11/08/2021, 19:29
Las palabras de Ayame no eran, desde luego, tan efectivas como las de Yui, ni como las de Shanise. Pero desde luego, sí más que las de Yokuna. A pesar de su pintoresco aspecto, durante un momento pareció mezclarse entre el resto de hombres y mujeres, que clamaron en vítores. Ayame supo transmitir bien la historia de una Yui que luchaba contra viento y marea. Y a pesar de que todos sabían, en el fondo, que quizás llegasen demasiado tarde, Ayame prendió la llama de la esperanza.
—Ha estado muy bien —le dijo Yokuna—. No te preocupes por lo de la limonada, Zetsuo ya nos advirtió de ello. Además, el tren está vacío. Lo despejamos en la estación. Aquí solo hay ninjas.
Y habían muchos ninjas, desde luego. Ayame estaba ante, quizás, un par de decenas de ellos.
Si Yui seguía con viva, sin duda la rescatarían.
...¿verdad?
Aunque la llama de la esperanza se había encendido, era frágil y tenue. Ayame podía verlo en los rostros de aquellos que hace rato la vitoreaban y le daban palmaditas en la espalda y abrazos efusivos. Todos estaban sentados, cabizbajos. Algunos jugaban con los dedos, nerviosos. La kunoichi corpulenta de antes daba vueltas en un extremo del vagón, paseándose adyacente a la puerta que la separaba del siguiente.
Y mientras sus esperanzas se hacían cada vez más pequeñas, Yukio, en el horizonte, se hacía cada vez más grande.
—Ayame —dijo Yokuna, a su lado, de pronto—. ¿Cual es el plan? —Señaló a la ciudad—. ¿Qué narices...?
Allí, en el centro de Yukio, varias casas habían caído y había varias columnas de humo, como si hubiese habido un incendio. Desde allí no podían verse señales de actividad.
—¡Es Yui, seguro! ¡Está luchando! —dijo uno de los hombres.
—No —cortó otro, con una mueca de dolor—. Esos son los signos de una lucha que acabó hace tiempo.
—No sabemos qué nos vamos a encontrar, Ayame, y puede que esperen refuerzos de Amegakure. Estamos a merced de una emboscada, así que pensemos bien cómo vamos a actuar.
—Ha estado muy bien —le dijo Yokuna—. No te preocupes por lo de la limonada, Zetsuo ya nos advirtió de ello. Además, el tren está vacío. Lo despejamos en la estación. Aquí solo hay ninjas.
Y habían muchos ninjas, desde luego. Ayame estaba ante, quizás, un par de decenas de ellos.
Si Yui seguía con viva, sin duda la rescatarían.
...¿verdad?
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Aunque la llama de la esperanza se había encendido, era frágil y tenue. Ayame podía verlo en los rostros de aquellos que hace rato la vitoreaban y le daban palmaditas en la espalda y abrazos efusivos. Todos estaban sentados, cabizbajos. Algunos jugaban con los dedos, nerviosos. La kunoichi corpulenta de antes daba vueltas en un extremo del vagón, paseándose adyacente a la puerta que la separaba del siguiente.
Y mientras sus esperanzas se hacían cada vez más pequeñas, Yukio, en el horizonte, se hacía cada vez más grande.
—Ayame —dijo Yokuna, a su lado, de pronto—. ¿Cual es el plan? —Señaló a la ciudad—. ¿Qué narices...?
Allí, en el centro de Yukio, varias casas habían caído y había varias columnas de humo, como si hubiese habido un incendio. Desde allí no podían verse señales de actividad.
—¡Es Yui, seguro! ¡Está luchando! —dijo uno de los hombres.
—No —cortó otro, con una mueca de dolor—. Esos son los signos de una lucha que acabó hace tiempo.
—No sabemos qué nos vamos a encontrar, Ayame, y puede que esperen refuerzos de Amegakure. Estamos a merced de una emboscada, así que pensemos bien cómo vamos a actuar.
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