25/08/2021, 23:58
—Por favor, cuidad de Ayame —la última súplica de Daruu detuvo momentáneamente a Zetsuo una última vez.
—Eso siempre —musitó, antes de desaparecer con Kiroe y Chiiro.
Daruu se dejó caer sobre una de las sillas de la pastelería, ahora cerrada al público. Kōri, ya sin su brazo de hielo, se sentó justo enfrente, su rostro igual de inexpresivo que siempre. Aunque por dentro le invadía una amarga preocupación.
—Yui. Siempre fue demasiado orgullosa. Pero fue una buena líder... —comentó Daruu.
Kōri clavó en él sus ojos gélidos.
—Ya la das por muerta —observó. Y entonces lanzó un largo suspiro—. A quién vamos a engañar. Desde que decidió soltarse, poco había que hacer ya. Pero Ayame no podía dejarla. Tendría que haber visto venir que haría algo así.
—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó Daruu, alzando la cabeza hacia él—. Habrá guerra.
Kōri tardó algunos segundos en responder.
—Shanise-sama se alzará como nueva Tormenta. Alguien tendrá que tomar el puesto de nuevo Arashikage... Y, sí, habrá guerra contra el ejército de Kurama. Se vienen tiempos duros, Daruu. Más nos vale estar preparados.
Los vapores del agua caliente llenaban el cuarto de baño, dificultando la respiración y empañando los espejos. Con ayuda de Kiroe y de Chiiro, Zetsuo había desvestido a Ayame y la había sumergido en la bañera. Tras varios minutos en agua caliente, el color de su piel había mejorado notablemente y ya no tiritaba de aquella manera tan violenta.
Ahora, en completo silencio, Zetsuo pasaba una esponja por su piel, limpiándola con una delicadeza que no parecía encajar para nada con su usual carácter. Kiroe se derrumbó sobre la taza del váter, sollozando.
—¡Mamá! —exclamó Chiiro, acercándose a ella y tirándole del pantalón—. ¿Qué pasa? ¡No llores, por favor! ¡Ayame estará bien!
«Físicamente, quizás.» Zetsuo se mordió el labio inferior, sin apartar los ojos de su hija. La conocía demasiado bien, y sabía el impacto que debía haber tenido todo por lo que había pasado en su endeble espíritu. Ayame jamás se había enfrentado a una situación así. ¿Cómo saldría de ella? Ni él mismo podía hacer una predicción al respecto. Pero sabía que iba a necesitar ayuda. Mucha ayuda.
—Nada está bien. Nada está bien —repetía Kiroe—. No me lo puedo creer... por qué se soltó... por qué esa endiablada mujer se soltó...
Zetsuo no supo qué responder en un principio. Apretaba las mandíbulas, lleno de rabia, y de un momento a otro golpeó la pared del baño con uno de sus puños apretados.
—¡Maldita sea! ¡Joder! ¿Cómo hemos llegado a esto? —blasfemó, con los nervios a flor de piel. Yui había muerto. Hacía apenas un día se había presentado en su propia casa para llevarse a Ayame en aquella condenada misión. ¿Cuándo se habían torcido tanto las cosas?
Zetsuo respiró hondo varias veces, intentando serenarse. Su pecho subía y bajaba con cada respiración, dejando escapar un ligero gruñido. No. No podía calmarse. No cuando Amekoro Yui había muerto. No cuando un maldito zorro de nueve colas la había asesinado. No cuando ese puto bijū estaba detrás de su hija y había estado a punto de matarla... Por segunda vez.
No habría un tercer intento.
—No voy a quitarte los ojos de encima. Aunque me odies por ello —le dijo en voz baja a Ayame, aunque ella no podría responderle—. No dejaré que te vayas de nuevo sola.
—Eso siempre —musitó, antes de desaparecer con Kiroe y Chiiro.
Daruu se dejó caer sobre una de las sillas de la pastelería, ahora cerrada al público. Kōri, ya sin su brazo de hielo, se sentó justo enfrente, su rostro igual de inexpresivo que siempre. Aunque por dentro le invadía una amarga preocupación.
—Yui. Siempre fue demasiado orgullosa. Pero fue una buena líder... —comentó Daruu.
Kōri clavó en él sus ojos gélidos.
—Ya la das por muerta —observó. Y entonces lanzó un largo suspiro—. A quién vamos a engañar. Desde que decidió soltarse, poco había que hacer ya. Pero Ayame no podía dejarla. Tendría que haber visto venir que haría algo así.
—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó Daruu, alzando la cabeza hacia él—. Habrá guerra.
Kōri tardó algunos segundos en responder.
—Shanise-sama se alzará como nueva Tormenta. Alguien tendrá que tomar el puesto de nuevo Arashikage... Y, sí, habrá guerra contra el ejército de Kurama. Se vienen tiempos duros, Daruu. Más nos vale estar preparados.
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Los vapores del agua caliente llenaban el cuarto de baño, dificultando la respiración y empañando los espejos. Con ayuda de Kiroe y de Chiiro, Zetsuo había desvestido a Ayame y la había sumergido en la bañera. Tras varios minutos en agua caliente, el color de su piel había mejorado notablemente y ya no tiritaba de aquella manera tan violenta.
Ahora, en completo silencio, Zetsuo pasaba una esponja por su piel, limpiándola con una delicadeza que no parecía encajar para nada con su usual carácter. Kiroe se derrumbó sobre la taza del váter, sollozando.
—¡Mamá! —exclamó Chiiro, acercándose a ella y tirándole del pantalón—. ¿Qué pasa? ¡No llores, por favor! ¡Ayame estará bien!
«Físicamente, quizás.» Zetsuo se mordió el labio inferior, sin apartar los ojos de su hija. La conocía demasiado bien, y sabía el impacto que debía haber tenido todo por lo que había pasado en su endeble espíritu. Ayame jamás se había enfrentado a una situación así. ¿Cómo saldría de ella? Ni él mismo podía hacer una predicción al respecto. Pero sabía que iba a necesitar ayuda. Mucha ayuda.
—Nada está bien. Nada está bien —repetía Kiroe—. No me lo puedo creer... por qué se soltó... por qué esa endiablada mujer se soltó...
Zetsuo no supo qué responder en un principio. Apretaba las mandíbulas, lleno de rabia, y de un momento a otro golpeó la pared del baño con uno de sus puños apretados.
—¡Maldita sea! ¡Joder! ¿Cómo hemos llegado a esto? —blasfemó, con los nervios a flor de piel. Yui había muerto. Hacía apenas un día se había presentado en su propia casa para llevarse a Ayame en aquella condenada misión. ¿Cuándo se habían torcido tanto las cosas?
Zetsuo respiró hondo varias veces, intentando serenarse. Su pecho subía y bajaba con cada respiración, dejando escapar un ligero gruñido. No. No podía calmarse. No cuando Amekoro Yui había muerto. No cuando un maldito zorro de nueve colas la había asesinado. No cuando ese puto bijū estaba detrás de su hija y había estado a punto de matarla... Por segunda vez.
No habría un tercer intento.
—No voy a quitarte los ojos de encima. Aunque me odies por ello —le dijo en voz baja a Ayame, aunque ella no podría responderle—. No dejaré que te vayas de nuevo sola.