27/11/2021, 00:56
El mago no diría nada más, dejaría a las chicas intercambiar palabras como si él no estuviese ahí. Suspirando al verlas decir alegremente que no habían sentido nada. En fin, no era que tuviese muchas esperanzas en hacer creer a unas kunoichis, pero había conseguido que no descubriesen el truco, que era lo importante.
Cuando abrieran la puerta, verían una habitación oscura. La única zona iluminada de la estancia era el centro, donde pudieron ver a una mujer rubia de larga melena recogida en nueve coletas. Vestía un enorme kimono de color crema que cubría todo su cuerpo y seguía durante casi un metro en el suelo de tatami. Si juntaba las manos, sus mangas se juntaban y lo único que se veía de ella era el rostro y el cabello.
Ante ella había una pequeña tabla con una tetera y un solo vaso, además de un inciensario un poco más alejado. A ambos lados de esa tabla había un par de velas encendidas, que era toda la luz del lugar. Frente a ella dos almohadillas del tamaño justo para un trasero humano.
Con una sonrisa y un gesto, la mujer invitó a entrar a las kunoichis.
— Tomad asiento. — dijo señalando los cojines con una palida mano.
Los ojos acaramelados de la mujer las seguirían hasta que se sentasen. Con la misma mano que las había invitado a sentarse, tomaría su taza de té y bebería un sorbo, sin añadir nada más.
Cuando abrieran la puerta, verían una habitación oscura. La única zona iluminada de la estancia era el centro, donde pudieron ver a una mujer rubia de larga melena recogida en nueve coletas. Vestía un enorme kimono de color crema que cubría todo su cuerpo y seguía durante casi un metro en el suelo de tatami. Si juntaba las manos, sus mangas se juntaban y lo único que se veía de ella era el rostro y el cabello.
Ante ella había una pequeña tabla con una tetera y un solo vaso, además de un inciensario un poco más alejado. A ambos lados de esa tabla había un par de velas encendidas, que era toda la luz del lugar. Frente a ella dos almohadillas del tamaño justo para un trasero humano.
Con una sonrisa y un gesto, la mujer invitó a entrar a las kunoichis.
— Tomad asiento. — dijo señalando los cojines con una palida mano.
Los ojos acaramelados de la mujer las seguirían hasta que se sentasen. Con la misma mano que las había invitado a sentarse, tomaría su taza de té y bebería un sorbo, sin añadir nada más.