24/09/2021, 16:23
Aotsuki Zetsuo se zambulló en los ojos de su hija de un salto. Lo hizo sin ningún atisbo de duda, buscando las respuestas a las múltiples preguntas que habían surgido desde que Amedama Daruu había conseguido traerla de vuelta. Y se quedó pálido nada más hacerlo. No podría decir que se arrepentía de haberlo hecho, porque no lo hacía, pero Zetsuo acababa de ver la imagen que acosaría y atormentaría a Ayame durante muchas noches. La imagen de la cabeza de Amekoro Yui rodando hasta ella, hasta mirarla con ojos vacíos y chorreando sangre.
Ayame, por su parte, sí que se arrepintió de haber vuelto a abrir los ojos. Y deseó no haberlo hecho. Nunca más. Ella no tenía ese derecho. Así lo recordó cuando vio a quien se encontraba junto a ella. Una mujer a la que admiraba profundamente, y a la que jamás había visto como la vio entonces: Hōzuki Shanise, la Quinta Arashikage de Amegakure, sollozaba a pleno pulmón, tapándose el rostro con ambas manos.
—Yuyu...
Si Ayame ya se sentía rota por dentro, aquella escena terminó de resquebrajar lo poco que quedaba intacto de ella.
«Yo no debería estar aquí... No debería haber sobrevivido... No sin...» Un doloroso nudo atenazó su garganta y terminó de cerrarla. Una parte de ella quiso disculparse, quiso gritar, quiso llorar con todos ellos; pero, por alguna razón, no fue capaz de hacerlo. Era como si su cerebro la hubiese anestesiado, quizás en un intento de protegerla de tanto dolor y tanto sufrimiento. En su lugar, sus ojos quedaron clavados en algún punto inexistente, viendo sin ver, con los puños apretados.
Alguien apoyó la mano en su hombro, zarandeándola ligeramente.
—¿Ayame? —la llamó su padre. Su voz sonaba también rota. Por su culpa. Sólo por su culpa.
Ayame no respondía. Ni siquiera le miró.
Ayame, por su parte, sí que se arrepintió de haber vuelto a abrir los ojos. Y deseó no haberlo hecho. Nunca más. Ella no tenía ese derecho. Así lo recordó cuando vio a quien se encontraba junto a ella. Una mujer a la que admiraba profundamente, y a la que jamás había visto como la vio entonces: Hōzuki Shanise, la Quinta Arashikage de Amegakure, sollozaba a pleno pulmón, tapándose el rostro con ambas manos.
—Yuyu...
Si Ayame ya se sentía rota por dentro, aquella escena terminó de resquebrajar lo poco que quedaba intacto de ella.
«Yo no debería estar aquí... No debería haber sobrevivido... No sin...» Un doloroso nudo atenazó su garganta y terminó de cerrarla. Una parte de ella quiso disculparse, quiso gritar, quiso llorar con todos ellos; pero, por alguna razón, no fue capaz de hacerlo. Era como si su cerebro la hubiese anestesiado, quizás en un intento de protegerla de tanto dolor y tanto sufrimiento. En su lugar, sus ojos quedaron clavados en algún punto inexistente, viendo sin ver, con los puños apretados.
Alguien apoyó la mano en su hombro, zarandeándola ligeramente.
—¿Ayame? —la llamó su padre. Su voz sonaba también rota. Por su culpa. Sólo por su culpa.
Ayame no respondía. Ni siquiera le miró.