estalló de pronto una voluntariosa y muy entusiasta mujer, que medía un metro ochenta y casi parecía una torre a su lado—. ¡Usted es la mano derecha de la Arashikage! ¡Y nosotros los más fieles shinobis y kunoichis de toda la aldea! ¡Yui es nuestra Tormenta! ¡Jamás se dejará vencer! ¡Y tal y como ella haría, nosotros apretaremos bien los dientes y cargaremos hasta acabar con todos y rescatarla!
Un coro de vítores estalló para animar a Ayame. Yokuna se dio la vuelta y sonrió.
—Bueno... creo que inspiras bastante más en estos hombres y mujeres que alguien como yo. Demasiado solitario. No estoy acostumbrado a trabajar en equipo, ya lo sabes.
»Como mano derecha de la Arashikage, eres la tercera kunoichi con más autoridad en Amegakure. Tú deberías liderar el asalto.
—¡Resista, General! ¡Resista...!
—S... s...
—¡Descanse, por favor, no hable! ¡Ha habido una explosión, ha...!
—¡S... soltadme! ¡S-selladla! ¡Que alguien que sepa usar Fūinjutsu la selle!
Corriendo, una figura más entraba en escena. Medía casi dos metros. Su piel oscura contrastaba con la nieve y con su vestimenta. Sus ojos violetas estaban clavados en el centro del que había sido un buen pedazo de Yukio... y ahora un cráter.
Pero sobretodo, sus ojos estaban centrados en el bloque de hielo que aún parecía sonreír.
Hammer empuñó su martillo, y se detuvo, paciente, mientras una pareja de ninjas del copo de nieve se acercaban portando lo que parecía ser un rollo de vendas.
—¿Kuroyuki está bien? —exigió saber Hammer.
—¡Le ha dado de lleno! ¡Pero creemos que se recuperará!
«Tranquilo, Hammer. La curaré.»
—Hmm. ¿Qué hacéis?
—¡Sellarla, señor! ¡Nunoshibari no Jutsu! —La tela que sujetaba se lanzó hacia los pies de Yui y comenzó a enrollarla por los tobillos, las rodillas...
«Bien, bien. Muerta, es una declaración de guerra. Viva...»
«...es el acta de rendición de Amegakure.»
· · ·
Yokuna palideció ante el testimonio de Ayame. La tomó de la mano por un segundo e hizo un gesto con la cabeza. El Cazador asintió a los demás ninjas y se encaramó en el borde del tren. Ágil, se agarró del borde y volvió a bajar a través de la misma ventana. Esperó a que Ayame le siguiera y cerró el cristal.
Allí dentro debían haber al menos cincuenta shinobi de Amegakure. Todos con mala cara. Todos observándola muy atentamente. Algunos ahogaron un grito al verla. Otros pidieron explicaciones. Yokuna intentó calmarles, y le ahorró a Ayame el disgusto de contar lo sucedido, aunque él todavía no lo entendía muy bien.
—¡Aotsuki! ¡No se preocupe! —estalló de pronto una voluntariosa y muy entusiasta mujer, que medía un metro ochenta y casi parecía una torre a su lado—. ¡Usted es la mano derecha de la Arashikage! ¡Y nosotros los más fieles shinobis y kunoichis de toda la aldea! ¡Yui es nuestra Tormenta! ¡Jamás se dejará vencer! ¡Y tal y como ella haría, nosotros apretaremos bien los dientes y cargaremos hasta acabar con todos y rescatarla!
Un coro de vítores estalló para animar a Ayame. Yokuna se dio la vuelta y sonrió.
—Bueno... creo que inspiras bastante más en estos hombres y mujeres que alguien como yo. Demasiado solitario. No estoy acostumbrado a trabajar en equipo, ya lo sabes.
»Como mano derecha de la Arashikage, eres la tercera kunoichi con más autoridad en Amegakure. Tú deberías liderar el asalto.
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