8/09/2021, 22:15
—M-mi señora Morikage... ¿Por qué habría de guardarle rencor? ¿Qué habría que perdonar? —respondió, rascándose el codo con la mano opuesta en un claro signo de incomodidad—. He... He leído siempre sobre... Sobre héroes. Sobre villanos. Y los villanos son los de la culpa. Q-quiero decir... Usted no le hizo nada a Yota, ni a Daigo. Usted no los capturó ni amenazó ni... Ni... —Se interrumpió, incapaz de pronunciar aquella terrible verdad—. Usted nunca lo haría. Usted siempre vela por el bienestar de todos. Es Uchiha Zaide quien los tiene. Es Dragón Rojo.
»Siempre son los villanos los que creen que pueden pasarle sus pecados a alguien más, y pretender que nunca fue su culpa. Sí, yo... Yo desearía poder pagar para ver a mis amigos de nuevo, pero... Pero la decisión de mi Señora Morikage fue mucho muy sabia. P-podría decir que... Que incluso Yota y Daigo... Incluso ellos la apoyarían, estoy segura.
»Y sé que... Fue también muy difícil para usted. Una heroína suele necesitar una voluntad fuerte para encarar problemas así.
Kintsugi emitió un largo y tendido suspiro. Iba a responder a las palabras de Ranko cuando Hana entró por la puerta del despacho. Arrastraba tras de sí un elegante kimono largo y entre las manos llevaba una bandeja con dos tazas y una tetera humeante. Cualquiera que no la conociera y la viera así, podría ver amenazada su integridad física al verla caminar con los ojos cerrados. Pero la mujer se movió sin ningún tipo de problema aparente hasta el centro de la mesa, donde dejó una taza frente a Kintsugi y de Ranko y comenzó a servir el té con una parsimonia y una ceremonia bien estudiadas. Después de verter el té, dejó un pétalo rojo sobre la bebida a modo de decoración.
—Muchas gracias, Hana. Por favor, quédate, luego necesito hablar contigo. Necesito de tu consejo.
Hana asintió en sepulcral silencio. Y la Morikage se volvió de nuevo a Ranko.
—Nadie somos perfectos, Ranko. Ningún Kage lo es, tampoco, por mucha adoración que se les profese. Y podemos cometer errores, por supuesto —habló, seria—. En un futuro te encontrarás que ni siquiera es fácil catalogar a los héroes y a los villanos, y que ni siquiera los héroes son tan buenos, ni los villanos tan malos. No todo es blanco o negro, hay muchos matices de grises.
Kintsugi sacó una pequeña llave plateada que llevaba en su bolsillo y abrió uno de los cajones de su escritorio. Un ligero tintineo metálico llegó hasta los oídos de Ranko cuando comenzó a rebuscar en él.
—¿He hecho lo correcto esta tarde? Quiero pensar que sí, pero las dudas aún me reconcomen. Y lo seguirán haciendo durante mucho tiempo. Me han obligado a mancharme las manos, Ranko, y sólo me han dado la elección de cómo las quería de manchadas. Espero que no olvides la cruda lección de hoy. Porque la vas a necesitar en los tiempos que vienen.
Kintsugi extendió la mano sobre la mesa, y una pequeña chapa ovalada de plata cayó sobre ella.
—Por tu servicio durante todo este tiempo, Sagiso Ranko; y especialmente por tu ejemplar comportamiento esta noche, yo, Aburame Kintsugi, cuarta Morikage de Kusagakure, te asciendo hoy a Chūnin.
»Siempre son los villanos los que creen que pueden pasarle sus pecados a alguien más, y pretender que nunca fue su culpa. Sí, yo... Yo desearía poder pagar para ver a mis amigos de nuevo, pero... Pero la decisión de mi Señora Morikage fue mucho muy sabia. P-podría decir que... Que incluso Yota y Daigo... Incluso ellos la apoyarían, estoy segura.
»Y sé que... Fue también muy difícil para usted. Una heroína suele necesitar una voluntad fuerte para encarar problemas así.
Kintsugi emitió un largo y tendido suspiro. Iba a responder a las palabras de Ranko cuando Hana entró por la puerta del despacho. Arrastraba tras de sí un elegante kimono largo y entre las manos llevaba una bandeja con dos tazas y una tetera humeante. Cualquiera que no la conociera y la viera así, podría ver amenazada su integridad física al verla caminar con los ojos cerrados. Pero la mujer se movió sin ningún tipo de problema aparente hasta el centro de la mesa, donde dejó una taza frente a Kintsugi y de Ranko y comenzó a servir el té con una parsimonia y una ceremonia bien estudiadas. Después de verter el té, dejó un pétalo rojo sobre la bebida a modo de decoración.
—Muchas gracias, Hana. Por favor, quédate, luego necesito hablar contigo. Necesito de tu consejo.
Hana asintió en sepulcral silencio. Y la Morikage se volvió de nuevo a Ranko.
—Nadie somos perfectos, Ranko. Ningún Kage lo es, tampoco, por mucha adoración que se les profese. Y podemos cometer errores, por supuesto —habló, seria—. En un futuro te encontrarás que ni siquiera es fácil catalogar a los héroes y a los villanos, y que ni siquiera los héroes son tan buenos, ni los villanos tan malos. No todo es blanco o negro, hay muchos matices de grises.
Kintsugi sacó una pequeña llave plateada que llevaba en su bolsillo y abrió uno de los cajones de su escritorio. Un ligero tintineo metálico llegó hasta los oídos de Ranko cuando comenzó a rebuscar en él.
—¿He hecho lo correcto esta tarde? Quiero pensar que sí, pero las dudas aún me reconcomen. Y lo seguirán haciendo durante mucho tiempo. Me han obligado a mancharme las manos, Ranko, y sólo me han dado la elección de cómo las quería de manchadas. Espero que no olvides la cruda lección de hoy. Porque la vas a necesitar en los tiempos que vienen.
Kintsugi extendió la mano sobre la mesa, y una pequeña chapa ovalada de plata cayó sobre ella.
—Por tu servicio durante todo este tiempo, Sagiso Ranko; y especialmente por tu ejemplar comportamiento esta noche, yo, Aburame Kintsugi, cuarta Morikage de Kusagakure, te asciendo hoy a Chūnin.