23/01/2016, 20:08
(Última modificación: 23/01/2016, 20:11 por Hanamura Kazuma.)
Ambos se vistieron rápidamente con aquellas prendas negras. Ciertamente escocían y apestaban pero no quedaba de otra, aquella era la única manera de acercarse al barco. Con su camuflaje listo, solo quedaba buscar al tercer integrante que completaría la idea de Karamaru.
Te veré en la playa. —Dijo antes de partir.
El de cabellos blancos se puso en marcha para tener todo preparado en cuanto el monje regresara. Entre un grupo de hombres le trajeron el bote mencionado. Era grande y por el esfuerzo que estaban haciendo aquellas personas, también se podría decir que bastante pesado. Era de madera oscura y en su superficie tenía multitud de grabados, posiblemente se tratara de algún regalo de bodas o algo similar.
El elevador que debían de usar era una construcción bastante elaborada para lo que podría esperarse de un lugar tan recóndito como aquel. Se trataba de un aparejo, con muchas sogas que iban y venían de dos enormes poleas. Lo impulsan dos grandes ruedas, que mediante un complejo sistema de ejes transmitía la fuerza suficiente para poner todo en funcionamiento. La canastilla era una especie de jaula de hierro donde cabrían unas diez personas.
Operar aquel artefacto era una tarea un poco complicada, pues requería espaldas fuerte y alguien diestro dando instrucciones. Era una suerte que entre los pocos pobladores ilesos, se encontrará el operario. Era un sujeto viejo y con un temperamento bastante caldeado, pero daba la impresión de que conocía bien su oficio.
—¡Tranquilo muchacho! —dijo al ver el rostro inseguro de Kazuma—. Esta belleza es capaz de llevar tres redes de arenque sin problemas.
—Claro… —Respondió el Ishimura, sin saber si aquella era una unidad de medida que representaba mucho o poco.
—Por cierto… Tendrás que bajar junto con el bote.
—Espere ¿Qué? —sentía que le estaba jugando una broma
—Así son las cosas. Allá abajo no hay nadie que reciba el bote, por lo que la corriente podría llevárselo. ¿No me dirás que le tienes miedo a un pequeño descenso luego de enfrentarte a semejantes bandidos? —Preguntó con una sonrisa burlona.
—Si no hay de otra, pues que así sea.
El de tez morena abordo la plataforma y luego subió al esquife. Antes poder prepararse, o dar indicación alguna, comenzaron bajarlo. Estar en aquel sitio era cuando menos aterrador. Todo crujía y chirriaba, la jaula se mecía y el viento que chocaba contra el risco provoca un ruido perturbador. El que fuera de noche empeoraba todo, pues ni siquiera sabía cuánto faltaba para llegar al fondo. Su único punto de referencia era la tenue luz de la embarcación que planeaba tomar por asalto.
—¡Al fin! —Exclamó en cuanto sintió que la caja toco el agua. Esta se abrió, permitiendo que de su interior saliera aquel pequeño bote.
Como pudo guió el bote hasta la costa cercana. No le costó mucho el encontrarla, pues aún había algunas brasas ardiendo en aquel sitio. Lo dejo en la orilla y se quedó sentado en la espera de su compañero y su refuerzo.
Te veré en la playa. —Dijo antes de partir.
El de cabellos blancos se puso en marcha para tener todo preparado en cuanto el monje regresara. Entre un grupo de hombres le trajeron el bote mencionado. Era grande y por el esfuerzo que estaban haciendo aquellas personas, también se podría decir que bastante pesado. Era de madera oscura y en su superficie tenía multitud de grabados, posiblemente se tratara de algún regalo de bodas o algo similar.
El elevador que debían de usar era una construcción bastante elaborada para lo que podría esperarse de un lugar tan recóndito como aquel. Se trataba de un aparejo, con muchas sogas que iban y venían de dos enormes poleas. Lo impulsan dos grandes ruedas, que mediante un complejo sistema de ejes transmitía la fuerza suficiente para poner todo en funcionamiento. La canastilla era una especie de jaula de hierro donde cabrían unas diez personas.
Operar aquel artefacto era una tarea un poco complicada, pues requería espaldas fuerte y alguien diestro dando instrucciones. Era una suerte que entre los pocos pobladores ilesos, se encontrará el operario. Era un sujeto viejo y con un temperamento bastante caldeado, pero daba la impresión de que conocía bien su oficio.
—¡Tranquilo muchacho! —dijo al ver el rostro inseguro de Kazuma—. Esta belleza es capaz de llevar tres redes de arenque sin problemas.
—Claro… —Respondió el Ishimura, sin saber si aquella era una unidad de medida que representaba mucho o poco.
—Por cierto… Tendrás que bajar junto con el bote.
—Espere ¿Qué? —sentía que le estaba jugando una broma
—Así son las cosas. Allá abajo no hay nadie que reciba el bote, por lo que la corriente podría llevárselo. ¿No me dirás que le tienes miedo a un pequeño descenso luego de enfrentarte a semejantes bandidos? —Preguntó con una sonrisa burlona.
—Si no hay de otra, pues que así sea.
El de tez morena abordo la plataforma y luego subió al esquife. Antes poder prepararse, o dar indicación alguna, comenzaron bajarlo. Estar en aquel sitio era cuando menos aterrador. Todo crujía y chirriaba, la jaula se mecía y el viento que chocaba contra el risco provoca un ruido perturbador. El que fuera de noche empeoraba todo, pues ni siquiera sabía cuánto faltaba para llegar al fondo. Su único punto de referencia era la tenue luz de la embarcación que planeaba tomar por asalto.
—¡Al fin! —Exclamó en cuanto sintió que la caja toco el agua. Esta se abrió, permitiendo que de su interior saliera aquel pequeño bote.
Como pudo guió el bote hasta la costa cercana. No le costó mucho el encontrarla, pues aún había algunas brasas ardiendo en aquel sitio. Lo dejo en la orilla y se quedó sentado en la espera de su compañero y su refuerzo.