21/08/2021, 19:46
Unos pies retumbando sobre los escalones, acercándose a ella. Ayame no se atrevió a moverse, ni siquiera cuando Kurama se colocó junto a ella. No pudo evitar, sin embargo, soltar un gemido de dolor cuando sintió una patada que la obligó a colocarse bocaabajo y la suela de una bota presionó su espalda contra el suelo.
—Ahh, sí. Sí, Ayame. Esto es lo que pasa cuando te enfrentas al próximo Emperador de Oonindo. Esto es lo que pasa cuando uno sigue defendiendo el mismo sistema inútil que casi extingue a la humanidad y que tanto sufrimiento nos causó, Kokuō —Kurama apretó su presión, como si Ayame no fuera más que un simple insecto que ha tenido la osadía de invadir su casa.
«Voy a morir...» Comprendió, entre lágrimas. Era una posibilidad que había contemplado desde el principio, pero al menos esperaba haber sido de utilidad y haber salvado a Yui antes de entregar su vida de aquella manera tan cruel y humillante.
—Ojalá pudiera contactar por vídeo con tu kage para enseñarle vuestras muertes en directo, Ayame. A toda tu familia. A tus amigos. Para romper sus voluntades por completo. Para declararles la guerra. Y para que la pierdan un segundo después.
«Voy a morir... Y voy a arrastrar a todos los demás conmigo...» Las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas sin cesar.
—Pero no puedo hacerlo, Ayame. Así que tendré que enviar un mensaje. Vuestras cabezas en un bonito paquete servirán. ¿Qué te parece? —se rio, de forma cruel y escalofriante, y la cabeza inerte de la Amekoro Yui le devolvió la mirada a Ayame, varios metros más allá. Una mirada vacía, donde antes habían restallado relámpagos y tormentas en sus ojos cristalinos. Ayame comenzó a jadear, aterrada, pero se veía incapaz de apartar la mirada.
—Bien. Hasta nunca, Ayame. Hasta luego, Kokuō. Espero que para entonces hayas aprendido la lección.
Kurama alzó su espada una vez más. Y Ayame ladeó la cabeza hacia él, no sin esfuerzo. A través de sus cabellos oscuros, Kurama podría ver un ojo turquesa inyectado en sangre que le miraba como si quisiera atravesarle con sus pupilas.
—Nos veremos en el Yomi, MONSTRUO.
El filo se precipitó contra el cuello de Ayame, y todo pareció teñirse de rojo antes de que una terrorífica oscuridad se apoderara de ella. Se hizo el silencio. Dejó de sentir frío. ¿Ya estaba? ¿Eso era la muerte? ¿Entonces por qué aún sentía los brazos agarrotados tras su espalda? ¿Por qué su corazón seguía bombeando en sus sienes como un tambor enfurecido? ¿Por qué...?
—¡Ayame!
Piernas a su alrededor. Ayame se revolvió, aterrorizada, gimoteando porque la dejaran en paz. Pero unos brazos la rodearon, impidiendo que se moviera...
Abrazándola.
—¡Ayame! ¿Qué ha pasado? Oh, gracias a Amenokami, gracias por haberme llamado, Zetsuo. Oh, dioses...
—Ayame...
—Ayame, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué volviste...?
—¡Hermana!
—¡Ayame! ¡Mi hija!
Sólo entonces reconoció el origen de aquellas voces, y fue como si todo a su alrededor se derrumbara como un castillo de naipes. Seguía viva. De algún modo, seguía viva.
Aunque también se sentía muerta por dentro.
Ayame se quedó petrificada mientras Aotsuki Zetsuo prácticamente la arrancaba de los brazos de Daruu y la estrechaba con fuerza contra él. A su espalda, unas manos heladas aferraron las esposas, que se quebraron con un característico tintineo de metal congelado.
—Joder... ¡Joder...! ¡Maldita sea, Ayame! —Siseaba el médico entre dientes, sollozando como sólo Kiroe podría haber visto. Una sola vez—. ¿Cómo se te ha ocurrido? ¡¿Cómo se te ha ocurrido?!
Pero Ayame no respondía a sus preguntas. Ni a las de Daruu. Ni a las de Kiroe. Sus ojos, inundados de lágrimas, manaban lágrimas de forma continua y miraban sin ver, más allá. En su mente, la cabeza sin cuerpo de Amekoro Yui seguía devolviéndole la mirada, el pie de Kurama seguía aplastándola contra el suelo y su filo seguía descendiendo sobre su cuello. Su mente seguía esperando la muerte, y sólo al cabo de varios largos segundos, su cuerpo reaccionó al fin. Se estremeció visiblemente en un aullido ahogado y se encogió sobre sí misma como una niña pequeña buscando protección tras una terrible pesadilla. Zetsuo enterró los dedos de una de sus manos entre sus cabellos, y con la otra buscó el hombro de Daruu.
