20/08/2021, 18:37
(Última modificación: 20/08/2021, 18:48 por Amedama Daruu. Editado 2 veces en total.)
La sonrisa de Kurama se ensanchó. Se ensanchó mucho, mientras los ninjas que habían esposado a Ayame se apartaban hacia los extremos del cráter para formar la misma guardia que el resto de sus compañeros.
—¡Oh, ohjojo! —rio Kurama, apartando un momento el filo de la garganta de Yui—. ¿Eso es lo que has venido a decir, Ayame? ¿Bajo tu propia voluntad o bajo las órdenes de tu aldea, eh? No me lo digas —cortó, y dio un paso adelante—. Puedo sentirlo. Ha sido bajo tu propia voluntad, sí... qué curioso. Caminando por las vías. Es un milagro que hayas llegado aquí sin morirte. Habría sido tristísimo, ¿verdad? —Kurama relajó los brazos, pero no soltó ni envainó su espada—. Tenemos un pequeño dilema, Ayame. En realidad, unos pequeños dilemas. ¿Me permites que te cuente? —Esperó unos segundos—. Gracias, muy amable por tu parte?
»Verás —dijo, y se puso a caminar lentamente de un lado a otro de la plataforma—, cuando te marchaste, tu querida Yui siguió luchando con uñas y dientes. Casi mata a una de mis generales. Casi —puntualizó, volviendo a ensanchar su sonrisa—. Es fuerte, no te lo negaré. Kuroyuki la dejó congelada, pero tarde o temprano su jutsu se disiparía, así que decidió sellarla. Yo, en aquél momento, lo consideré una idea genial. ¡Podré negociar con Amegakure, me dije! ¡Hacerles firmar una carta de rendición! ¡Entonces todo el oeste de Oonindo caería bajo mis dominios, y nos habríamos ahorrado muchísimo terreno que conquistar por la fuerza!
»Así que montamos todo este tinglado. —Abrió los brazos, y extendió los dedos de la mano libre. Dio un par de vueltas lentas. La vista de Ayame, si siguiera sus gestos, pasaría por los shinobi que rodeaban el cráter—. Esperábamos que viniese alguien de Amegakure a negociar. Una delegación, algo. Los recibiríamos con honores, los traería aquí, y los forzaría a rendirse. A entregarme la ciudad. Exiliaría a la Arashikage y me quedaría con sus fuerzas y con su territorio. Ah, sí... verás, los bijū no somos tan diferentes de los humanos, Ayame. Tenemos muchas cualidades humanas. Nuestro padre fue humano. Y está en el ser humano el equivocarse. Yo me equivoqué.
»Porque no tuve en cuenta muchísimas cosas. Verás, Ayame, como te dije, tengo varios dilemas. Los shinobi y kunoichi de Amegakure no tienen la costumbre de rendirse, y me imaginé que tendría que ir a la guerra igualmente, al menos con algunos de ellos. Y si la Arashikage se rendía y me entregaba la ciudad, seguramente tendría que enfrentarme después a un par de guerras civiles. Todo eso con el resto de Oonindo mirándome con malos ojos. —Kurama negó con la cabeza—. Pero hay un dilema más grande, Ayame. Dime, ¿qué crees que pasaría con Amekoro una vez la liberase a cambio del exilio de la Arashikage y la entrega de Amegakure? Porque sólo aceptarían a cambio de eso, de la vida de la Tormenta. ¿Qué crees que pasaría entonces, eh? ¿Crees que esta mujer se daría por vencida? ¿Crees que no volvería con todos sus fieles a intentar partirme el culo de nuevo? He luchado contra ella, Ayame, lo he visto. Amekoro no admitiría la derrota jamás. No puedo negociar con su vida, es inútil. Ella es la raíz del valor de Amegakure. Tanto si negocio y la dejo viva como si la mato, habrá guerra. Realmente, no hay opciones. Todo esto ha sido una estupidez.
»Ahora, como estoy seguro, te preguntarás. ¿"Puedo hacer que la suelte, aunque sea entregándome"? Quizás tengas la idea de decirme, "¡puedo hacer lo que quieras! ¡Me uniré a ti!". Durante un tiempo, Ayame, habría aceptado. ¡Lo llegué a considerar! Al principio, no eras nada para mí. Otra mosca más, una que secuestraba a Kokuō. Pero si mi propia hermana te había aceptado, y si yo mismo estaba prestando mi chakra a mis Generales, en los que confiaría hasta la muerte... ¿por qué no? ¡Podría funcionar! ¿¡Verdad!? ¡Ah, pero tenemos otro dilema, Ayame!
