25/01/2016, 23:15
No se había percatado de su presencia hasta entonces, pero Daruu y su madre se encontraban bajo las ramas de aquel enorme roble. Y parecían estar esperándolos a ellos. ¿Por qué?
Ninguno de los dos había cambiado desde la última vez que los vio. Se le antojaba extraño verla sin el clásico delantal que siempre llevaba en su famosa pastelería, pero Kiroe seguía siendo aquella mujer de apariencia bondadosa, ojos de un exótico color púrpura y cabellos oscuros que recordaba. Y Daruu seguía siendo aquel chico...
Se sonrojó ligeramente cuando un lejano recuerdo acudió a su memoria.
Zetsuo no parecía haberse dado cuenta. Tenía sus rapaces ojos aguamarina clavados en el muchacho en un gesto nada amigable, y Daruu parecía hacer todo lo posible por evitar su mirada.
—Ho-hola, ¡Zetsuo-dono! Kori-san. Ayame...-san. —saludó con timidez
—Vamos Daruu, si son vecinos de toda la vida —se apresuró por apremiar Kiroe.
Ayame, que había agachado aún más la cabeza, se sobresaltó bruscamente cuando sintió que alguien removía sus cabellos. El gesto le había pillado por sorpresa, y no se había dado cuenta de que Kiroe se había acercado a ella hasta que prácticamente la tenía encima.
—Oiii, ¿qué te pasa, Ayame-chan? Tienes mala carilla.
El gesto, cariñoso como el de una madre, había creado un ardiente nudo en la base de su garganta.
—Y... yo... yo... —jadeó, y en ese instante se sintió que iba a echarse a llorar en cualquier momento.
—Está nerviosa por el torneo —intervino Zetsuo rápidamente.
En aquella ocasión, no era él quien tenía sus ojos clavados en ella. Era Kōri quien la miraba con una intensidad que raras veces había visto en él. Pero su rostro seguía igual de impasivo, y Ayame terminó por agachar aún más la cabeza, abrumada al haberse convertido en el centro de atención repentinamente.
—Deberíamos ponernos en camino. O anochecerá antes de que lleguemos.
Ninguno de los dos había cambiado desde la última vez que los vio. Se le antojaba extraño verla sin el clásico delantal que siempre llevaba en su famosa pastelería, pero Kiroe seguía siendo aquella mujer de apariencia bondadosa, ojos de un exótico color púrpura y cabellos oscuros que recordaba. Y Daruu seguía siendo aquel chico...
Se sonrojó ligeramente cuando un lejano recuerdo acudió a su memoria.
Zetsuo no parecía haberse dado cuenta. Tenía sus rapaces ojos aguamarina clavados en el muchacho en un gesto nada amigable, y Daruu parecía hacer todo lo posible por evitar su mirada.
—Ho-hola, ¡Zetsuo-dono! Kori-san. Ayame...-san. —saludó con timidez
—Vamos Daruu, si son vecinos de toda la vida —se apresuró por apremiar Kiroe.
Ayame, que había agachado aún más la cabeza, se sobresaltó bruscamente cuando sintió que alguien removía sus cabellos. El gesto le había pillado por sorpresa, y no se había dado cuenta de que Kiroe se había acercado a ella hasta que prácticamente la tenía encima.
—Oiii, ¿qué te pasa, Ayame-chan? Tienes mala carilla.
El gesto, cariñoso como el de una madre, había creado un ardiente nudo en la base de su garganta.
—Y... yo... yo... —jadeó, y en ese instante se sintió que iba a echarse a llorar en cualquier momento.
—Está nerviosa por el torneo —intervino Zetsuo rápidamente.
En aquella ocasión, no era él quien tenía sus ojos clavados en ella. Era Kōri quien la miraba con una intensidad que raras veces había visto en él. Pero su rostro seguía igual de impasivo, y Ayame terminó por agachar aún más la cabeza, abrumada al haberse convertido en el centro de atención repentinamente.
—Deberíamos ponernos en camino. O anochecerá antes de que lleguemos.