15/11/2021, 19:04
Kōri levantó la mirada. Por supuesto, su sensei le clavaba su mirada azul glaciar con el mismo rostro, aparentemente inexpresivo, de siempre. No obstante, como antes, ni era inexpresivo, ni era el de siempre. De hecho, había un rostro, había una mirada, que Daruu no había visto nunca.
Era una mirada triste, una mirada nostálgica, una mirada cargada de recuerdos y de momentos y apenada porque no iban a volver a repetirse. Era esa mirada en concreto, y Daruu estaba completamente seguro de ello, porque casi nadie conocía a Kōri como Daruu, y por eso todos juzgaban la máscara que Kōri había decidido vestir. Todo el mundo percibía la postura y notaba el frío que emanaba de su piel, todo el mundo se fijaba en la imperturbable comisura de sus labios, en la inexistente tensión de su mandíbula y de los músculos que en otros se encargaban de esgrimir una sonrisa o de fruncir el ceño o de apretar los dientes.
Pero casi nadie, y Daruu era una de esas personas, observaba tanto tiempo directamente los ojos de Kōri. Sus iris, que parecían brillar de diferentes formas cuando sentía una u otra emoción, y permitían intuir lo que le pasaba por la cabeza. Lo abiertos o cerrados que tenía los párpados, la dilatación en sus pupilas. Incluso, lo quieto o lo inquieto del movimiento de su mirada.
Cuando recibió la señal de su sensei, Daruu ya estaba al borde de las lágrimas, y tanto la prisión que contenía a su sensei como su clon se deshicieron en un charco que se unió al agua pluvial. Daruu echó a correr, sollozando, y se abrazó a su sensei, pese a que él no solía mostrar muestras de afecto y pese al aura de ceremoniosidad con la que habían envuelto a todo aquél encuentro. Ahora ya nada importaba.
Solamente aquella mirada de Hielo fundido que había también derretido su corazón y levantado todos aquellos recuerdos, felices porque acontecieron, tristes porque los dos supieron que jamás volverían a acontecer.
—Pero tú siempre serás mi sensei, mi amigo... y mi hermano mayor —respondió el Hyūga a una pregunta que nadie le había formulado.
Era una mirada triste, una mirada nostálgica, una mirada cargada de recuerdos y de momentos y apenada porque no iban a volver a repetirse. Era esa mirada en concreto, y Daruu estaba completamente seguro de ello, porque casi nadie conocía a Kōri como Daruu, y por eso todos juzgaban la máscara que Kōri había decidido vestir. Todo el mundo percibía la postura y notaba el frío que emanaba de su piel, todo el mundo se fijaba en la imperturbable comisura de sus labios, en la inexistente tensión de su mandíbula y de los músculos que en otros se encargaban de esgrimir una sonrisa o de fruncir el ceño o de apretar los dientes.
Pero casi nadie, y Daruu era una de esas personas, observaba tanto tiempo directamente los ojos de Kōri. Sus iris, que parecían brillar de diferentes formas cuando sentía una u otra emoción, y permitían intuir lo que le pasaba por la cabeza. Lo abiertos o cerrados que tenía los párpados, la dilatación en sus pupilas. Incluso, lo quieto o lo inquieto del movimiento de su mirada.
Cuando recibió la señal de su sensei, Daruu ya estaba al borde de las lágrimas, y tanto la prisión que contenía a su sensei como su clon se deshicieron en un charco que se unió al agua pluvial. Daruu echó a correr, sollozando, y se abrazó a su sensei, pese a que él no solía mostrar muestras de afecto y pese al aura de ceremoniosidad con la que habían envuelto a todo aquél encuentro. Ahora ya nada importaba.
Solamente aquella mirada de Hielo fundido que había también derretido su corazón y levantado todos aquellos recuerdos, felices porque acontecieron, tristes porque los dos supieron que jamás volverían a acontecer.
—Pero tú siempre serás mi sensei, mi amigo... y mi hermano mayor —respondió el Hyūga a una pregunta que nadie le había formulado.