»Yo te acepto, yo te acojo, ¡y resulta que ahora me entero que te puedes teletransportar! Incluso si te llevo conmigo, no podría confiar en ti, porque en cualquier momento puedes irte. Ah, esa sería una triquiñuela muy inteligente. Te cambias por Yui, y yo te amenazo, te digo que o trabajas para mí o voy uno por uno a todos tus familiares y seres queridos y los mato. Entonces tú te teletransportas, y yo pierdo, ¿verdad?
»Pero ahora conozco que puedes hacer eso. Y volvemos a estar ante otro dilema, no obstante. ¿De qué sirve que amenace con matar a tus seres queridos? ¡Los voy a matar igual! ¿¡No te das cuenta, Ayame!? —inquirió Kurama, abriendo los brazos—. ¡La guerra es inevitable! ¡Todo este patético espectáculo que he montado ha sido inútil! Y tú no tienes nada que yo pueda querer de ti, excepto tu muerte. Serán dos soldados menos de los que disponga Amegakure en esta guerra. Y una de ellas es bastante fuerte, ¿eh, Kokuō?
»Bueno, sí, hay una cosa —añadió Kurama—. Hay algo para lo que sí me viene bien que estés aquí. Desde que vosotros los jinchūriki empezásteis a plantarme cara, hay algo que deseo todos y cada uno de los días de mi vida, Ayame. Me viene bien que estés aquí...
Kurama alineó el filo y levantó el brazo de golpe, y su espada cortó el cuello de Yui con facilidad. La cabeza de la Tormenta cayó, golpeó la tarima de hielo negro y rodó hacia delante, botando por tres o cuatro escalones antes de cambiar de dirección, desviándose y precipitándose hacia el interior del cráter. Kurama pateó la silla con el cuerpo de la mujer y la tumbó.
Miró a Ayame fijamente.
—Y bien, Ayame, ahora dime... —pronunció Kurama, casi saboreando las palabras—. ¿Has venido tú solita a Yukio o hay alguna otra ratita escondida ahí fuera?
El sonido de un trueno hendió el aire. Hacía tiempo que había dejado de nevar. A pesar de que la lógica indicase que de haber precipitaciones, estas volverían a ser en forma de copos de nieve, en Yukio se puso a llover.
Quizás se tratara de Amenokami. Aquél día, se encontraba especialmente triste.
—¡Oh, ohjojo! —rio Kurama, apartando un momento el filo de la garganta de Yui—. ¿Eso es lo que has venido a decir, Ayame? ¿Bajo tu propia voluntad o bajo las órdenes de tu aldea, eh? No me lo digas —cortó, y dio un paso adelante—. Puedo sentirlo. Ha sido bajo tu propia voluntad, sí... qué curioso. Caminando por las vías. Es un milagro que hayas llegado aquí sin morirte. Habría sido tristísimo, ¿verdad? —Kurama relajó los brazos, pero no soltó ni envainó su espada—. Tenemos un pequeño dilema, Ayame. En realidad, unos pequeños dilemas. ¿Me permites que te cuente? —Esperó unos segundos—. Gracias, muy amable por tu parte?
»Verás —dijo, y se puso a caminar lentamente de un lado a otro de la plataforma—, cuando te marchaste, tu querida Yui siguió luchando con uñas y dientes. Casi mata a una de mis generales. Casi —puntualizó, volviendo a ensanchar su sonrisa—. Es fuerte, no te lo negaré. Kuroyuki la dejó congelada, pero tarde o temprano su jutsu se disiparía, así que decidió sellarla. Yo, en aquél momento, lo consideré una idea genial. ¡Podré negociar con Amegakure, me dije! ¡Hacerles firmar una carta de rendición! ¡Entonces todo el oeste de Oonindo caería bajo mis dominios, y nos habríamos ahorrado muchísimo terreno que conquistar por la fuerza!
»Así que montamos todo este tinglado. —Abrió los brazos, y extendió los dedos de la mano libre. Dio un par de vueltas lentas. La vista de Ayame, si siguiera sus gestos, pasaría por los shinobi que rodeaban el cráter—. Esperábamos que viniese alguien de Amegakure a negociar. Una delegación, algo. Los recibiríamos con honores, los traería aquí, y los forzaría a rendirse. A entregarme la ciudad. Exiliaría a la Arashikage y me quedaría con sus fuerzas y con su territorio. Ah, sí... verás, los bijū no somos tan diferentes de los humanos, Ayame. Tenemos muchas cualidades humanas. Nuestro padre fue humano. Y está en el ser humano el equivocarse. Yo me equivoqué.
