1/09/2021, 20:57
Invierno del 220. Dos largas estaciones habían transcurrido desde que Umikiba Kaido rompió las ataduras que le mantenían como un exiliado y regresó, después de casi dos largos años, a su verdadero hogar. Amegakure le recibió de nuevo con los brazos abiertos, y aunque existían, desde luego, un buen puñado de escépticos que no verían con buenos ojos —al menos no tan rápido—. su retorno, el ex-dragón Rojo no podía estar sino agradecido: con Yui, con Daruu, con Ayame. En los momentos donde todos ellos podían dudar, ninguno lo hizo. Y por eso, estaba en donde estaba. Con su bandana ninja en mano. Con su chaleco de chūnin a disposición. Y ahora, después de tanto tiempo, viajando a otro país en representación de la mismísima Amegakure para una misión.
Resultó curioso, no obstante, que su primer destino fuese el País del Viento. Aquél viaje resultó agridulce, siendo que allí en los vastos desiertos que circundaban Inaka; fue donde empezó todo. Zaide, La Prisión del Yermo, Comadreja. Casi que le parecía que hubiera sido ayer cuando se infiltró en la también llamada tumba de arena dispuesto a matar a ese Uchiha siendo el resultado, ya conocido por todos, uno enteramente distinto al planeado.
Una poderosa ventisca de viento se arremolinó en la ventana y sacó a Kaido de su ensimismamiento. El amenio, ataviado de oscuros harapos que ocultaban su particular color, se levantó de la silla y miró el reloj de pared del tren. Ya es hora, se dijo. Pronto abandonó los vagones comunes, y fue a parar en uno privado, dispuesto única y exclusivamente para reunirse él y su contacto.
Una señorita de pelos color fuego aguardaba sentada en el vagón. A Kaido no le resultó extraño que luciera tan joven siendo que él apenas cumpliría los 18 en unas semanas, y que en su vida como shinobi había visto a tanto infante ser partícipe de situaciones impropias para un niño que ya era algo normal.
—¿Con quién tengo el gusto? —dijo, a modo de introducción.
Resultó curioso, no obstante, que su primer destino fuese el País del Viento. Aquél viaje resultó agridulce, siendo que allí en los vastos desiertos que circundaban Inaka; fue donde empezó todo. Zaide, La Prisión del Yermo, Comadreja. Casi que le parecía que hubiera sido ayer cuando se infiltró en la también llamada tumba de arena dispuesto a matar a ese Uchiha siendo el resultado, ya conocido por todos, uno enteramente distinto al planeado.
Una poderosa ventisca de viento se arremolinó en la ventana y sacó a Kaido de su ensimismamiento. El amenio, ataviado de oscuros harapos que ocultaban su particular color, se levantó de la silla y miró el reloj de pared del tren. Ya es hora, se dijo. Pronto abandonó los vagones comunes, y fue a parar en uno privado, dispuesto única y exclusivamente para reunirse él y su contacto.
. . .
Una señorita de pelos color fuego aguardaba sentada en el vagón. A Kaido no le resultó extraño que luciera tan joven siendo que él apenas cumpliría los 18 en unas semanas, y que en su vida como shinobi había visto a tanto infante ser partícipe de situaciones impropias para un niño que ya era algo normal.
—¿Con quién tengo el gusto? —dijo, a modo de introducción.
