4/09/2021, 21:20
Kokuō volvió a aquel gélido vagón con apenas una pequeña explosión de humo. Aunque jamás lo admitiría en voz alta, una parte de ella se sentía maravillada ante las posibilidades que tenían los humanos con el uso del chakra. En apenas un parpadeo había recorrido decenas de kilómetros, con el solo uso de un poco de sangre y algo de energía.
Pero no tenía tiempo para esas cosas en aquellos momentos. Pronto se dio cuenta de que aquella bestia metálica a la que llamaban ferrocarril seguía en movimiento hacia Yukio, y que no había ni rastro de las decenas de shinobi que Ayames había dormido con sus ilusiones. A excepción de aquella enorme mujer que ahora lloraba desconsoladamente y que no tardó ni dos segundos en reparar en su presencia. Kokuō quiso hablar, alzar una mano para llamar su atención, pero casi no tuvo tiempo de abrir la boca cuando aquella mujer se le echó encima. La derribó contra el suelo, y el bijū con forma humana reprimió un gemido de dolor cuando el golpe le cortó la respiración. La kunoichi se colocó sobre ella a horcajadas, inmovilizándola, levantó un enorme puño cerrado que debía tener la fuerza de un martillo y entonces...
—¿Qué... quién... Aya... me? —preguntó, visiblemente confundida.
—No —respondió la voz de Kokuō, resaltando lo evidente. Aunque tenía la misma figura que ella, sus cabellos blancos, la mirada afilada de sus ojos aguamarina y la sombra roja de sus párpados inferiores hablaban por ella.
Pero no tuvo tiempo de explicarse antes de que la humana estallara de nuevo, llena de ira:
—¡No! ¡Lo han vuelto a hacer, han revertido el sello!
La kunoichi descargó aquel terrible puñetazo sobre el rostro de Kokuō, que no dudó ni un instante en tomar prestadas las habilidades de Ayame. Sus nudillos sólo encontraron un ruidoso chapoteo de agua, que se escurrió por debajo de ella hasta volver a formar su cuerpo unos metros a su espalda, con las manos levantadas en señal de paz.
—¡Escúchame, humana! ¡Sólo soy un clon, así que si me golpea regresaré sin remedio al cuerpo de la señorita, en Amegakure! He venido a avisaros: tenéis que detener el tren ahora mismo. Os dirigís hacia un matadero.
Pero no tenía tiempo para esas cosas en aquellos momentos. Pronto se dio cuenta de que aquella bestia metálica a la que llamaban ferrocarril seguía en movimiento hacia Yukio, y que no había ni rastro de las decenas de shinobi que Ayames había dormido con sus ilusiones. A excepción de aquella enorme mujer que ahora lloraba desconsoladamente y que no tardó ni dos segundos en reparar en su presencia. Kokuō quiso hablar, alzar una mano para llamar su atención, pero casi no tuvo tiempo de abrir la boca cuando aquella mujer se le echó encima. La derribó contra el suelo, y el bijū con forma humana reprimió un gemido de dolor cuando el golpe le cortó la respiración. La kunoichi se colocó sobre ella a horcajadas, inmovilizándola, levantó un enorme puño cerrado que debía tener la fuerza de un martillo y entonces...
—¿Qué... quién... Aya... me? —preguntó, visiblemente confundida.
—No —respondió la voz de Kokuō, resaltando lo evidente. Aunque tenía la misma figura que ella, sus cabellos blancos, la mirada afilada de sus ojos aguamarina y la sombra roja de sus párpados inferiores hablaban por ella.
Pero no tuvo tiempo de explicarse antes de que la humana estallara de nuevo, llena de ira:
—¡No! ¡Lo han vuelto a hacer, han revertido el sello!
La kunoichi descargó aquel terrible puñetazo sobre el rostro de Kokuō, que no dudó ni un instante en tomar prestadas las habilidades de Ayame. Sus nudillos sólo encontraron un ruidoso chapoteo de agua, que se escurrió por debajo de ella hasta volver a formar su cuerpo unos metros a su espalda, con las manos levantadas en señal de paz.
—¡Escúchame, humana! ¡Sólo soy un clon, así que si me golpea regresaré sin remedio al cuerpo de la señorita, en Amegakure! He venido a avisaros: tenéis que detener el tren ahora mismo. Os dirigís hacia un matadero.