20/08/2021, 17:00
(Última modificación: 20/08/2021, 17:02 por Aotsuki Ayame. Editado 2 veces en total.)
—Está bien, Aotsuki Ayame —asintió el shinobi. Ayame no pudo sino sorprenderse cuando todos, y no sólo él, bajaron las armas y las guardaron.
«¿Así de fácil?» ¿Tanto la subestimaban? «No.» Comprendió pronto. Aquellos shinobi sabían que la tenían entre sus manos. Sabían que no se atrevería a hacer ninguna tontería con Amekoro Yui como rehén y Kurama protegiéndoles.
—Oye. Escucha. A título personal... —prosiguió, de forma más calmada— ...te recomendaría no intentar nada.
Ayame le miró, interrogante, ladeando ligeramente la cabeza. Pero él negó.
—No servirá de nada. Lo sabrá, lo sabrá antes de que siquiera comiences a moverte. Sabe sentir esas cosas. Y nosotros... —El shinobi intercambió una mirada con sus compañeros.
Y uno de ellos se encogió de hombros y le preguntó:
—¿Nosotros, qué?
—No estamos interesados en que te pase nada. Ni a ti ni a la Señora Kokuō.
««Noquéelos y vayámonos de aquí, señorita. ¡No merece la pena que arriesgue su vida así! ¿¡Qué ha hecho esa humana por usted!?»»
«Parece mentira que digas eso después de conocerla, Kokuō.» Replicó Ayame para sus adentros, dolorida con el comentario del bijū. «Es Yui, Kokuō. Amekoro Yui. Mi antigua Arashikage, mi Tormenta... Literalmente le debo todo lo que soy, y como kunoichi de Amegakure juré protegerla. Tengo que enmendar mis errores, ya no hay vuelta atrás.»
Una kunoichi de cabellos rubios y largos bajó de la azotea, acercándose. Ella era la única que seguía manteniendo el kunai, apuntándola directamente. Ayame le devolvió una mirada con sus ojos avellana. Cualquier brillo de rebeldía se había apagado en ellos hacía tiempo.
—Al contrario que mi compañero, yo no tengo tanto aprecio a los enemigos declarados, ni él debería tenerlo, pero bueno. Pero en eso tiene razón: estáis a merced del Emperador. Me consta que ya os dio una oportunidad, y también me consta que hace tiempo que asumió que ya no la tomaríais. Así que no esperéis compasión alguna.
—¡Mei!
—Calla, imbécil —le espetó a su compañero. Entonces le devolvió la mirada a Ayame y sus labios se curvaron en una cruel sonrisa mientras ladeaba la cabeza—. Intentad disfrutar del privilegio de hablar con él por última vez, guarras —Escupió a un lado.
—No le mintáis. Lo sabrá. Siempre lo sabe. Sólo le enfadaréis más.
—Creo que ya está enfadado de sobra... —agregó otro.
Ayame, simplemente, asintió. Todo estaba dicho, y ella no tenía ganas de hablar más con nadie que no fuera Kurama. Esperaba, impaciente, sin realizar ningún tipo de movimiento que pudiera alertar a los guardias.
Todo estaba hecho. Todo estaba dicho.
«¿Así de fácil?» ¿Tanto la subestimaban? «No.» Comprendió pronto. Aquellos shinobi sabían que la tenían entre sus manos. Sabían que no se atrevería a hacer ninguna tontería con Amekoro Yui como rehén y Kurama protegiéndoles.
—Oye. Escucha. A título personal... —prosiguió, de forma más calmada— ...te recomendaría no intentar nada.
Ayame le miró, interrogante, ladeando ligeramente la cabeza. Pero él negó.
—No servirá de nada. Lo sabrá, lo sabrá antes de que siquiera comiences a moverte. Sabe sentir esas cosas. Y nosotros... —El shinobi intercambió una mirada con sus compañeros.
Y uno de ellos se encogió de hombros y le preguntó:
—¿Nosotros, qué?
—No estamos interesados en que te pase nada. Ni a ti ni a la Señora Kokuō.
««Noquéelos y vayámonos de aquí, señorita. ¡No merece la pena que arriesgue su vida así! ¿¡Qué ha hecho esa humana por usted!?»»
«Parece mentira que digas eso después de conocerla, Kokuō.» Replicó Ayame para sus adentros, dolorida con el comentario del bijū. «Es Yui, Kokuō. Amekoro Yui. Mi antigua Arashikage, mi Tormenta... Literalmente le debo todo lo que soy, y como kunoichi de Amegakure juré protegerla. Tengo que enmendar mis errores, ya no hay vuelta atrás.»
Una kunoichi de cabellos rubios y largos bajó de la azotea, acercándose. Ella era la única que seguía manteniendo el kunai, apuntándola directamente. Ayame le devolvió una mirada con sus ojos avellana. Cualquier brillo de rebeldía se había apagado en ellos hacía tiempo.
—Al contrario que mi compañero, yo no tengo tanto aprecio a los enemigos declarados, ni él debería tenerlo, pero bueno. Pero en eso tiene razón: estáis a merced del Emperador. Me consta que ya os dio una oportunidad, y también me consta que hace tiempo que asumió que ya no la tomaríais. Así que no esperéis compasión alguna.
—¡Mei!
—Calla, imbécil —le espetó a su compañero. Entonces le devolvió la mirada a Ayame y sus labios se curvaron en una cruel sonrisa mientras ladeaba la cabeza—. Intentad disfrutar del privilegio de hablar con él por última vez, guarras —Escupió a un lado.
—No le mintáis. Lo sabrá. Siempre lo sabe. Sólo le enfadaréis más.
—Creo que ya está enfadado de sobra... —agregó otro.
Ayame, simplemente, asintió. Todo estaba dicho, y ella no tenía ganas de hablar más con nadie que no fuera Kurama. Esperaba, impaciente, sin realizar ningún tipo de movimiento que pudiera alertar a los guardias.
Todo estaba hecho. Todo estaba dicho.