24/01/2016, 04:44
El esperado cenobita apareció, como llevado por la fría ráfaga de aire de recién, y acompañado por una, silenciosa y discreta, figura de negro. Ya lo tenían todo para ponerse en marcha, las armas, la fuerza y las intenciones. Con la marea subiendo de a poco y el tiempo apremiando, se dispusieron a partir. Entre todos empujaron el bote hasta el agua para poder abordarlo.
Avanzaban con lentitud desesperante, impulsados solo por la fuerza que eran capaces de proporcionar dos remos. Pero la marea les ayudaba haciendo que el ritmo fuera constante, sin pausas.
—Les explicare el plan —se giró hacia sus compañeros remeros para hablarles—. Ya he preparado nuestra entrada —señaló el pequeño barril y a la tapa en donde había colocado un sello explosivo—. En cuanto estemos pegados a ellos y bajen las escaleras, Karamaru, arrojaras con todas tus fuerzas la bomba por sobre la cubierta. En ese momento la detonare y aprovecharemos para abordar —en cuanto eso estuviera listo comenzaría lo más difícil—. En ese momento uno tendrá que ir al frente y otro a la parte de atrás. El que no consiga ni el dinero ni obstáculos ira hacia el lado opuesto en cuanto le sea posible —clavó su vista en quien sería su refuerzo—. Tú debes de quedarte en el bote, no podemos permitir que este se aleje, debe de estar aquí para cuando nos retiremos.
Escucho lo que tuvieran que decir ambos para luego seguir mirando al frente.
Todo estaba terriblemente calmado. Ya no había brisa que les rozara la cara, ni siquiera oleaje que sacudiera su nave, solo quedaba el esporádico chapotear de los remos al entrar y salir del agua. Kazuma se sentía extrañamente calmado, y aun así la sensación de ansiedad no lo abandonaba por completo. Se imaginó que aquellas eran las típicas misiones que les asignaban a los ninjas experimentados, su pan de cada día. Se imaginaba múltiples escenarios y cuáles podían ser sus posibles fallas. Sabía que las cosas jamás salían como se planeaban, por eso los shinobis tenían que aprender a mirar a través de la decepción, para estar preparados ante lo inesperado.
«Llegó la hora.» —Se encontraba sentado al frente, con una postura desordenada y cómoda, tratando de aparentar ser el pirata que sus ropas indicaban.
En cuanto estuvieron a unos diez metros de su objetivo una luz tenue similar a un faro los señalo. Mantuvo la calma e imito movimiento a movimiento las señas que le habían indicado. No tenía dudas de que fueran las correctas, pues al prisionero le había dejado claro lo que le pasaría si por casualidad no regresaba. Pudo ver como algunos hombre intercambiaban gestos antes de finalmente indicarles que se aproximaran. Habían conseguido el acercamiento inicial, ahora solo quedaba el resto. En cuanto bajaron la escalera de cuerda, todo estuvo listo.
—¡Ahora! —Le indico al monje para que arrojara la bomba que estaban ocultando.
Avanzaban con lentitud desesperante, impulsados solo por la fuerza que eran capaces de proporcionar dos remos. Pero la marea les ayudaba haciendo que el ritmo fuera constante, sin pausas.
—Les explicare el plan —se giró hacia sus compañeros remeros para hablarles—. Ya he preparado nuestra entrada —señaló el pequeño barril y a la tapa en donde había colocado un sello explosivo—. En cuanto estemos pegados a ellos y bajen las escaleras, Karamaru, arrojaras con todas tus fuerzas la bomba por sobre la cubierta. En ese momento la detonare y aprovecharemos para abordar —en cuanto eso estuviera listo comenzaría lo más difícil—. En ese momento uno tendrá que ir al frente y otro a la parte de atrás. El que no consiga ni el dinero ni obstáculos ira hacia el lado opuesto en cuanto le sea posible —clavó su vista en quien sería su refuerzo—. Tú debes de quedarte en el bote, no podemos permitir que este se aleje, debe de estar aquí para cuando nos retiremos.
Escucho lo que tuvieran que decir ambos para luego seguir mirando al frente.
Todo estaba terriblemente calmado. Ya no había brisa que les rozara la cara, ni siquiera oleaje que sacudiera su nave, solo quedaba el esporádico chapotear de los remos al entrar y salir del agua. Kazuma se sentía extrañamente calmado, y aun así la sensación de ansiedad no lo abandonaba por completo. Se imaginó que aquellas eran las típicas misiones que les asignaban a los ninjas experimentados, su pan de cada día. Se imaginaba múltiples escenarios y cuáles podían ser sus posibles fallas. Sabía que las cosas jamás salían como se planeaban, por eso los shinobis tenían que aprender a mirar a través de la decepción, para estar preparados ante lo inesperado.
«Llegó la hora.» —Se encontraba sentado al frente, con una postura desordenada y cómoda, tratando de aparentar ser el pirata que sus ropas indicaban.
En cuanto estuvieron a unos diez metros de su objetivo una luz tenue similar a un faro los señalo. Mantuvo la calma e imito movimiento a movimiento las señas que le habían indicado. No tenía dudas de que fueran las correctas, pues al prisionero le había dejado claro lo que le pasaría si por casualidad no regresaba. Pudo ver como algunos hombre intercambiaban gestos antes de finalmente indicarles que se aproximaran. Habían conseguido el acercamiento inicial, ahora solo quedaba el resto. En cuanto bajaron la escalera de cuerda, todo estuvo listo.
—¡Ahora! —Le indico al monje para que arrojara la bomba que estaban ocultando.