22/01/2016, 18:47
—¡Mira, Daruu, por allí vienen! —exclamó Kiroe pegando un brinco, y señaló más allá por la llanura. Se acercaban tres figuras. Dos de ellas mucho más alta que la pequeña joven que caminaba cabizbaja, azorada, supuso Daruu, por la presencia de sus dos familiares. Por cómo había hablado siempre de ellos, les tenía mucho respeto, incluso miedo.
La verdad es que Aotsuki Zetsuo era como para tenerle miedo.
Los hombros rectos, los ojos de un profundo color aguamarina. Parecía un perchero caminando con más carne que ropa colgada. La mirada de aguilucho buscando una presa y las cejas tiesas y tensas, como si se dedicara a adivinar en todo momento quién de los que le rodeaba iba a traicionarle.
No tenía la mirada del director de un hospital. Tenía la mirada de un líder imperial. Como si en otra vida hubiese querido ser más que un médico y más que un ninja.
Daruu siempre había evitado su mirada. Pero ahora más. Algo le hacía suponer que era uno de esos padres que pensaba que cualquier muchacho de la edad de su hija quería irremediablemente llevársela a la cama, y que haría todo lo posible para evitar que esa desmesurada opinión se hiciese realidad de alguna forma loca y nada lógica.
Aún así, utilizó un apelativo cariñoso cuando se dirigió hacia él. Daruu sonrió y bajó la mirada hasta el inframundo, donde sólo alguien como Izanami podría devolvérsela.
—Ho-hola, ¡Zetsuo-dono! Kori-san. Ayame...-san.
—Vamos Daruu, si son vecinos de toda la vida —se apresuró por apremiar Kiroe, y se acercó a Ayame, se agachó para quedar a la altura de su cara y le removió el pelo—. Oiii, ¿qué te pasa, Ayame-chan? Tienes mala carilla.
La verdad es que Aotsuki Zetsuo era como para tenerle miedo.
Los hombros rectos, los ojos de un profundo color aguamarina. Parecía un perchero caminando con más carne que ropa colgada. La mirada de aguilucho buscando una presa y las cejas tiesas y tensas, como si se dedicara a adivinar en todo momento quién de los que le rodeaba iba a traicionarle.
No tenía la mirada del director de un hospital. Tenía la mirada de un líder imperial. Como si en otra vida hubiese querido ser más que un médico y más que un ninja.
Daruu siempre había evitado su mirada. Pero ahora más. Algo le hacía suponer que era uno de esos padres que pensaba que cualquier muchacho de la edad de su hija quería irremediablemente llevársela a la cama, y que haría todo lo posible para evitar que esa desmesurada opinión se hiciese realidad de alguna forma loca y nada lógica.
Aún así, utilizó un apelativo cariñoso cuando se dirigió hacia él. Daruu sonrió y bajó la mirada hasta el inframundo, donde sólo alguien como Izanami podría devolvérsela.
—Ho-hola, ¡Zetsuo-dono! Kori-san. Ayame...-san.
—Vamos Daruu, si son vecinos de toda la vida —se apresuró por apremiar Kiroe, y se acercó a Ayame, se agachó para quedar a la altura de su cara y le removió el pelo—. Oiii, ¿qué te pasa, Ayame-chan? Tienes mala carilla.