20/08/2021, 19:21
(Última modificación: 20/08/2021, 20:11 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Pero la sonrisa de Kurama sólo se ensanchó aún más al escuchar su petición, y Ayame sintió un desagradable escalofrío. Tenía un mal presentimiento. El peor presentimiento que había sentido jamás. Pero nunca habría sido capaz de imaginar siquiera lo que estaba por suceder.
—¿Eso es lo que has venido a decir, Ayame? —rio Kurama, apartando momentáneamente el filo de la garganta de Yui—. ¿Bajo tu propia voluntad o bajo las órdenes de tu aldea, eh? No me lo digas —la interrumpió, antes de que pudiera responder por sí misma—. Puedo sentirlo. Ha sido bajo tu propia voluntad, sí... qué curioso. Caminando por las vías. Es un milagro que hayas llegado aquí sin morirte. Habría sido tristísimo, ¿verdad? Tenemos un pequeño dilema, Ayame. En realidad, unos pequeños dilemas. ¿Me permites que te cuente? Gracias, muy amable por tu parte?
Kurama comenzó entonces un pequeño monólogo sobre todos los problemas que se le venían encima.
Yui había continuado luchando después de que Ayame se marchara con Zetsuo y Kōri. Había tenido la victoria al alcance de la mano, había estado a punto de vencer a Kuroyuki. Pero al final su hielo oscuro había prevalecido, y la Tormenta ahora se encontraba en el peor estado que Ayame le había visto en su corta vida.
Las intenciones iniciales de Kurama habían sido las de utilizar su vida como moneda de cambio por la aldea de Amegakure, tal y como le había propuesto a Ayame durante su anterior captura. Pero parecía que se había dado cuenta de que Amekoro Yui jamás se rendiría tras la cesión de la aldea y el exilio de Shanise. Se había dado cuenta de que terminaría regresando junto a sus fieles para reclamar lo que era suyo por derecho, y entonces habría más guerras.
Incluso había tenido en cuenta que Ayame intentaría ofrecerse bajo cualquier precio con tal de salvarla. Pero su habilidad de teletransporte suponía una grave amenaza que Kurama no estaba dispuesto a pasar por alto. Ella quiso revolverse, al darse cuenta de la sombra que se estaba cirniendo sobre ella, del grave peligro que estaba corriendo. Quiso suplicar. Quiso ofrecer que le sellaran aquella técnica, o que la dejaran esposada para siempre si era necesario para que no pudiera utilizar el chakra nunca más. Pero entonces se desató lo impensable:
...PORQUE ASÍ PUEDO HACERTE SUFRIR.
Lo que sucedió a continuación fue como si lo estuviese soñando a cámara lenta. Kurama volvió a alzar la espada y, con un solo movimiento, el filo pasó a través del cuello de Yui como si no fuera más que mantequilla. Ante los desorbitados ojos de Ayame, la cabeza de su anterior Arashikage se separó de su cuerpo, cayó al suelo y rebotó una, dos y tres veces por los escalones de la tarima antes de precipitarse al interior del cráter.
Todo a su alrededor se había silenciado. Todo se había congelado. Sólo escuchaba la voz de Kurama repitiendo lo mismo una y otra vez en su mente. Ayame se había quedado paralizada, incapaz de comprender qué era lo que acababa de pasar. Hasta que algo se activó con un click en su cabeza. Amekoro Yui había muerto. Kurama la había asesinado.
—¡¡¡¡¡AAAAAAAAHHHHHH!!!!!
Ayame aulló con toda la fuerza de sus pulmones, rota de dolor. Todo a su alrededor comenzó a girar a toda velocidad de repente, y se sintió mareada. Sus piernas no la sostuvieron por más tiempo y cayó al suelo de rodillas entre arcadas y resuellos agitados. Lloraba y gritaba a partes iguales. Gimoteaba como una niña pequeña. Se revolvió contra sus grilletes, pero era inútil. Giró a su alrededor, buscando una vía de salida, pero se encontró completamente rodeada. Rendida, dolida y humillada, Ayame se dejó caer sobre la nieve sin dejar de sollozar. Había dejado atrás la seguridad de su hogar, había decidido ir sola a aquel sitio perdido en el norte abandonando tras su paso a sus compatriotas en el tren... Todo por salvar a Amekoro Yui. Pero ya no había Yui que salvar. Había fracasado por tercera vez. Sólo entonces se dio cuenta de lo estúpida que había sido. ¿De verdad creía que iba a tener alguna oportunidad de salvarla? ¿De verdad había llegado a creer que saldrían de allí ambas sanas y salvas? ¿Que le echaría la bronca por haber regresado a por ella pero después le daría las gracias? ¿Cómo había llegado a ser tan estúpida?
