14/09/2021, 15:20
El comentario de Lyndis tuvo un doble efecto en Ranko. En primer lugar, sus palabras le hicieron sonrojar. Le llamó suertuda, guapa y fuerte. A lo de rica no hizo mucho caso, pues el dinero le iba y venía. Y en segundo lugar, la manera en que lo dijo fue… desalentadora.
"Oh. Ya veo. Lo dice sin importancia. Es… es un "te ves guapa, amiga", como con Ayame-san. Por supuesto. No es algo especial ni nada, Ranko, por favor. ¿Qué tonterías estabas pensando? Sé que te atraen las chicas fuertes, pero… no tienes que subirte las esperanzas con todas las que veas."
Ranko bajó la mirada levemente y suspiró.
—Sí… Hay que ir al sur.
La de la trenza dejaría que la peliplateada avanzara. Alzaría la mirada a ella un par de veces, pero luego la apartaría. Los árboles les cercaban el camino, aunque en realidad no había ninguna senda por la que andar. Por varios minutos, la castaña miraría la vegetación casi sin cuidado, hasta que notó algo detrás de un árbol. Algo que tal vez no hubiese notado de haber ido bromeando y charlando con Lyndis.
Una mano lanzando algo.
—¡LYNN! —Ranko dio un paso y colocó un pie en la espalda de su amiga, en una parte donde no aplastara la mochila, y le empujó con todas sus fuerzas de una patada, intentando forzarle a avanzar para alejarla. Esperaba lograrlo.
Un instante después, hubo un pequeño estallido y una nube de humo le rodeó y le forzó a retroceder, tosiendo con gravedad.
"¡Kemuridama!"
Al salir de la nube, se encontró a unos metros de un tipo de cabellos revueltos y ropas marrones y verdes, con la boca y nariz cubiertas con un pañuelo negro.
—Entrega las maletas, niña. —dijo, mostrando una kama unida a una cadena.
—¿Quiénes son? ¡Lyndis! —alzó la voz, buscando que su amiga le escuchara —. ¿¡Estás bien!?
—¡Entrégalas ahora! —repitió el hombre mientras agitaba la kusarigama. Ranko tomó su postura de combate.
Del otro lado de la nube, si es que Lyndis había salido de ella, vería a un par de personas frente a ella. Había un hombre fornido, calvo, de ropas similares al que encaraba a su compañera, con la boca cubierta también. La otra persona, algunos metros detrás del hombre, era una mujer de cabellos lacios que le llegaban hasta el hombro y parecían cortados y peinados con absoluta precisión. Ella también vestía prendas verdes, pero su rostro no estaba cubierto.
—La chica de la trenza y la de cara de mapache —dijo ella, manos a la cadera —. Traen una carga costosa. Déjenla y váyanse —el hombre levantó su arma: un bastón largo con una especie de "u" en su extremo, óptima para capturar. Ella se cruzó de brazos, con una mirada más que seria en sus ojos —. Ahora.
"Oh. Ya veo. Lo dice sin importancia. Es… es un "te ves guapa, amiga", como con Ayame-san. Por supuesto. No es algo especial ni nada, Ranko, por favor. ¿Qué tonterías estabas pensando? Sé que te atraen las chicas fuertes, pero… no tienes que subirte las esperanzas con todas las que veas."
Ranko bajó la mirada levemente y suspiró.
—Sí… Hay que ir al sur.
La de la trenza dejaría que la peliplateada avanzara. Alzaría la mirada a ella un par de veces, pero luego la apartaría. Los árboles les cercaban el camino, aunque en realidad no había ninguna senda por la que andar. Por varios minutos, la castaña miraría la vegetación casi sin cuidado, hasta que notó algo detrás de un árbol. Algo que tal vez no hubiese notado de haber ido bromeando y charlando con Lyndis.
Una mano lanzando algo.
—¡LYNN! —Ranko dio un paso y colocó un pie en la espalda de su amiga, en una parte donde no aplastara la mochila, y le empujó con todas sus fuerzas de una patada, intentando forzarle a avanzar para alejarla. Esperaba lograrlo.
Un instante después, hubo un pequeño estallido y una nube de humo le rodeó y le forzó a retroceder, tosiendo con gravedad.
"¡Kemuridama!"
Al salir de la nube, se encontró a unos metros de un tipo de cabellos revueltos y ropas marrones y verdes, con la boca y nariz cubiertas con un pañuelo negro.
—Entrega las maletas, niña. —dijo, mostrando una kama unida a una cadena.
—¿Quiénes son? ¡Lyndis! —alzó la voz, buscando que su amiga le escuchara —. ¿¡Estás bien!?
—¡Entrégalas ahora! —repitió el hombre mientras agitaba la kusarigama. Ranko tomó su postura de combate.
Del otro lado de la nube, si es que Lyndis había salido de ella, vería a un par de personas frente a ella. Había un hombre fornido, calvo, de ropas similares al que encaraba a su compañera, con la boca cubierta también. La otra persona, algunos metros detrás del hombre, era una mujer de cabellos lacios que le llegaban hasta el hombro y parecían cortados y peinados con absoluta precisión. Ella también vestía prendas verdes, pero su rostro no estaba cubierto.
—La chica de la trenza y la de cara de mapache —dijo ella, manos a la cadera —. Traen una carga costosa. Déjenla y váyanse —el hombre levantó su arma: un bastón largo con una especie de "u" en su extremo, óptima para capturar. Ella se cruzó de brazos, con una mirada más que seria en sus ojos —. Ahora.
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