»Porque no tuve en cuenta muchísimas cosas. Verás, Ayame, como te dije, tengo varios dilemas. Los shinobi y kunoichi de Amegakure no tienen la costumbre de rendirse, y me imaginé que tendría que ir a la guerra igualmente, al menos con algunos de ellos. Y si la Arashikage se rendía y me entregaba la ciudad, seguramente tendría que enfrentarme después a un par de guerras civiles. Todo eso con el resto de Oonindo mirándome con malos ojos. —Kurama negó con la cabeza—. Pero hay un dilema más grande, Ayame. Dime, ¿qué crees que pasaría con Amekoro una vez la liberase a cambio del exilio de la Arashikage y la entrega de Amegakure? Porque sólo aceptarían a cambio de eso, de la vida de la Tormenta. ¿Qué crees que pasaría entonces, eh? ¿Crees que esta mujer se daría por vencida? ¿Crees que no volvería con todos sus fieles a intentar partirme el culo de nuevo? He luchado contra ella, Ayame, lo he visto. Amekoro no admitiría la derrota jamás. No puedo negociar con su vida, es inútil. Ella es la raíz del valor de Amegakure. Tanto si negocio y la dejo viva como si la mato, habrá guerra. Realmente, no hay opciones. Todo esto ha sido una estupidez.
»Ahora, como estoy seguro, te preguntarás. ¿"Puedo hacer que la suelte, aunque sea entregándome"? Quizás tengas la idea de decirme, "¡puedo hacer lo que quieras! ¡Me uniré a ti!". Durante un tiempo, Ayame, habría aceptado. ¡Lo llegué a considerar! Al principio, no eras nada para mí. Otra mosca más, una que secuestraba a Kokuō. Pero si mi propia hermana te había aceptado, y si yo mismo estaba prestando mi chakra a mis Generales, en los que confiaría hasta la muerte... ¿por qué no? ¡Podría funcionar! ¿¡Verdad!? ¡Ah, pero tenemos otro dilema, Ayame!
»Yo te acepto, yo te acojo, ¡y resulta que ahora me entero que te puedes teletransportar! Incluso si te llevo conmigo, no podría confiar en ti, porque en cualquier momento puedes irte. Ah, esa sería una triquiñuela muy inteligente. Te cambias por Yui, y yo te amenazo, te digo que o trabajas para mí o voy uno por uno a todos tus familiares y seres queridos y los mato. Entonces tú te teletransportas, y yo pierdo, ¿verdad?
»Pero ahora conozco que puedes hacer eso. Y volvemos a estar ante otro dilema, no obstante. ¿De qué sirve que amenace con matar a tus seres queridos? ¡Los voy a matar igual! ¿¡No te das cuenta, Ayame!? —inquirió Kurama, abriendo los brazos—. ¡La guerra es inevitable! ¡Todo este patético espectáculo que he montado ha sido inútil! Y tú no tienes nada que yo pueda querer de ti, excepto tu muerte. Serán dos soldados menos de los que disponga Amegakure en esta guerra. Y una de ellas es bastante fuerte, ¿eh, Kokuō?
»Bueno, sí, hay una cosa —añadió Kurama—. Hay algo para lo que sí me viene bien que estés aquí. Desde que vosotros los jinchūriki empezásteis a plantarme cara, hay algo que deseo todos y cada uno de los días de mi vida, Ayame. Me viene bien que estés aquí...
...PORQUE ASÍ PUEDO HACERTE SUFRIR.
Kurama alineó el filo y levantó el brazo de golpe, y su espada cortó el cuello de Yui con facilidad. La cabeza de la Tormenta cayó, golpeó la tarima de hielo negro y rodó hacia delante, botando por tres o cuatro escalones antes de cambiar de dirección, desviándose y precipitándose hacia el interior del cráter. Kurama pateó la silla con el cuerpo de la mujer y la tumbó.
Miró a Ayame fijamente.
—Y bien, Ayame, ahora dime... —pronunció Kurama, casi saboreando las palabras—. ¿Has venido tú solita a Yukio o hay alguna otra ratita escondida ahí fuera?
El sonido de un trueno hendió el aire. Hacía tiempo que había dejado de nevar. A pesar de que la lógica indicase que de haber precipitaciones, estas volverían a ser en forma de copos de nieve, en Yukio se puso a llover.
Quizás se tratara de Amenokami. Aquél día, se encontraba especialmente triste.
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