5/09/2021, 00:35
Ambas hicieron fuerza y como un equipo fueron capaces de superar los obstaculos que la vida ponía ante ellas. Una puerta de metal. Cuando la subieron por encima de sus cabezas, la puerta se quedó enganchada, permitiéndoles pasar sin cerrarse sobre ellas, matándolas en el proceso.
Una vez dentro verían que la primera estancia del lugar no era más que un pasillo en horizontal con una sola puerta justo enfrente de la otra puerta y un mostrador a la izquierda. Detrás del mostrador había un hombre sentado con una sonrisa de oreja a oreja.
— ¡Bienvenidas a La Casa De Los Misterios! Donde nada es lo que parece, todo es un engaño y las paredes no se rompen. ¡Así no es como se soluciona ninguno de nuestro puzzles! ¡Por favor y gracias!
Anunció el hombre desde detrás del mostrador. Tras esa breve presentación le hizo un gesto a la pareja de kunoichis para que se acercasen.
— Venid, venid, cerrad la puerta que entra el fresco. ¿Solo sois dos? Supongo que vendréis preparadas, con los deberes hechos. ¿Habéis hecho el libro de sudokus de Gal? ¿Traéis un bloc de notas? ¿Tenéis un conversor de pies a metros? ¡Puede que necesitéis todo eso! O nada. ¿Quién sabe? Misterio.
El recepcionista, atusándose la perilla gris de chivo que tenía, sacó dos hojas y las plantó sobre el mostrador, una a cada kunoichi. Junto a cada hoja un bolígrafo.
— En fin, aquí tenéis un pequeño formulario y un consentimiento por si sufrís profundos traumas psicológicos.
Y con una sonrisa, esperó a que ambas leyesen, rellenasen y firmasen el formulario. El hombre era algo más entrado en edad que el chico que las había saludado y que había desaparecido. Tenía el cabello cano, recogido en una torpe coleta baja, y aparte de la barba de chivo, no tenía más pelo en el rostro. Vestía una larga túnica azulada con detalles amarillos, con forma de estrellas y destellos.
En el formulario se pregunta si tiene alguna fobia, si alguna vez ha tenido algún ataque de ansiedad, si hay algo que le disguste especialmente y una clausula que exime por completo al local en caso de vomitos, malestar o migrañas.
Una vez dentro verían que la primera estancia del lugar no era más que un pasillo en horizontal con una sola puerta justo enfrente de la otra puerta y un mostrador a la izquierda. Detrás del mostrador había un hombre sentado con una sonrisa de oreja a oreja.
— ¡Bienvenidas a La Casa De Los Misterios! Donde nada es lo que parece, todo es un engaño y las paredes no se rompen. ¡Así no es como se soluciona ninguno de nuestro puzzles! ¡Por favor y gracias!
Anunció el hombre desde detrás del mostrador. Tras esa breve presentación le hizo un gesto a la pareja de kunoichis para que se acercasen.
— Venid, venid, cerrad la puerta que entra el fresco. ¿Solo sois dos? Supongo que vendréis preparadas, con los deberes hechos. ¿Habéis hecho el libro de sudokus de Gal? ¿Traéis un bloc de notas? ¿Tenéis un conversor de pies a metros? ¡Puede que necesitéis todo eso! O nada. ¿Quién sabe? Misterio.
El recepcionista, atusándose la perilla gris de chivo que tenía, sacó dos hojas y las plantó sobre el mostrador, una a cada kunoichi. Junto a cada hoja un bolígrafo.
— En fin, aquí tenéis un pequeño formulario y un consentimiento por si sufrís profundos traumas psicológicos.
Y con una sonrisa, esperó a que ambas leyesen, rellenasen y firmasen el formulario. El hombre era algo más entrado en edad que el chico que las había saludado y que había desaparecido. Tenía el cabello cano, recogido en una torpe coleta baja, y aparte de la barba de chivo, no tenía más pelo en el rostro. Vestía una larga túnica azulada con detalles amarillos, con forma de estrellas y destellos.
En el formulario se pregunta si tiene alguna fobia, si alguna vez ha tenido algún ataque de ansiedad, si hay algo que le disguste especialmente y una clausula que exime por completo al local en caso de vomitos, malestar o migrañas.