Kurama había formulado una pregunta, pero ella no había sido capaz de escucharla siquiera.
—¿Eso es lo que has venido a decir, Ayame? —rio Kurama, apartando momentáneamente el filo de la garganta de Yui—. ¿Bajo tu propia voluntad o bajo las órdenes de tu aldea, eh? No me lo digas —la interrumpió, antes de que pudiera responder por sí misma—. Puedo sentirlo. Ha sido bajo tu propia voluntad, sí... qué curioso. Caminando por las vías. Es un milagro que hayas llegado aquí sin morirte. Habría sido tristísimo, ¿verdad? Tenemos un pequeño dilema, Ayame. En realidad, unos pequeños dilemas. ¿Me permites que te cuente? Gracias, muy amable por tu parte?
Kurama comenzó entonces un pequeño monólogo sobre todos los problemas que se le venían encima.
Yui había continuado luchando después de que Ayame se marchara con Zetsuo y Kōri. Había tenido la victoria al alcance de la mano, había estado a punto de vencer a Kuroyuki. Pero al final su hielo oscuro había prevalecido, y la Tormenta ahora se encontraba en el peor estado que Ayame le había visto en su corta vida.
Las intenciones iniciales de Kurama habían sido las de utilizar su vida como moneda de cambio por la aldea de Amegakure, tal y como le había propuesto a Ayame durante su anterior captura. Pero parecía que se había dado cuenta de que Amekoro Yui jamás se rendiría tras la cesión de la aldea y el exilio de Shanise. Se había dado cuenta de que terminaría regresando junto a sus fieles para reclamar lo que era suyo por derecho, y entonces habría más guerras.
Incluso había tenido en cuenta que Ayame intentaría ofrecerse bajo cualquier precio con tal de salvarla. Pero su habilidad de teletransporte suponía una grave amenaza que Kurama no estaba dispuesto a pasar por alto. Ella quiso revolverse, al darse cuenta de la sombra que se estaba cirniendo sobre ella, del grave peligro que estaba corriendo. Quiso suplicar. Quiso ofrecer que le sellaran aquella técnica, o que la dejaran esposada para siempre si era necesario para que no pudiera utilizar el chakra nunca más. Pero entonces se desató lo impensable:
...PORQUE ASÍ PUEDO HACERTE SUFRIR.
Lo que sucedió a continuación fue como si lo estuviese soñando a cámara lenta. Kurama volvió a alzar la espada y, con un solo movimiento, el filo pasó a través del cuello de Yui como si no fuera más que mantequilla. Ante los desorbitados ojos de Ayame, la cabeza de su anterior Arashikage se separó de su cuerpo, cayó al suelo y rebotó una, dos y tres veces por los escalones de la tarima antes de precipitarse al interior del cráter.
«Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo...»
Todo a su alrededor se había silenciado. Todo se había congelado. Sólo escuchaba la voz de Kurama repitiendo lo mismo una y otra vez en su mente. Ayame se había quedado paralizada, incapaz de comprender qué era lo que acababa de pasar. Hasta que algo se activó con un click en su cabeza. Amekoro Yui había muerto. Kurama la había asesinado.
—¡¡¡¡¡AAAAAAAAHHHHHH!!!!!
Ayame aulló con toda la fuerza de sus pulmones, rota de dolor. Todo a su alrededor comenzó a girar a toda velocidad de repente, y se sintió mareada. Sus piernas no la sostuvieron por más tiempo y cayó al suelo de rodillas entre arcadas y resuellos agitados. Lloraba y gritaba a partes iguales. Gimoteaba como una niña pequeña. Se revolvió contra sus grilletes, pero era inútil. Giró a su alrededor, buscando una vía de salida, pero se encontró completamente rodeada. Rendida, dolida y humillada, Ayame se dejó caer sobre la nieve sin dejar de sollozar. Había dejado atrás la seguridad de su hogar, había decidido ir sola a aquel sitio perdido en el norte abandonando tras su paso a sus compatriotas en el tren... Todo por salvar a Amekoro Yui. Pero ya no había Yui que salvar. Había fracasado por tercera vez. Sólo entonces se dio cuenta de lo estúpida que había sido. ¿De verdad creía que iba a tener alguna oportunidad de salvarla? ¿De verdad había llegado a creer que saldrían de allí ambas sanas y salvas? ¿Que le echaría la bronca por haber regresado a por ella pero después le daría las gracias? ¿Cómo había llegado a ser tan estúpida?
Kurama había formulado una pregunta, pero ella no había sido capaz de escucharla siquiera.