24/09/2021, 17:23
Pero Shanise no la castigó. Ni siquiera le alzó la voz. Simplemente, apretó su mano con más fuerza y sorbió por la nariz.
—Gracias por intentarlo...
«¿Por qué? ¿Por qué me da las gracias?» Se preguntaba Ayame, con la mirada aún fija en algún punto de la pared. ¿Por qué no le gritaba? ¿Por qué no le hacía pagar por no haber sido de cumplir el único papel que tenía como Mano Derecha de la Arashikage? ¿Por qué no la encerraban en un calabozo para siempre o la sellaban en el fondo del lago como habían hecho mucho tiempo atrás con otra kunoichi? ¿Por qué seguía hablándole con suavidad?
—P-pero... probablemente fue lo que ella quería —Continuó la Arashikage, ajena al laceramiento interno al que se estaba sometiendo Ayame—. Siempre... —Shanise se dio la vuelta y le asestó un fuerte puñetazo a la pared. El puñetazo que Ayame habría merecido—. ¡Siempre fue una imprudente y una estúpida, una impulsiva sin remedio, una...! —rompió a sollozar de nuevo, y Zetsuo se acercó a ella cuando se dejó caer al suelo, hundida.
—Arashikage-sama —le dijo, inclinando el cuerpo en una profunda reverencia—. La familia Aotsuki se mantendrá a su lado pase lo que pase. Recuérdelo. Jamás la dejaremos sola. Estaremos ahí para lo que necesite, sea lo que sea.
—Lo siento, Ayame, pero te he mentido... —añadió Shanise entonces—. Necesito saber otra cosa. Tu halcón mencionaba a unos refuerzos, en el tren. ¿Han muerto también...?
Ayame no respondió inmediatamente, pero sus ojos se iluminaron brevemente. Apenas un destello en un océano de oscuridad. Los shinobi del tren que se dirigía hacia Yukio. Las últimas palabras que había pronunciado antes de perder el conocimiento habían sido un ruego para que alguien les salvara la vida. Algo acarició su conciencia entonces. Una mano amiga que la apartó con gentileza para tomar el control momentáneamente. Y la voz de Kokuō tomó prestada la garganta de Ayame:
—No han muerto —afirmó.
Y Zetsuo, sobresaltado, se volvió hacia ella con los ojos chispeantes. Ante ellos, la figura de Ayame se había transformado hasta adquirir los rasgos de Kokuō.
—¡Tú! —gruñó.
—Una humana me ayudó a frenar el tren —continuó, ignorando la mirada del médico—. Yo me aseguré de que no pudieran cambiar de opinión y volvieran hacia el norte. Si todo sale bien, deberían estar de vuelta más temprano que tarde.
Kokuō inspiró por la nariz y dejó escapar el aire con un profundo suspiro.
—Lamento su pérdida, Señora Arashikage. Estuve con La Tormenta en esa lucha, pero no pude quedarme a protegerla. Ella... se quedó voluntariamente allí y luchó con honor y fiereza.
—Gracias por intentarlo...
«¿Por qué? ¿Por qué me da las gracias?» Se preguntaba Ayame, con la mirada aún fija en algún punto de la pared. ¿Por qué no le gritaba? ¿Por qué no le hacía pagar por no haber sido de cumplir el único papel que tenía como Mano Derecha de la Arashikage? ¿Por qué no la encerraban en un calabozo para siempre o la sellaban en el fondo del lago como habían hecho mucho tiempo atrás con otra kunoichi? ¿Por qué seguía hablándole con suavidad?
—P-pero... probablemente fue lo que ella quería —Continuó la Arashikage, ajena al laceramiento interno al que se estaba sometiendo Ayame—. Siempre... —Shanise se dio la vuelta y le asestó un fuerte puñetazo a la pared. El puñetazo que Ayame habría merecido—. ¡Siempre fue una imprudente y una estúpida, una impulsiva sin remedio, una...! —rompió a sollozar de nuevo, y Zetsuo se acercó a ella cuando se dejó caer al suelo, hundida.
—Arashikage-sama —le dijo, inclinando el cuerpo en una profunda reverencia—. La familia Aotsuki se mantendrá a su lado pase lo que pase. Recuérdelo. Jamás la dejaremos sola. Estaremos ahí para lo que necesite, sea lo que sea.
—Lo siento, Ayame, pero te he mentido... —añadió Shanise entonces—. Necesito saber otra cosa. Tu halcón mencionaba a unos refuerzos, en el tren. ¿Han muerto también...?
Ayame no respondió inmediatamente, pero sus ojos se iluminaron brevemente. Apenas un destello en un océano de oscuridad. Los shinobi del tren que se dirigía hacia Yukio. Las últimas palabras que había pronunciado antes de perder el conocimiento habían sido un ruego para que alguien les salvara la vida. Algo acarició su conciencia entonces. Una mano amiga que la apartó con gentileza para tomar el control momentáneamente. Y la voz de Kokuō tomó prestada la garganta de Ayame:
—No han muerto —afirmó.
Y Zetsuo, sobresaltado, se volvió hacia ella con los ojos chispeantes. Ante ellos, la figura de Ayame se había transformado hasta adquirir los rasgos de Kokuō.
—¡Tú! —gruñó.
—Una humana me ayudó a frenar el tren —continuó, ignorando la mirada del médico—. Yo me aseguré de que no pudieran cambiar de opinión y volvieran hacia el norte. Si todo sale bien, deberían estar de vuelta más temprano que tarde.
Kokuō inspiró por la nariz y dejó escapar el aire con un profundo suspiro.
—Lamento su pérdida, Señora Arashikage. Estuve con La Tormenta en esa lucha, pero no pude quedarme a protegerla. Ella... se quedó voluntariamente allí y luchó con honor y fiereza.