30/08/2021, 22:04
Kiroe, en una esquina de su habitación, observaba preocupada a Zetsuo. El médico se había quedado mirando a su hija fíjamente con ojos vidriosos diez largos minutos, los cuales transcurrieron en completo silencio. A su lado, Chiiro alternaba miradas con él, con ella y con Ayame, asustada.
—Kiroe, puedes volver. Me quedaré aquí con ella hasta que despierte —decidió al fin Zetsuo.
Kiroe se lo pensó muy bien antes de hablar.
—Zetsuo, te entiendo. No obstante, siendo esta mi propia habitación y siendo tu hija... parte de mi familia —titubeó—, no voy a irme muy lejos. Estaremos en el salón. No dudes en llamar si necesitas algo.
La pastelera tiró de la mano de Chiiro con delicadeza pero con decisión, y cerró la puerta tras de sí después de dejarles solos.
Kōri se puso de pie y le mantivo la mirada a Daruu. Sin saber por qué, el amejin sintió un escalofrío. De repente, tuvo miedo.
Pero el miedo estaba para enfrentarlo.
—Proponerte como Rokudaime Arashikage... Estás a punto de meterte en el ojo de la tormenta.
—Lo sé.
—Vas a ser otro punto de mira en el ojo de Kurama.
—Lo sé.
—A Ayame no va a hacerle ninguna gracia...
—...lo sé.
Kōri cerró los ojos con un suspiro, y la temperatura pareció descender bruscamente varios grados más. Para cuando volvió a abrirlos, sus iris gélidos brillaban como nunca antes lo habían hecho. Brillaban con la fuerza de un iceberg bajo la luz de la luna llena. Daruu trató de mantener la compostura, pero empezaba a sentirse de verdad en el ojo de una tormenta. De nieve.
—¿Y crees que es tan sencillo como eso?
—No.
—¿Crees que puedes decir de la noche a la mañana que te colocarás el sombrero de Arashikage y toda la aldea doblará la rodilla ante ti?
—No.
»Primero vas a tener que demóstrarmelo a mí. A tu sensei. Demuestra que eres digno de ese Sombrero o yo mismo te lo arrancaré de la cabeza.
Daruu relajó la postura e intercambió el peso de un pie al otro del cuerpo un par de veces.
—Vaya —dijo, al cabo de unos segundos—. Esa frase es más propia de Zetsuo que de ti. Das miedo, sensei. —Intentó que sonara divertido, pero le tembló la voz. Hizo el amago de darle un codazo amistoso dando un paso hacia él, pero se quedó a medio camino y sólo lo hizo parecer más raro. Suspiró y abatió los hombros—. ¿Sabes? Le prometí un combate. A ella —dijo—. Me quedaré con la ilusión para siempre. Pero también quería medirme contra ti, sensei. Desde hace mucho tiempo. No sabes cuánto. —Sonrió, afable—. Kōri-sensei. Ayame tardará un tiempo en recuperar la compostura, y seguro que Shanise no se conforma con un quizá, por mucho que todos sepamos lo que ha ocurrido. Podemos tener este duelo ahora. Quizás me ayude a... relajarme. —Sintió una punzada de dolor en el pecho. Toda la tristeza ahora era furia. Todo el miedo ahora era energía—. Pero si prefieres esperar, quiero que sepas que yo no lo haré, y en cuanto se confirmen nuestras sospechas me ofreceré a la señora Arashikage... Tormenta.
Daruu quería más que nadie que Yui siguiese viva. Pero en el fondo de su corazón había dejado de llovar, como en los peores días que había visto Amegakure.
De hecho, hacía un sol radiante.
—Kiroe, puedes volver. Me quedaré aquí con ella hasta que despierte —decidió al fin Zetsuo.
Kiroe se lo pensó muy bien antes de hablar.
—Zetsuo, te entiendo. No obstante, siendo esta mi propia habitación y siendo tu hija... parte de mi familia —titubeó—, no voy a irme muy lejos. Estaremos en el salón. No dudes en llamar si necesitas algo.
La pastelera tiró de la mano de Chiiro con delicadeza pero con decisión, y cerró la puerta tras de sí después de dejarles solos.
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Kōri se puso de pie y le mantivo la mirada a Daruu. Sin saber por qué, el amejin sintió un escalofrío. De repente, tuvo miedo.
Pero el miedo estaba para enfrentarlo.
—Proponerte como Rokudaime Arashikage... Estás a punto de meterte en el ojo de la tormenta.
—Lo sé.
—Vas a ser otro punto de mira en el ojo de Kurama.
—Lo sé.
—A Ayame no va a hacerle ninguna gracia...
—...lo sé.
Kōri cerró los ojos con un suspiro, y la temperatura pareció descender bruscamente varios grados más. Para cuando volvió a abrirlos, sus iris gélidos brillaban como nunca antes lo habían hecho. Brillaban con la fuerza de un iceberg bajo la luz de la luna llena. Daruu trató de mantener la compostura, pero empezaba a sentirse de verdad en el ojo de una tormenta. De nieve.
—¿Y crees que es tan sencillo como eso?
—No.
—¿Crees que puedes decir de la noche a la mañana que te colocarás el sombrero de Arashikage y toda la aldea doblará la rodilla ante ti?
—No.
»Primero vas a tener que demóstrarmelo a mí. A tu sensei. Demuestra que eres digno de ese Sombrero o yo mismo te lo arrancaré de la cabeza.
Daruu relajó la postura e intercambió el peso de un pie al otro del cuerpo un par de veces.
—Vaya —dijo, al cabo de unos segundos—. Esa frase es más propia de Zetsuo que de ti. Das miedo, sensei. —Intentó que sonara divertido, pero le tembló la voz. Hizo el amago de darle un codazo amistoso dando un paso hacia él, pero se quedó a medio camino y sólo lo hizo parecer más raro. Suspiró y abatió los hombros—. ¿Sabes? Le prometí un combate. A ella —dijo—. Me quedaré con la ilusión para siempre. Pero también quería medirme contra ti, sensei. Desde hace mucho tiempo. No sabes cuánto. —Sonrió, afable—. Kōri-sensei. Ayame tardará un tiempo en recuperar la compostura, y seguro que Shanise no se conforma con un quizá, por mucho que todos sepamos lo que ha ocurrido. Podemos tener este duelo ahora. Quizás me ayude a... relajarme. —Sintió una punzada de dolor en el pecho. Toda la tristeza ahora era furia. Todo el miedo ahora era energía—. Pero si prefieres esperar, quiero que sepas que yo no lo haré, y en cuanto se confirmen nuestras sospechas me ofreceré a la señora Arashikage... Tormenta.
Daruu quería más que nadie que Yui siguiese viva. Pero en el fondo de su corazón había dejado de llovar, como en los peores días que había visto Amegakure.
De hecho, hacía un sol radiante.