26/01/2016, 16:19
La explosión había sido brillante y ensordecedora, lo suficiente como para que desde el pueblo vieran una lejana llamarada anaranjada levantándose del negro océano. Para los que estaban en el bote cercano al barco fue un estruendo enorme y sobrecogedor, pero para los que estaban sobre cubierta debió ser toda una vorágine de fuego, luz y sonido.
En cuanto terminó el estallido y todo dejó de sacudirse por la onda de choque, tanto el espadachín como el monje abordaron según el plan. El primero se decidió por ir hacia la parte de popa, en vista de que su compañero de incursión se direccionó a proa. Hubiese sido ideal que ambos pudieran mantener contacto visual, pero una cortina de fuego, causada por las velas que se quemaban, se atravesó a mitad de la nave, impidiendo ver de un lado a otro.
—Por dios. —Dijo por lo bajo aquel hombre que les esperaba en el bote. Quizás aquello fuera demasiado para un hombre acostumbrado a una vida simple, o quizás solo fuera la visión de un hombre cubierto de llamas saltando por la borda, todo para sumergirse en el agua y no emerger nunca.
«No te vayas a morir, Karamaru.» —Pensó luego de que al avanzar se encontrará con un brazo cercenado, al cual curiosamente le faltaba un dedo que parecía recién mutilado.
De manera calmada, Kazuma, subía los escalones que llevaban hacia donde se encontraba el timón. En cuanto estuvo en la parte superior, desde donde se apreciaba la cubierta en llamas, le diviso. Un hombre de aspecto curtido, con un parche en el ojo y una gran bota puesta sobre lo que parecía ser un cofre. El sable que sostenía en la mano parecía una invitación evidente, algo casi tan obvio como que aquel era el capitán del barco y que estaba cuidando su botín. El Ishimura se quitó la capucha, permitiendo que sus cabellos blancos danzaran entre las ascuas y la brisa nocturna.
En la parte opuesta del barco se encontraba Karamaru. Caminaba por una zona llena de cajas y de cuerdas atadas a los mástiles. No pasaría mucho tiempo antes de que, al mirar por los alrededores, se encontrará con una extraña figura arrastrando una caja idéntica a la que la gente suele utilizar para guardar dinero. Se trataba de un sujeto de apariencia sucia y descuidada. Lo más extraño eran sus extremidades, cuyas articulaciones se movían libres de un lado a otro, como si fuera mentira el hecho de que un codo y una rodilla no pueden girar en círculos sobre sí mismos. Aquello parecía concederle una fuerza y una agilidad fuera de lo común, como si de una araña se tratara, una araña en extremo flexible.
En cuanto terminó el estallido y todo dejó de sacudirse por la onda de choque, tanto el espadachín como el monje abordaron según el plan. El primero se decidió por ir hacia la parte de popa, en vista de que su compañero de incursión se direccionó a proa. Hubiese sido ideal que ambos pudieran mantener contacto visual, pero una cortina de fuego, causada por las velas que se quemaban, se atravesó a mitad de la nave, impidiendo ver de un lado a otro.
—Por dios. —Dijo por lo bajo aquel hombre que les esperaba en el bote. Quizás aquello fuera demasiado para un hombre acostumbrado a una vida simple, o quizás solo fuera la visión de un hombre cubierto de llamas saltando por la borda, todo para sumergirse en el agua y no emerger nunca.
«No te vayas a morir, Karamaru.» —Pensó luego de que al avanzar se encontrará con un brazo cercenado, al cual curiosamente le faltaba un dedo que parecía recién mutilado.
De manera calmada, Kazuma, subía los escalones que llevaban hacia donde se encontraba el timón. En cuanto estuvo en la parte superior, desde donde se apreciaba la cubierta en llamas, le diviso. Un hombre de aspecto curtido, con un parche en el ojo y una gran bota puesta sobre lo que parecía ser un cofre. El sable que sostenía en la mano parecía una invitación evidente, algo casi tan obvio como que aquel era el capitán del barco y que estaba cuidando su botín. El Ishimura se quitó la capucha, permitiendo que sus cabellos blancos danzaran entre las ascuas y la brisa nocturna.
En la parte opuesta del barco se encontraba Karamaru. Caminaba por una zona llena de cajas y de cuerdas atadas a los mástiles. No pasaría mucho tiempo antes de que, al mirar por los alrededores, se encontrará con una extraña figura arrastrando una caja idéntica a la que la gente suele utilizar para guardar dinero. Se trataba de un sujeto de apariencia sucia y descuidada. Lo más extraño eran sus extremidades, cuyas articulaciones se movían libres de un lado a otro, como si fuera mentira el hecho de que un codo y una rodilla no pueden girar en círculos sobre sí mismos. Aquello parecía concederle una fuerza y una agilidad fuera de lo común, como si de una araña se tratara, una araña en extremo flexible.