5/10/2021, 22:38
Casi se arrepintió de haber pronunciado aquellas palabras.
Dígase algo de Sarutobi Hanabi: había vivido demasiados eventos de los que normalmente uno sólo vive una vez en la vida, incluso si es un shinobi. Sobretodo, estos eventos solían vivirse antes de morir de forma abrupta.
Aquél era uno de esos momentos.
Afortunadamente, Hanabi estaba seguro al cien por cien que la muerte que irradiaba aquella misteriosa figura, que había incluso crecido en altura, no estaba preparada para él. La probabilidad bajó a un ochenta, más o menos, cuando escuchó su voz. Demasiado grave y profunda para ser de Uchiha Datsue. Demasiado humana para ser de Shukaku. Lo justo de intimidante para apagar un poco la confianza de Hanabi...
...y para alimentar aún más al fuego del bijū inexistente que llevaba dentro.
Dígase otra cosa de Sarutobi Hanabi:
A veces, uno puede experimentar esta misma sensación, la de estar de frente de alguien que podría acabar con él, alguien contra el que hay que luchar dándolo todo. Últimamente, no había podido disfrutarlo. Porque todas esas veces habían sido contra enemigos mortales de la villa, y por extensión, de él mismo. Pero este era su sucesor, y allí no podría venir un general para interferir. O eso esperaba, claro. Dudó un instante cuando pensó en ello.
Era sucesor. Por tanto, Hanabi ya había ganado. Había ganado, porque había ganado Uzushiogakure.
Se sintió un poco triste.
Porque también sabía que ya había perdido.
Pero se sintió el doble de feliz: ahora tenía una barrera que superar de nuevo. Eso es otra cosa que no había sentido desde hacía muchísimos años.
—Los cojones —rio Hanabi—. Te enviaré la factura cuando Amegakure me construya el nuevo. —Parecía una bravuconada sencilla. Pero no bromeaba. Hanabi no sabía que aquél ser no era del todo Datsue, ni del todo Shukaku. Pero de haberlo sabido, habría estado seguro de que el primero hubiera tenido todo el cuidado del mundo en no rompérselo, y el segundo habría todo lo posible por hacerlo y luego reírse en la cara del Uchiha.
Fue precisamente el brazo mecánico el que se adelantó y lanzó un disco, tanteando, al rostro del nuevo invitado.
Es lo que cualquier shinobi que se precie haría: observar una nueva técnica, a un nuevo oponente, antes de descargar una artillería futil.
¿Estaba teniendo precaución?
Qué emocionante.
Dígase algo de Sarutobi Hanabi: había vivido demasiados eventos de los que normalmente uno sólo vive una vez en la vida, incluso si es un shinobi. Sobretodo, estos eventos solían vivirse antes de morir de forma abrupta.
Aquél era uno de esos momentos.
Afortunadamente, Hanabi estaba seguro al cien por cien que la muerte que irradiaba aquella misteriosa figura, que había incluso crecido en altura, no estaba preparada para él. La probabilidad bajó a un ochenta, más o menos, cuando escuchó su voz. Demasiado grave y profunda para ser de Uchiha Datsue. Demasiado humana para ser de Shukaku. Lo justo de intimidante para apagar un poco la confianza de Hanabi...
...y para alimentar aún más al fuego del bijū inexistente que llevaba dentro.
Dígase otra cosa de Sarutobi Hanabi:
A veces, uno puede experimentar esta misma sensación, la de estar de frente de alguien que podría acabar con él, alguien contra el que hay que luchar dándolo todo. Últimamente, no había podido disfrutarlo. Porque todas esas veces habían sido contra enemigos mortales de la villa, y por extensión, de él mismo. Pero este era su sucesor, y allí no podría venir un general para interferir. O eso esperaba, claro. Dudó un instante cuando pensó en ello.
Era sucesor. Por tanto, Hanabi ya había ganado. Había ganado, porque había ganado Uzushiogakure.
Se sintió un poco triste.
Porque también sabía que ya había perdido.
Pero se sintió el doble de feliz: ahora tenía una barrera que superar de nuevo. Eso es otra cosa que no había sentido desde hacía muchísimos años.
—Los cojones —rio Hanabi—. Te enviaré la factura cuando Amegakure me construya el nuevo. —Parecía una bravuconada sencilla. Pero no bromeaba. Hanabi no sabía que aquél ser no era del todo Datsue, ni del todo Shukaku. Pero de haberlo sabido, habría estado seguro de que el primero hubiera tenido todo el cuidado del mundo en no rompérselo, y el segundo habría todo lo posible por hacerlo y luego reírse en la cara del Uchiha.
Fue precisamente el brazo mecánico el que se adelantó y lanzó un disco, tanteando, al rostro del nuevo invitado.
Es lo que cualquier shinobi que se precie haría: observar una nueva técnica, a un nuevo oponente, antes de descargar una artillería futil.
¿Estaba teniendo precaución?
Qué emocionante.