12/08/2021, 23:02
—Los halcones sí, pero el tren no —respondió Yokuna, lanzando un largo y profundo suspiro al tiempo que negaba con la cabeza—. Si no nos han visto ya, será por la tormenta de nieve. No sólo nos verán, nos oirán, también.
—Aún estamos a tiempo de frenar el tren —sugirió otra kunoichi que estaba cerca—. Si nos quedamos a esta distancia, podríais enviar a los halcones sin problema. ¿Podrán resistir el frío?
Ayame asintió.
—No puedo volver a invocar a Takeshi, así que tendremos que conformarnos con uno de mis halcones más... pequeños. Pero no se lo digáis a la cara, se puede enfadar... —añadió, permitiéndose el lujo de soltar una risilla nerviosa—. Por el frío, no os preocupéis. Vive en lo más alto de la montaña de Sora-Su, así que está acostumbrado a la nieve y al frío.
Yokuna se acariciaba la barbilla, pensativo.
—Echad los frenos —asintió, finalmente—. Buena idea, Ayame. Pero tendremos que ser discretos.
—Nadie verá a Setsuhane —le aseguró, comenzando a entrelazar las manos tras haberse mordido el dedo pulgar—. Discreción es su segundo nombre.
Con una última palmada en el suelo y una pequeña nube de humo, una estela blanca surgió como una saeta de ella y se posó sobre una de las estanterías más altas del vagón, las destinadas a guardar el equipaje. Era un halcón algo más grande de lo habitual, de plumaje blanco como la nieve y moteado de negro en el lomo y las alas. El ave hinchó el pecho con orgullo, observándolos con sus ojos oscuros.
—Espero que me hayas llamado por algo digno de mi talla, hmph —graznó, hosco.
—Por favor, Setsuhane. Necesitamos tu ayuda —le suplicó Ayame, tendiéndole algo al ave, que lo tomó con una de sus garras. Se trataba de un comunicador—. Tienes que entrar en Yukio sin que nadie te vea, e informarnos de lo que está pasando allí. Yo estaré escuchando —agregó, señalándose su propio oído izquierdo.
—Hmph... Seré como una pluma entre la nieve. Te cobraré un extra por la misión de sigilo.
—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Hazlo y ya está!
—Aún estamos a tiempo de frenar el tren —sugirió otra kunoichi que estaba cerca—. Si nos quedamos a esta distancia, podríais enviar a los halcones sin problema. ¿Podrán resistir el frío?
Ayame asintió.
—No puedo volver a invocar a Takeshi, así que tendremos que conformarnos con uno de mis halcones más... pequeños. Pero no se lo digáis a la cara, se puede enfadar... —añadió, permitiéndose el lujo de soltar una risilla nerviosa—. Por el frío, no os preocupéis. Vive en lo más alto de la montaña de Sora-Su, así que está acostumbrado a la nieve y al frío.
Yokuna se acariciaba la barbilla, pensativo.
—Echad los frenos —asintió, finalmente—. Buena idea, Ayame. Pero tendremos que ser discretos.
—Nadie verá a Setsuhane —le aseguró, comenzando a entrelazar las manos tras haberse mordido el dedo pulgar—. Discreción es su segundo nombre.
Con una última palmada en el suelo y una pequeña nube de humo, una estela blanca surgió como una saeta de ella y se posó sobre una de las estanterías más altas del vagón, las destinadas a guardar el equipaje. Era un halcón algo más grande de lo habitual, de plumaje blanco como la nieve y moteado de negro en el lomo y las alas. El ave hinchó el pecho con orgullo, observándolos con sus ojos oscuros.
—Espero que me hayas llamado por algo digno de mi talla, hmph —graznó, hosco.
—Por favor, Setsuhane. Necesitamos tu ayuda —le suplicó Ayame, tendiéndole algo al ave, que lo tomó con una de sus garras. Se trataba de un comunicador—. Tienes que entrar en Yukio sin que nadie te vea, e informarnos de lo que está pasando allí. Yo estaré escuchando —agregó, señalándose su propio oído izquierdo.
—Hmph... Seré como una pluma entre la nieve. Te cobraré un extra por la misión de sigilo.
—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Hazlo y ya está!