15/11/2021, 11:44
Si había algo por lo que se caracterizaba Aotsuki Kōri en combate era por su facilidad a la hora de mantener la mente fría y, sobre todo, por no subestimar nunca a un oponente. Jamás. Ni aunque se tratara de un genin recién salido de la academia, Kōri jamás bajaba la guardia. Bien sabía que la vida podía darte más de una sorpresa en forma de revés... y aquel combate era un buen ejemplo de ello.
Las dos réplicas de Daruu se deslizaron ligeramente a los lados para evitar la bocanada de Fūton, y el aire arrastró el humo sin encontrar nada más a su paso. Fue entonces cuando escuchó el inconfundible estallido de una boluta de humo justo detrás de su brazo izquierdo, pero cuando se volvió para contraatacar, no consiguió ser lo suficientemente rápido. Dos rápidos golpes con sus dedos en las costillas le cortaron de forma violenta la respiración, cuatro golpes más acertados en su hombro con una precisión quirúrgica bastaron para que su brazo de hielo se soltara de su hombro y cayera al suelo con un estallido de cristales rotos... Y el resto de golpes cayeron sobre él sin que supiera muy bien por dónde, cómo y cuándo habían llegado. Un último empujón le hizo trastabillar hacia atrás, y entonces Kōri se vio encerrado en una prisión de agua que le inmovilizó las extremidades y le impedía respirar.
Conteniendo la respiración como buenamente podía, El Hielo agachó la cabeza. En apenas unos segundos había recibido un enjambre de golpes que le había dejado el cuerpo entumecido como si acabara de correr una maratón. Su brazo de hielo ya no estaba, y no era capaz de mover las otras extremidades ni siquiera para taparse la nariz y la boca y evitar tragar agua. No tenía manera alguna de escapar y su pupilo le tenía a su absoluta merced.
Amedama Daruu era peligroso en distancias cortas. Terriblemente peligroso. Y sus ojos lo eran más. Eso era algo que creía haber sabido con certeza. Y aún así, cuando miró más allá de donde se encontraba el chico, se dio cuenta de cual había sido su grave error: la sangre. Había utilizado a su favor la sangre que le había arrancado durante el primer intercambio de golpes para tenderle una emboscada de la que no podría escapar.
Kōri volvió a alzar la cabeza hacia él y le clavó sus iris gélidos. Pero ya no estaba aquella frialdad de la que había estado haciendo gala hasta entonces. Era algo muy diferente. Algo que Daruu jamás había visto en él. Se sentía triste. Ya no podía mirarle como al tierno e inocente pupilo al que trataba de instruir en la vida ninja. Daruu le había sobrepasado hacía mucho, y él ni siquiera se había dado cuenta de ello. Ahora tendría que verle como su líder.
Y, por eso, terminó por inclinar la cabeza en un gesto de rendición... y de respeto.
Las dos réplicas de Daruu se deslizaron ligeramente a los lados para evitar la bocanada de Fūton, y el aire arrastró el humo sin encontrar nada más a su paso. Fue entonces cuando escuchó el inconfundible estallido de una boluta de humo justo detrás de su brazo izquierdo, pero cuando se volvió para contraatacar, no consiguió ser lo suficientemente rápido. Dos rápidos golpes con sus dedos en las costillas le cortaron de forma violenta la respiración, cuatro golpes más acertados en su hombro con una precisión quirúrgica bastaron para que su brazo de hielo se soltara de su hombro y cayera al suelo con un estallido de cristales rotos... Y el resto de golpes cayeron sobre él sin que supiera muy bien por dónde, cómo y cuándo habían llegado. Un último empujón le hizo trastabillar hacia atrás, y entonces Kōri se vio encerrado en una prisión de agua que le inmovilizó las extremidades y le impedía respirar.
Conteniendo la respiración como buenamente podía, El Hielo agachó la cabeza. En apenas unos segundos había recibido un enjambre de golpes que le había dejado el cuerpo entumecido como si acabara de correr una maratón. Su brazo de hielo ya no estaba, y no era capaz de mover las otras extremidades ni siquiera para taparse la nariz y la boca y evitar tragar agua. No tenía manera alguna de escapar y su pupilo le tenía a su absoluta merced.
Amedama Daruu era peligroso en distancias cortas. Terriblemente peligroso. Y sus ojos lo eran más. Eso era algo que creía haber sabido con certeza. Y aún así, cuando miró más allá de donde se encontraba el chico, se dio cuenta de cual había sido su grave error: la sangre. Había utilizado a su favor la sangre que le había arrancado durante el primer intercambio de golpes para tenderle una emboscada de la que no podría escapar.
Kōri volvió a alzar la cabeza hacia él y le clavó sus iris gélidos. Pero ya no estaba aquella frialdad de la que había estado haciendo gala hasta entonces. Era algo muy diferente. Algo que Daruu jamás había visto en él. Se sentía triste. Ya no podía mirarle como al tierno e inocente pupilo al que trataba de instruir en la vida ninja. Daruu le había sobrepasado hacía mucho, y él ni siquiera se había dado cuenta de ello. Ahora tendría que verle como su líder.
Y, por eso, terminó por inclinar la cabeza en un gesto de rendición... y de respeto.