—Gracias. Gracias por traerla de vuelta.
—Ahh, sí. Sí, Ayame. Esto es lo que pasa cuando te enfrentas al próximo Emperador de Oonindo. Esto es lo que pasa cuando uno sigue defendiendo el mismo sistema inútil que casi extingue a la humanidad y que tanto sufrimiento nos causó, Kokuō —Kurama apretó su presión, como si Ayame no fuera más que un simple insecto que ha tenido la osadía de invadir su casa.
«Voy a morir...» Comprendió, entre lágrimas. Era una posibilidad que había contemplado desde el principio, pero al menos esperaba haber sido de utilidad y haber salvado a Yui antes de entregar su vida de aquella manera tan cruel y humillante.
—Ojalá pudiera contactar por vídeo con tu kage para enseñarle vuestras muertes en directo, Ayame. A toda tu familia. A tus amigos. Para romper sus voluntades por completo. Para declararles la guerra. Y para que la pierdan un segundo después.
«Voy a morir... Y voy a arrastrar a todos los demás conmigo...» Las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas sin cesar.
—Pero no puedo hacerlo, Ayame. Así que tendré que enviar un mensaje. Vuestras cabezas en un bonito paquete servirán. ¿Qué te parece? —se rio, de forma cruel y escalofriante, y la cabeza inerte de la Amekoro Yui le devolvió la mirada a Ayame, varios metros más allá. Una mirada vacía, donde antes habían restallado relámpagos y tormentas en sus ojos cristalinos. Ayame comenzó a jadear, aterrada, pero se veía incapaz de apartar la mirada.
—Bien. Hasta nunca, Ayame. Hasta luego, Kokuō. Espero que para entonces hayas aprendido la lección.
Kurama alzó su espada una vez más. Y Ayame ladeó la cabeza hacia él, no sin esfuerzo. A través de sus cabellos oscuros, Kurama podría ver un ojo turquesa inyectado en sangre que le miraba como si quisiera atravesarle con sus pupilas.
—Nos veremos en el Yomi, MONSTRUO.
¡Zas!
El filo se precipitó contra el cuello de Ayame, y todo pareció teñirse de rojo antes de que una terrorífica oscuridad se apoderara de ella. Se hizo el silencio. Dejó de sentir frío. ¿Ya estaba? ¿Eso era la muerte? ¿Entonces por qué aún sentía los brazos agarrotados tras su espalda? ¿Por qué su corazón seguía bombeando en sus sienes como un tambor enfurecido? ¿Por qué...?
—¡Ayame!
Piernas a su alrededor. Ayame se revolvió, aterrorizada, gimoteando porque la dejaran en paz. Pero unos brazos la rodearon, impidiendo que se moviera...
Abrazándola.
—¡Ayame! ¿Qué ha pasado? Oh, gracias a Amenokami, gracias por haberme llamado, Zetsuo. Oh, dioses...
—Ayame...
—Ayame, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué volviste...?
—¡Hermana!
—¡Ayame! ¡Mi hija!
Sólo entonces reconoció el origen de aquellas voces, y fue como si todo a su alrededor se derrumbara como un castillo de naipes. Seguía viva. De algún modo, seguía viva.
Aunque también se sentía muerta por dentro.
Ayame se quedó petrificada mientras Aotsuki Zetsuo prácticamente la arrancaba de los brazos de Daruu y la estrechaba con fuerza contra él. A su espalda, unas manos heladas aferraron las esposas, que se quebraron con un característico tintineo de metal congelado.
—Joder... ¡Joder...! ¡Maldita sea, Ayame! —Siseaba el médico entre dientes, sollozando como sólo Kiroe podría haber visto. Una sola vez—. ¿Cómo se te ha ocurrido? ¡¿Cómo se te ha ocurrido?!
Pero Ayame no respondía a sus preguntas. Ni a las de Daruu. Ni a las de Kiroe. Sus ojos, inundados de lágrimas, manaban lágrimas de forma continua y miraban sin ver, más allá. En su mente, la cabeza sin cuerpo de Amekoro Yui seguía devolviéndole la mirada, el pie de Kurama seguía aplastándola contra el suelo y su filo seguía descendiendo sobre su cuello. Su mente seguía esperando la muerte, y sólo al cabo de varios largos segundos, su cuerpo reaccionó al fin. Se estremeció visiblemente en un aullido ahogado y se encogió sobre sí misma como una niña pequeña buscando protección tras una terrible pesadilla. Zetsuo enterró los dedos de una de sus manos entre sus cabellos, y con la otra buscó el hombro de Daruu.
—Gracias. Gracias por traerla de vuelta.