20/08/2021, 16:39
El jutsu hipermegaconfidencial de Uchiha Datsue, que hablaba por los codos y a toda velocidad, dejaría de ser una incógnita muy pronto, Hanabi estaba seguro de ello, y por eso no le tiró de la lengua. Al menos de momento.
—Oh, qué interesante. —se limitó a decir. Luego, se alegró porque no hubiese mutilado a su pobre animal. Hanabi no aprobaba esas prácticas, pero también era verdad que no había tenido nunca perro. Katsudon y él habían mantenido varias y largas discusiones al respecto. Finalmente, le preguntó que qué tal estaba. Y Hanabi no pudo mentirle—: ¿Quieres saber la verdad, Datsue? Mal. Demasiadas cosas en la cabeza. Por eso quería dar una vuelta contigo. ¿Vamos? —Le hizo un ademán con la cabeza y echó a caminar por el paseo principal del parque. Hanabi, con las manos a la espalda, parecía... muy raro. Aquella regia y noble posición favorecía a la larga túnica blanca del puesto que ocupaba, pero entre la chaqueta y los vaqueros, lo flacucho que era y aquella melena larga, casi parecía un metalero con las maneras de un aristócrata. Hanabi no era un pijo, sin embargo: sólo estaba acostumbrado a caminar de aquella manera. Supongamos que la ropa que vistes permea ciertas costumbres en ti.
»Cuando los civiles empiezan a susurrar por las calles que se avecina una guerra... los ninjas podemos ser muy exagerados, Datsue, convivimos día a día con la muerte. Pero todas las semanas alguien se encuentra con un gebijū, y no siempre estamos ahí para ayudar. La gente pierde amigos, familia... —dijo—. Luego está el tema del Valle de los Dojos. Dragón Rojo cruzó todas las líneas. Y por último, está el tema de que ahora somos una República. La gente no tiene buenos recuerdos de la última vez que decidimos hacer unos cambios en la Villa, Datsue —rio, triste—. No. Cuando los civiles se dan cuenta, es cuando más probabilidades hay de que acabe ocurriendo. Seguimos teniendo a una refugiada del Hierro también, cojones. Y Kurama está implicado. Acabo de acordarme. —Hanabi se llevó ambas manos a la cabeza.
—Oh, qué interesante. —se limitó a decir. Luego, se alegró porque no hubiese mutilado a su pobre animal. Hanabi no aprobaba esas prácticas, pero también era verdad que no había tenido nunca perro. Katsudon y él habían mantenido varias y largas discusiones al respecto. Finalmente, le preguntó que qué tal estaba. Y Hanabi no pudo mentirle—: ¿Quieres saber la verdad, Datsue? Mal. Demasiadas cosas en la cabeza. Por eso quería dar una vuelta contigo. ¿Vamos? —Le hizo un ademán con la cabeza y echó a caminar por el paseo principal del parque. Hanabi, con las manos a la espalda, parecía... muy raro. Aquella regia y noble posición favorecía a la larga túnica blanca del puesto que ocupaba, pero entre la chaqueta y los vaqueros, lo flacucho que era y aquella melena larga, casi parecía un metalero con las maneras de un aristócrata. Hanabi no era un pijo, sin embargo: sólo estaba acostumbrado a caminar de aquella manera. Supongamos que la ropa que vistes permea ciertas costumbres en ti.
»Cuando los civiles empiezan a susurrar por las calles que se avecina una guerra... los ninjas podemos ser muy exagerados, Datsue, convivimos día a día con la muerte. Pero todas las semanas alguien se encuentra con un gebijū, y no siempre estamos ahí para ayudar. La gente pierde amigos, familia... —dijo—. Luego está el tema del Valle de los Dojos. Dragón Rojo cruzó todas las líneas. Y por último, está el tema de que ahora somos una República. La gente no tiene buenos recuerdos de la última vez que decidimos hacer unos cambios en la Villa, Datsue —rio, triste—. No. Cuando los civiles se dan cuenta, es cuando más probabilidades hay de que acabe ocurriendo. Seguimos teniendo a una refugiada del Hierro también, cojones. Y Kurama está implicado. Acabo de acordarme. —Hanabi se llevó ambas manos a la cabeza.