2/09/2021, 02:43
El gyojin cogió el mapa, lo abrió y dejó que Homura hiciera lo suyo.
—Este tren se dirige a la estación de Pueblo Ceniza, un punto fronterizo entre el Viento y el Fuego. Partiendo desde aquí, seguirás una ruta 220 grados al suroeste donde encontrarás el campamento de refugiados de la pandilla de Bandō. Ellos van y vienen constantemente, ayudando a la gente a cruzar el Río de Oro. Cuando te encuentres con ellos, te pedirán una contraseña a lo que debes responder: "Rojo en la noche, negro durante el día" Y les dices que vas de parte mía. No son muy formales que se diga. Si no te creen con todo y esto, pégale un golpe en la cara al más alto que veas y dile que le aumentaré 300 ryō a la deuda por idiota— Sacó un marcador y empezó a señalar distintas zonas. —De ahí, ellos deberían ponerte al tanto de como te llevarán al otro lado a través de las bifurcaciones del río y los sitios que debes evitar.
Hasta allí, todo bien. Sí. Los pronósticos de supervivencia aumentaban con las nuevas indicaciones. Claro que ahora mismo los tiempos hilaban fino y, lamentablemente, le iba a tomar más días de lo que esperado, eso si es que todo salía bien. Pensando que podría tener contratiempos en el camino —algo le hacía sentir certeza de que así sería—, pues podría tomarle incluso un poco más. ¿Una semana, tal vez? ¿tendría Bandō tanto tiempo, todavía? ¿qué le aseguraba que la guerrilla no le había sacado ya la información y ya su cuerpo estaba pudriéndose entre las dunas de arena?
Tsk. Tendría que averiguarlo él mismo.
Kaido guardó ambos mapas y se dispuso a seguir a Homura, no antes de cubrirse la cabeza nuevamente con la capucha. Bajó del tren, y a paso agigantado, trató de seguirle el paso a la mujer, que se movía con la premura de quien se sabe a contratiempo. Poco después acabaron en una pequeña casita, tan derruida como el resto de casas allí en Ceniza, llevándolo hasta lo que, creía ella, podía ser ese medio de transporte que Kaido pensaba no iba a tener. Se trataba de un caballo enorme. Una portentosa bestia de grandes proporciones. Negro como el mismísimo abismo, de frondodos pelajes y patas que se asemejaban más a yunques que a eso, unas patas. Kaido le miró exacerbado y con respeto. Como cuando una bestia reconoce a otra.
El escualo sonrió. ¿Que no iba a poder dormar a Galante, decía?
El amenio se retiró la capucha y dejó que el animal le viera bien la cara. Hizo contacto visual, y se acercó a paso lento hacia él, con la mano levantada. Asegurándole de que no le iba a hacer daño, y que el respeto que le tenía, de bestia a bestia, estaba ahí, presente. Esperaba que aquello fuera suficiente en un principio para que se dejase montar.
—Este tren se dirige a la estación de Pueblo Ceniza, un punto fronterizo entre el Viento y el Fuego. Partiendo desde aquí, seguirás una ruta 220 grados al suroeste donde encontrarás el campamento de refugiados de la pandilla de Bandō. Ellos van y vienen constantemente, ayudando a la gente a cruzar el Río de Oro. Cuando te encuentres con ellos, te pedirán una contraseña a lo que debes responder: "Rojo en la noche, negro durante el día" Y les dices que vas de parte mía. No son muy formales que se diga. Si no te creen con todo y esto, pégale un golpe en la cara al más alto que veas y dile que le aumentaré 300 ryō a la deuda por idiota— Sacó un marcador y empezó a señalar distintas zonas. —De ahí, ellos deberían ponerte al tanto de como te llevarán al otro lado a través de las bifurcaciones del río y los sitios que debes evitar.
Hasta allí, todo bien. Sí. Los pronósticos de supervivencia aumentaban con las nuevas indicaciones. Claro que ahora mismo los tiempos hilaban fino y, lamentablemente, le iba a tomar más días de lo que esperado, eso si es que todo salía bien. Pensando que podría tener contratiempos en el camino —algo le hacía sentir certeza de que así sería—, pues podría tomarle incluso un poco más. ¿Una semana, tal vez? ¿tendría Bandō tanto tiempo, todavía? ¿qué le aseguraba que la guerrilla no le había sacado ya la información y ya su cuerpo estaba pudriéndose entre las dunas de arena?
Tsk. Tendría que averiguarlo él mismo.
Kaido guardó ambos mapas y se dispuso a seguir a Homura, no antes de cubrirse la cabeza nuevamente con la capucha. Bajó del tren, y a paso agigantado, trató de seguirle el paso a la mujer, que se movía con la premura de quien se sabe a contratiempo. Poco después acabaron en una pequeña casita, tan derruida como el resto de casas allí en Ceniza, llevándolo hasta lo que, creía ella, podía ser ese medio de transporte que Kaido pensaba no iba a tener. Se trataba de un caballo enorme. Una portentosa bestia de grandes proporciones. Negro como el mismísimo abismo, de frondodos pelajes y patas que se asemejaban más a yunques que a eso, unas patas. Kaido le miró exacerbado y con respeto. Como cuando una bestia reconoce a otra.
El escualo sonrió. ¿Que no iba a poder dormar a Galante, decía?
El amenio se retiró la capucha y dejó que el animal le viera bien la cara. Hizo contacto visual, y se acercó a paso lento hacia él, con la mano levantada. Asegurándole de que no le iba a hacer daño, y que el respeto que le tenía, de bestia a bestia, estaba ahí, presente. Esperaba que aquello fuera suficiente en un principio para que se dejase montar.
