20/08/2021, 17:24
—Kurama me ha ordenado que la traigamos —dijo de pronto Yōichi, el ninja que se había marchado a hablar con su Señor—. Quiere... hablar con ella.
Los ninjas se quedaron expectantes, observando a Ayame. Yōichi bajó del tejado en el que estaba. Entre él y el shinobi compasivo que había tratado de advertirle, la sujetaron de los hombros y la condujeron por una serie de calles y avenidas. Yukio, como había podido comprobar Setsuhane, estaba desierta, si no teníamos en cuenta a las fuerzas del bijū. Algunos soldados se asomaban y la miraban desde ventanas, tejados, y callejones.
Pero ya era demasiado tarde. Al girar la esquina, se lo encontraron.
Había un crater enorme, provocado, a juzgar por el hollín del suelo, por una gran explosión. en el centro, se había erigido, con un extraño material cristalino de color negro y púrpura, una escalinata que formaba una plataforma elevada. Encima, un hombre muy alto, de hombros anchos, con el pelo rojo anaranjado y largo, liso, les observaba con una sonrisa macabra sujetando una larga y fina espada. Sus ojos eran rojos, y sus pupilas, unas agujas muy finas. Como si estuviera maquillado, sus párpados eran negros, y en las mejillas tenía leves marcas, como si fuesen bigotes. Era, sin duda, la manifestación humana del Kyūbi, como Ayame lo había sido bajo el control de Kokuō. Sin embargo, el pobre diablo al que Kurama revirtió el sello desde dentro llevaba muerto mucho, mucho tiempo.
Al lado de Kurama, atada a una silla de pies y manos y aparentemente inconsciente, se encontraba Amekoro Yui. Tenía un aspecto realmente desmejorado: tenía un moretón en un ojo y le sangraba la nariz. Su cabeza y su pelo cayeron hacia adelante, derrotados.
—¡Aotsuki Ayame! —anunció, a pleno pulmón, para que todos los presentes, que eran unos cuantos ninjas alrededor del cráter, lo escuchasen. Los ninjas que habían traído Ayame se habían apartado un poco, como podría comprobar fácilmente si se girase—. ¡Hermana! La verdad, después de que huyérais como las ratas cobardes que sois no esperaba que fuérais precisamente vosotras las que hiciérais acto de presencia. Pensaba que vendría una comitiva de soldados, o quizás un negociador. ¿Sois vosotras las negociadoras, es eso? —Kurama sonrió, inclinándose hacia adelante, y extendió el brazo de la espada, colocando su filo directamente sobre la garganta de Yui—. ¿Cuál de las dos? ¿Eres tú, Kokuō? ¿O eres tú, Ayame? —Su voz sonaba alegre, divertida. Pero Ayame, que no tenía mala vista, advirtió que tenía la mandíbula sonriente tensa y temblante. Su mano se aferraba al mango de la espada casi con ansia—. En cualquier caso, lo primero que vamos a hacer es esposarte, ¿eh? No queremos que te arrepientas y te nos vayas de aquí otra vez, ¿verdad? —Hizo una seña con la cabeza y Ayame escuchó un ruido metálico a sus espaldas—. Ahora, estate muy quietecita, o le rebano el cuello a tu querida Señora Feudal. ¿O quizás deberíamos decir Tormenta?
La amejin sintió como uno de los ninjas tomaba una de sus manos y el otro la otra. Volvió a escuchar el tintineo metálico. ¿Se dejaría Ayame esposar?
Los ninjas se quedaron expectantes, observando a Ayame. Yōichi bajó del tejado en el que estaba. Entre él y el shinobi compasivo que había tratado de advertirle, la sujetaron de los hombros y la condujeron por una serie de calles y avenidas. Yukio, como había podido comprobar Setsuhane, estaba desierta, si no teníamos en cuenta a las fuerzas del bijū. Algunos soldados se asomaban y la miraban desde ventanas, tejados, y callejones.
«¡Señorita! ¡Yo le debo a usted las mejores partes de mí misma! ¡No me puedo permitir perderla! ¡No lo entiende! ¡No entiende que usted es mejor que todos los humanos con los que me he encontrado jamás! ¡Usted es con quien debo colaborar para vencer al gran mal de Oonindo! ¡Y estoy convencida que ese gran mal...
...es mi hermano!»
...es mi hermano!»
Pero ya era demasiado tarde. Al girar la esquina, se lo encontraron.
Había un crater enorme, provocado, a juzgar por el hollín del suelo, por una gran explosión. en el centro, se había erigido, con un extraño material cristalino de color negro y púrpura, una escalinata que formaba una plataforma elevada. Encima, un hombre muy alto, de hombros anchos, con el pelo rojo anaranjado y largo, liso, les observaba con una sonrisa macabra sujetando una larga y fina espada. Sus ojos eran rojos, y sus pupilas, unas agujas muy finas. Como si estuviera maquillado, sus párpados eran negros, y en las mejillas tenía leves marcas, como si fuesen bigotes. Era, sin duda, la manifestación humana del Kyūbi, como Ayame lo había sido bajo el control de Kokuō. Sin embargo, el pobre diablo al que Kurama revirtió el sello desde dentro llevaba muerto mucho, mucho tiempo.
Al lado de Kurama, atada a una silla de pies y manos y aparentemente inconsciente, se encontraba Amekoro Yui. Tenía un aspecto realmente desmejorado: tenía un moretón en un ojo y le sangraba la nariz. Su cabeza y su pelo cayeron hacia adelante, derrotados.
—¡Aotsuki Ayame! —anunció, a pleno pulmón, para que todos los presentes, que eran unos cuantos ninjas alrededor del cráter, lo escuchasen. Los ninjas que habían traído Ayame se habían apartado un poco, como podría comprobar fácilmente si se girase—. ¡Hermana! La verdad, después de que huyérais como las ratas cobardes que sois no esperaba que fuérais precisamente vosotras las que hiciérais acto de presencia. Pensaba que vendría una comitiva de soldados, o quizás un negociador. ¿Sois vosotras las negociadoras, es eso? —Kurama sonrió, inclinándose hacia adelante, y extendió el brazo de la espada, colocando su filo directamente sobre la garganta de Yui—. ¿Cuál de las dos? ¿Eres tú, Kokuō? ¿O eres tú, Ayame? —Su voz sonaba alegre, divertida. Pero Ayame, que no tenía mala vista, advirtió que tenía la mandíbula sonriente tensa y temblante. Su mano se aferraba al mango de la espada casi con ansia—. En cualquier caso, lo primero que vamos a hacer es esposarte, ¿eh? No queremos que te arrepientas y te nos vayas de aquí otra vez, ¿verdad? —Hizo una seña con la cabeza y Ayame escuchó un ruido metálico a sus espaldas—. Ahora, estate muy quietecita, o le rebano el cuello a tu querida Señora Feudal. ¿O quizás deberíamos decir Tormenta?
La amejin sintió como uno de los ninjas tomaba una de sus manos y el otro la otra. Volvió a escuchar el tintineo metálico. ¿Se dejaría Ayame esposar?
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