13/09/2021, 15:45
—¡Buenos días! —respondió Ranko, con toda la amabilidad del mundo.
Después de su quedada con sus amigas en la casa Sagisō de Notsuba, Ranko había decidido quedarse un tiempo de más en el País de la Tierra. Había entrenado y combatido con Lyndis y las hermanas Kaminari, mas todavía le quedaban ánimos para un poco de práctica solitaria.
Se despidió de Meme, quien se había quedado también para aprovechar la bonita soledad del lugar, y partió hacia la montaña, mochila al hombro. Hakuto era habitante del bosque y se sentía muy a gusto rodeada de verde. Quizás era por ello que la montaña se le hacía tan... amenazante.
Comenzó con un leve trote, que evolucionó constantemente a una carrerilla. Subió por la pared de roca usando su concentración de chakra y practicó varios saltos. Cuando hubo sudado lo suficiente, se detuvo en el borde del acantilado y sacó algún breve bocadillo de su mochila. Descansó unos minutos y se puso en movimiento de nuevo, caminando lentamente, pues le parecía haber perdido el rumbo ligeramente.
Sin embargo, algo le detuvo. La nada. Para ella los sonidos del bosque eran algo constante: animales cantando, corriendo, aplastando ramas; el viento agitando las hojas, los pasos en la lejanía... Por ello le dieron escalofríos cuando no escuchó nada más allá de los sonidos que producían sus pasos.
Siguió caminando, y fue cuando se topó con el señor pelirrojo y la niña rubia, y les saludó.
Un par de pasos después, Ranko se volteó y habló de nuevo.
—Una disculpa, señor. Salí a explorar la montaña, pero... Creo que perdí de vista a Notsuba. ¿L-le importaría indicarme su dirección? —preguntó, intentando sonar lo más amable y genuina posible.
Al fin y al cabo, su hogar era el bosque, no aquella silenciosa roca.
Después de su quedada con sus amigas en la casa Sagisō de Notsuba, Ranko había decidido quedarse un tiempo de más en el País de la Tierra. Había entrenado y combatido con Lyndis y las hermanas Kaminari, mas todavía le quedaban ánimos para un poco de práctica solitaria.
Se despidió de Meme, quien se había quedado también para aprovechar la bonita soledad del lugar, y partió hacia la montaña, mochila al hombro. Hakuto era habitante del bosque y se sentía muy a gusto rodeada de verde. Quizás era por ello que la montaña se le hacía tan... amenazante.
Comenzó con un leve trote, que evolucionó constantemente a una carrerilla. Subió por la pared de roca usando su concentración de chakra y practicó varios saltos. Cuando hubo sudado lo suficiente, se detuvo en el borde del acantilado y sacó algún breve bocadillo de su mochila. Descansó unos minutos y se puso en movimiento de nuevo, caminando lentamente, pues le parecía haber perdido el rumbo ligeramente.
Sin embargo, algo le detuvo. La nada. Para ella los sonidos del bosque eran algo constante: animales cantando, corriendo, aplastando ramas; el viento agitando las hojas, los pasos en la lejanía... Por ello le dieron escalofríos cuando no escuchó nada más allá de los sonidos que producían sus pasos.
Siguió caminando, y fue cuando se topó con el señor pelirrojo y la niña rubia, y les saludó.
Un par de pasos después, Ranko se volteó y habló de nuevo.
—Una disculpa, señor. Salí a explorar la montaña, pero... Creo que perdí de vista a Notsuba. ¿L-le importaría indicarme su dirección? —preguntó, intentando sonar lo más amable y genuina posible.
Al fin y al cabo, su hogar era el bosque, no aquella silenciosa roca.
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