19/10/2021, 15:33
La temperatura pareció descender de golpe alrededor de Daruu. Junto a la incesante tormenta, que se negaba a perder fuerza pese al trágico acontecimiento que había sacudido a Amegakure, la sensación sería de lo más gélida. Pero una sensación familiar, al fin y al cabo. De hecho, al girar la cabeza hacia el centro del estadio, vería allí una silueta blanca como la nieve recortada contra la penumbra de la tempestad. El viento luchaba contra su bufanda, haciéndola ondear como si intentara arrancársela del cuello, pero Aotsuki Kōri tenía los ojos fijos en las nubes oscuras que surcaban el cielo por encima de él. Lo que debía estar pasando por su cabeza sólo lo conocería él, pues su rostro seguía tan impertérrito como siempre y sus ojos eran dos carámbanos de hielo inescrutables.
Pero pensaba, por supuesto que lo hacía, mientras las gotas de lluvia seguían apuñalando sus mejillas. ¿Cómo podría dejar de pensar después de todo lo que había pasado? ¿Cómo podía dejar de pensar con todo lo que estaba pasando? ¿Y cómo podía dejar de pensar con todo lo que estaba por venir? Amekoro Yui había sido asesinada. La amenaza de Kurama se cernía sobre todo Ōnindo. Su propia hermana había sufrido un fuerte golpe emocional del que sin duda tardaría en recuperarse. Y ahora debían elegir un nuevo Arashikage que liderase sus pasos.
Suspiró. Una nube de vaho escapó de sus labios finos. Y entonces giró la cabeza lentamente, y sus ojos de escarcha se clavaron en Amedama Daruu, allí plantado entre las gradas. Su pupilo jamás había recibido una mirada tan gélida e impersonal del que había sido su sensei durante todos aquellos años.
—Has venido.
Pero pensaba, por supuesto que lo hacía, mientras las gotas de lluvia seguían apuñalando sus mejillas. ¿Cómo podría dejar de pensar después de todo lo que había pasado? ¿Cómo podía dejar de pensar con todo lo que estaba pasando? ¿Y cómo podía dejar de pensar con todo lo que estaba por venir? Amekoro Yui había sido asesinada. La amenaza de Kurama se cernía sobre todo Ōnindo. Su propia hermana había sufrido un fuerte golpe emocional del que sin duda tardaría en recuperarse. Y ahora debían elegir un nuevo Arashikage que liderase sus pasos.
Suspiró. Una nube de vaho escapó de sus labios finos. Y entonces giró la cabeza lentamente, y sus ojos de escarcha se clavaron en Amedama Daruu, allí plantado entre las gradas. Su pupilo jamás había recibido una mirada tan gélida e impersonal del que había sido su sensei durante todos aquellos años.
—Has venido.