20/08/2021, 14:28
La silueta de Yukio se fue haciendo más y más grande a medida que avanzaba. Aunque iba cubierta por aquella capa de viaje, la ventisca se colaba a través de la tela y la atería sin compasión. Con los brazos cruzados, Ayame avanzó a través de la nieve como el reo que se dirige hacia su sentencia de muerte. ¿Se habrían dado cuenta ya de que había desaparecido de casa? ¿Qué estaría pensando su padre en aquellos momentos? ¿Y su hermano? ¿Qué sería de Daruu? ¿Y de Kiroe? ¿Y la pequeña Chiiro? Las lágrimas se le congelaban en las mejillas al pensar en ellos, pero no podía dejar de hacerlo. No podía dejar de lamentarse. Y, aún así, no podía dejar de caminar hacia delante. Kokuō no paraba de intentar instarla a que se detuviera, a que cambiara de opinión, pero ella sólo le respondía con un tenso silencio.
Era demasiado tarde para darse la vuelta.
Dos shinobi la recibieron en la entrada de Yukio. Ambos portaban bandanas en sus frentes, pero donde debía estar el símbolo de Amegakure, aquellas cuatro rayas horizontales que tan familiares les eran, sólo había un copo de nieve. El símbolo de la traición. Ambos sacaron dos kunai, en guardia, y Ayame detuvo en seco su avance. El viento helado sacudía sus ropas, haciendo ondear la capa y sus cabellos al viento. Tenía frío, mucho frío. No dejaba de tiritar. Pero hacía todo lo posible por ocultarlo.
—¡Eh, tú! ¡Aotsuki! —gritó uno de ellos, apuntándola con el metal—. ¿A qué has venido? El Señor Kurama espera a Amegakure.
«Tú también eras de Amegakure.» Pensó la kunoichi para sus adentros, con los ojos húmedos y brillantes, por la pena y por el frío.
—¿Vienes tú sola? ¿A qué has venido? El Señor Kurama espera a Amegakure. ¿Vienes tú sola? ¡Las manos donde pueda verlas!
—Vengo sola —Aunque ella podría estar sola. De todas maneras, descruzó los brazos, exponiéndose al frío, y los alzó muy lentamente a sendos lados de su cabeza, con las manos vacías. Se mostraba expuesta, vulnerable. Quería demostrar que no tenía ningún tipo de actitud hostil—. He venido... —¿A qué había venido? A salvar a Yui, fuera como fuese. ¿Pero cómo iba a hacer algo así mientras ella estaba cautiva y todo Yukio había sido tomado por gente de Kurama? ¿Cómo iba a hacer algo así en las mismísimas narices de Kurama y de sus Generales? Cualquier tontería, y se acabaría todo—. He venido a hablar con Kurama.
El guardia se giró hacia uno de sus compañeros, que vigilaban agazapados cerca de allí, en uno de los tejadillos:
—Yōichi, avisa al Emperador. Dile que Aotsuki Ayame está aquí.
Una bocanada de vaho escapó de la nariz de Ayame cuando dejó escapar el aire que había estado conteniendo. Sólo le quedaba esperar, con las manos en alto y sin hacer ninguna tontería. Agachó la mirada, hundiéndola en la nieve. Temblaba, pero ya no estaba segura de que fuera sólo del frío.
«Lo siento... Lo siento...» Repetía, una y otra vez, a nadie en concreto y a todo Ōnindo en general.
Era demasiado tarde para darse la vuelta.
Dos shinobi la recibieron en la entrada de Yukio. Ambos portaban bandanas en sus frentes, pero donde debía estar el símbolo de Amegakure, aquellas cuatro rayas horizontales que tan familiares les eran, sólo había un copo de nieve. El símbolo de la traición. Ambos sacaron dos kunai, en guardia, y Ayame detuvo en seco su avance. El viento helado sacudía sus ropas, haciendo ondear la capa y sus cabellos al viento. Tenía frío, mucho frío. No dejaba de tiritar. Pero hacía todo lo posible por ocultarlo.
—¡Eh, tú! ¡Aotsuki! —gritó uno de ellos, apuntándola con el metal—. ¿A qué has venido? El Señor Kurama espera a Amegakure.
«Tú también eras de Amegakure.» Pensó la kunoichi para sus adentros, con los ojos húmedos y brillantes, por la pena y por el frío.
—¿Vienes tú sola? ¿A qué has venido? El Señor Kurama espera a Amegakure. ¿Vienes tú sola? ¡Las manos donde pueda verlas!
—Vengo sola —Aunque ella podría estar sola. De todas maneras, descruzó los brazos, exponiéndose al frío, y los alzó muy lentamente a sendos lados de su cabeza, con las manos vacías. Se mostraba expuesta, vulnerable. Quería demostrar que no tenía ningún tipo de actitud hostil—. He venido... —¿A qué había venido? A salvar a Yui, fuera como fuese. ¿Pero cómo iba a hacer algo así mientras ella estaba cautiva y todo Yukio había sido tomado por gente de Kurama? ¿Cómo iba a hacer algo así en las mismísimas narices de Kurama y de sus Generales? Cualquier tontería, y se acabaría todo—. He venido a hablar con Kurama.
El guardia se giró hacia uno de sus compañeros, que vigilaban agazapados cerca de allí, en uno de los tejadillos:
—Yōichi, avisa al Emperador. Dile que Aotsuki Ayame está aquí.
Una bocanada de vaho escapó de la nariz de Ayame cuando dejó escapar el aire que había estado conteniendo. Sólo le quedaba esperar, con las manos en alto y sin hacer ninguna tontería. Agachó la mirada, hundiéndola en la nieve. Temblaba, pero ya no estaba segura de que fuera sólo del frío.
«Lo siento... Lo siento...» Repetía, una y otra vez, a nadie en concreto y a todo Ōnindo en general.