24/08/2021, 00:59
(Última modificación: 24/08/2021, 01:01 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—Ya lo he hecho tres veces —respondió Daruu, con los ojos llorosos—. Lo volveré a hacer una cuarta, una quinta. Las veces que sean necesarias.
Zetsuo asintió, serio. Daruu estaba acostumbrado a verlo serio, pero aquella seriedad iba más allá de lo que era habitual en el médico. Era una seriedad que mezclaba preocupación, enfado, sombras... El hombre apoyó las manos en los hombros de su sollozante hija y la obligó a apartarse de él para observar mejor su estado: Piel pálida como la cera, sucia y magullada. Sus ojos estaban perdidos en algún punto en el infinito, seguramente rememorando una y otra vez los sucesos que había vivido en el norte. No presentaba heridas de gravedad, más allá de las contusiones; pero sí tiritaba sin cesar. Ella no parecía notarlo, pero cuando Zetsuo apoyó la mano en su mejilla, se dio cuenta de que estaba congelada. Presentaba claros signos de hipotermia. Zetsuo frunció el ceño y, pasando los brazos por debajo de sus rodillas y su espalda, la alzó en vuelo.
—Kiroe, necesito utilizar tu cuarto de baño. Ayame necesita un baño caliente y ropa limpia y cálida.
También tenía que hablar con ella, extraer información, pero todo a su debido tiempo. Pero, de repente, Ayame se agarró a su camiseta con desesperación.
—De... Detén el tren... —murmuró, con un hilo de voz tan débil que Zetsuo apenas fue capaz de escucharla—. No... No dejes que los maten... A ellos también... Yokuna... Todos...
Kōri se levantó como un resorte.
—El ferrocarril que iba hacia el norte, ¿qué hacemos para detenerlo? Los comunicadores no llegan tan lejos y ya debían de estar llegando a Yukio.
Zetsuo se volvió hacia Ayame, pero la muchacha había terminado por colapsar y había caído inconsciente.
—Joder...
Zetsuo asintió, serio. Daruu estaba acostumbrado a verlo serio, pero aquella seriedad iba más allá de lo que era habitual en el médico. Era una seriedad que mezclaba preocupación, enfado, sombras... El hombre apoyó las manos en los hombros de su sollozante hija y la obligó a apartarse de él para observar mejor su estado: Piel pálida como la cera, sucia y magullada. Sus ojos estaban perdidos en algún punto en el infinito, seguramente rememorando una y otra vez los sucesos que había vivido en el norte. No presentaba heridas de gravedad, más allá de las contusiones; pero sí tiritaba sin cesar. Ella no parecía notarlo, pero cuando Zetsuo apoyó la mano en su mejilla, se dio cuenta de que estaba congelada. Presentaba claros signos de hipotermia. Zetsuo frunció el ceño y, pasando los brazos por debajo de sus rodillas y su espalda, la alzó en vuelo.
—Kiroe, necesito utilizar tu cuarto de baño. Ayame necesita un baño caliente y ropa limpia y cálida.
También tenía que hablar con ella, extraer información, pero todo a su debido tiempo. Pero, de repente, Ayame se agarró a su camiseta con desesperación.
—De... Detén el tren... —murmuró, con un hilo de voz tan débil que Zetsuo apenas fue capaz de escucharla—. No... No dejes que los maten... A ellos también... Yokuna... Todos...
Kōri se levantó como un resorte.
—El ferrocarril que iba hacia el norte, ¿qué hacemos para detenerlo? Los comunicadores no llegan tan lejos y ya debían de estar llegando a Yukio.
Zetsuo se volvió hacia Ayame, pero la muchacha había terminado por colapsar y había caído inconsciente.
—Joder...