20/09/2021, 19:18
Kokuō echó a correr esgrimiendo toda la velocidad que le permitían sus piernas, lo que desgraciadamente era sinónimo de hacerlo provocando todo el ruido que le permitían sus botas chocando continuamente contra el metal del ferrocarril. Esto alertó a prácticamente todo el tren de que algo iba mal en el techo. Sin embargo, antes de que tuvieran tiempo de reaccionar —quizás alguno de ellos comenzaba a asomar la cabeza en los vagones que había dejado más atrás—, Kokuō se coló en la cabina principal.
Allí casi se topó de bruces con un ninja medio dormido que, viendo venir algo muy blanco, se puso más blanco todavía e intuyó que se trataba de una de las kunoichi de Kurama. Se levantó a trompicones, sin apenas tener tiempo para hablar, y sacó poco hábilmente un kunai con el que trató de apuñalar a la invitada sorpresa en el pecho.
En aquella sala de máquinas había una cantidad de controles abrumadora, no obstante, Kōkuo —de la cual hay que admitir que nunca había prestado demasiada atención a los asuntos humanos— tenía la suerte de haber estado presente cuando su anfitriona leyó y retuvo el manual de uso del ferrocarril con bastante soltura (Inteligencia 80), (Destreza 60), y también durante aquella misión en la que el maldito cacharro casi arrasa con un pueblo. De modo que sabría cómo funcionaba cada palanca y cada botón con apenas medio minuto de reflexión.
La cuestión era qué es lo que Kokuō querría hacer en la cabina o con la cabina.
De pronto, el tren comenzó a frenar, y el kunai que iban a clavarle en el pecho se desvió. El brazo quedó clavado junto al arma en unos cartones, y aquél hombre gimió de dolor al hacerse daño en la muñeca.
Allí casi se topó de bruces con un ninja medio dormido que, viendo venir algo muy blanco, se puso más blanco todavía e intuyó que se trataba de una de las kunoichi de Kurama. Se levantó a trompicones, sin apenas tener tiempo para hablar, y sacó poco hábilmente un kunai con el que trató de apuñalar a la invitada sorpresa en el pecho.
En aquella sala de máquinas había una cantidad de controles abrumadora, no obstante, Kōkuo —de la cual hay que admitir que nunca había prestado demasiada atención a los asuntos humanos— tenía la suerte de haber estado presente cuando su anfitriona leyó y retuvo el manual de uso del ferrocarril con bastante soltura (Inteligencia 80), (Destreza 60), y también durante aquella misión en la que el maldito cacharro casi arrasa con un pueblo. De modo que sabría cómo funcionaba cada palanca y cada botón con apenas medio minuto de reflexión.
La cuestión era qué es lo que Kokuō querría hacer en la cabina o con la cabina.
De pronto, el tren comenzó a frenar, y el kunai que iban a clavarle en el pecho se desvió. El brazo quedó clavado junto al arma en unos cartones, y aquél hombre gimió de dolor al hacerse daño en la muñeca.
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