25/08/2021, 12:49
(Última modificación: 25/08/2021, 12:55 por Aotsuki Ayame. Editado 3 veces en total.)
—Esperad —intervino Daruu, después de deambular arriba y abajo durante varios y largos segundos durante los cuales las ideas iban y venían como nubes en el cielo. Aunque eran más las que iban que las que venían... El chico se acercó un poco a Ayame—. Kokuō. Kokuō. ¿Puedes oírme? ¿Puedes tomar el control?
Zetsuo frunció el ceño en un brusco rictus de desaprobación.
—Joder, ¡¿crees que es el mejor momento para...?!
Pero el Hyūga le ignoró, se puso de rodillas y juntó las palmas de las manos en una súplica.
—Kokuō. Hazlo por un segundo. Usa el Bijū Bunshin. Sal y quédate conmigo y con Kōri. Ayúdanos... aunque sea por Ayame.
El silencio inundó la casa. Pasó un segundo. Pasaron dos. Incluso tres. Y cuando Zetsuo resopló y se dispuso a darse media vuelta para atender a su maltrecha hija, las temblorosas manos de Ayame se entrelazaron lentamente en sello de la clonación. Una pequeña nube de humo estalló entre el médico y el Hyūga. Tras ella, una réplica exacta de Ayame con los cabellos blancos, los ojos agumarina y las sombras de los párpados inferiores teñidas de rojo carmesí. Su mirada distaba mucho de su habitual calma. Estaba airada, furiosa. Y no hacía nada por disimularlo. Apoyó la mano en el hombro de Ayame, apretándolo con suavidad, y entonces se volvió hacia el resto de los allí presentes.
—Lo siento, Daruu, pero no puedo quedarme con ustedes. El tiempo apremia —Sus manos comenzaron a entrelazarse—. La señorita dejó una marca en el ferrocarril antes de marchar por si... Bueno, por si necesitaba volver. Regresaré enseguida, yo no necesito otra marca para volver.
»Ah, no se acostumbren a esto. Lo hago por ella, no por ustedes. Suficientemente rota está ya.
Un destello rojo inundó la habitación con la última palmada, y Kokuō desapareció sin más. Si todo iba bien, aparecería en el mismo vagón del ferrocarril por el que Ayame se había escapado la última vez. ¿Pero con qué estampa se encontraría?
—Gilipollas —gruñó Zetsuo, entre dientes, antes de comenzar a subir junto a Kiroe.
—. . . —Kōri sólo guardó silencio.
Zetsuo frunció el ceño en un brusco rictus de desaprobación.
—Joder, ¡¿crees que es el mejor momento para...?!
Pero el Hyūga le ignoró, se puso de rodillas y juntó las palmas de las manos en una súplica.
—Kokuō. Hazlo por un segundo. Usa el Bijū Bunshin. Sal y quédate conmigo y con Kōri. Ayúdanos... aunque sea por Ayame.
El silencio inundó la casa. Pasó un segundo. Pasaron dos. Incluso tres. Y cuando Zetsuo resopló y se dispuso a darse media vuelta para atender a su maltrecha hija, las temblorosas manos de Ayame se entrelazaron lentamente en sello de la clonación. Una pequeña nube de humo estalló entre el médico y el Hyūga. Tras ella, una réplica exacta de Ayame con los cabellos blancos, los ojos agumarina y las sombras de los párpados inferiores teñidas de rojo carmesí. Su mirada distaba mucho de su habitual calma. Estaba airada, furiosa. Y no hacía nada por disimularlo. Apoyó la mano en el hombro de Ayame, apretándolo con suavidad, y entonces se volvió hacia el resto de los allí presentes.
—Lo siento, Daruu, pero no puedo quedarme con ustedes. El tiempo apremia —Sus manos comenzaron a entrelazarse—. La señorita dejó una marca en el ferrocarril antes de marchar por si... Bueno, por si necesitaba volver. Regresaré enseguida, yo no necesito otra marca para volver.
»Ah, no se acostumbren a esto. Lo hago por ella, no por ustedes. Suficientemente rota está ya.
Un destello rojo inundó la habitación con la última palmada, y Kokuō desapareció sin más. Si todo iba bien, aparecería en el mismo vagón del ferrocarril por el que Ayame se había escapado la última vez. ¿Pero con qué estampa se encontraría?
—Gilipollas —gruñó Zetsuo, entre dientes, antes de comenzar a subir junto a Kiroe.
—. . . —Kōri sólo guardó silencio.