29/01/2016, 00:07
(Última modificación: 29/01/2016, 00:49 por Aotsuki Ayame.)
—¡Pues no debéis estarlo! Seguro que podéis ganar aunque sea una ronda, o dos... Quién sabe si alguno de vosotros podría llegar a ganar el torneo —respondió alegremente Kiroe, pero aquello hundió algo más el estado de ánimo de Ayame. Y eso que hasta el momento, a pesar de lo que pudiera creer su padre, no se había preocupado por el torno más de lo que tocaba.
«Una ronda o dos... Una ronda o dos...» Se repetía mentalmente.
Cuando alzó la cabeza, no le pasó desapercibido que Kiroe miraba de una manera particular a Zetsuo. Y este sostenía sin ningún tipo de pudor su duelo. Aguamarina contra púrpura, el ambiente parecía haberse cargado de una extraña electricidad estática.
—Eso si no les toca pelear el uno contra el otro, claro. Entonces sólo mi Daruu pasaría de ronda —continuó Kiroe, y una apenas perceptible arruga apareció en el entrecejo de Zetsuo al escucharla.
—Mamá, creo que deberíamos intentar no provocar... —intervino Daruu, pero no había nada capaz de detener el tsunami que se acababa de desatar.
—Al fin y al cabo, siempre he pensado que Daruu tiene un gran, gran potencial. Y lo he entrenado muy bien.
—Deberíamos ponernos en camino. O anochecerá antes de que lleguemos —terció Kōri, para el alivio de Daruu.
—¡Eso, eso! ¡Vaaaamos, que vamos a llegar tarde!
Kōri señaló un punto en la lejanía, hacia una serie de riscos que se alzaban hacia el cielo. Aún tendrían que atravesar varios puentes para llegar hasta su destino; pero si se apresuraban aún podrían hacerlo antes del anochecer. Dispuesto a cumplir con esa premisa, Daruu tomó la mano de su madre e intentó arrastrarla, pero la mujer seguía con sus ojos clavados en Zetsuo. Y cuando Ayame miró a su padre, se dio cuenta de que él la miraba con la misma intensidad.
La intensidad de una ancestral rivalidad que por nada del mundo podría ser erradicada.
—¿Con quién cojones te crees que estás hablando, mujer? ¿Acaso crees que he dejado que Ayame se duerma en los laureles? —le espetó el médico.
—500 ryos a que mi hijo le patea el culo a tu hija si tienen que pelear.
—¡PERO NO HAGAS APUESTAS MAMÁ, QUE YO LE QUIERO CAER BIEN A LA GENTE JOPÉ!
—¿No eres ya mayorcita para seguir con estas chiquilladas? —replicó Zetsuo; pero una vena había comenzado a palpitar peligrosamente en su sien.
Conteniendo la respiración, Ayame se encogió ligeramente sobre sí misma. No sabía si sentirse herida o aterrorizada ante lo que estaba sucediendo entre sus padres.
—No, espera, que sean 1000.
Daruu parecía sentir lo mismo que ella. Se había arrodillado en el suelo, estirándose de los pelos.
—¡Si vas a apostar por ese hijo florista tuyo, hazlo bien! ¡Joder! ¡1.500! —resolvió Zetsuo, y alargó la mano para que Kiroe cerrara el trato.
Ayame se sentía desfallecer. Sus ojos pasaban de su padre a la madre de Daruu como si de un partido de tennis se tratara. ¿Qué demonios estaba pasando?
—Siempre han sido así —una voz extremadamente impersonal y gélida como el aliento de la nieve la sorprendió. Con todo aquel jaleo, prácticamente se había olvidado de la presencia de Kōri y no se había dado cuenta de que se había colocado a su lado hasta que habló.
—¿Qué?
—Padre y Kiroe-san. Siempre han sido así. No os preocupéis por ellos.
«Una ronda o dos... Una ronda o dos...» Se repetía mentalmente.
Cuando alzó la cabeza, no le pasó desapercibido que Kiroe miraba de una manera particular a Zetsuo. Y este sostenía sin ningún tipo de pudor su duelo. Aguamarina contra púrpura, el ambiente parecía haberse cargado de una extraña electricidad estática.
—Eso si no les toca pelear el uno contra el otro, claro. Entonces sólo mi Daruu pasaría de ronda —continuó Kiroe, y una apenas perceptible arruga apareció en el entrecejo de Zetsuo al escucharla.
—Mamá, creo que deberíamos intentar no provocar... —intervino Daruu, pero no había nada capaz de detener el tsunami que se acababa de desatar.
—Al fin y al cabo, siempre he pensado que Daruu tiene un gran, gran potencial. Y lo he entrenado muy bien.
—Deberíamos ponernos en camino. O anochecerá antes de que lleguemos —terció Kōri, para el alivio de Daruu.
—¡Eso, eso! ¡Vaaaamos, que vamos a llegar tarde!
Kōri señaló un punto en la lejanía, hacia una serie de riscos que se alzaban hacia el cielo. Aún tendrían que atravesar varios puentes para llegar hasta su destino; pero si se apresuraban aún podrían hacerlo antes del anochecer. Dispuesto a cumplir con esa premisa, Daruu tomó la mano de su madre e intentó arrastrarla, pero la mujer seguía con sus ojos clavados en Zetsuo. Y cuando Ayame miró a su padre, se dio cuenta de que él la miraba con la misma intensidad.
La intensidad de una ancestral rivalidad que por nada del mundo podría ser erradicada.
—¿Con quién cojones te crees que estás hablando, mujer? ¿Acaso crees que he dejado que Ayame se duerma en los laureles? —le espetó el médico.
—500 ryos a que mi hijo le patea el culo a tu hija si tienen que pelear.
—¡PERO NO HAGAS APUESTAS MAMÁ, QUE YO LE QUIERO CAER BIEN A LA GENTE JOPÉ!
—¿No eres ya mayorcita para seguir con estas chiquilladas? —replicó Zetsuo; pero una vena había comenzado a palpitar peligrosamente en su sien.
Conteniendo la respiración, Ayame se encogió ligeramente sobre sí misma. No sabía si sentirse herida o aterrorizada ante lo que estaba sucediendo entre sus padres.
—No, espera, que sean 1000.
Daruu parecía sentir lo mismo que ella. Se había arrodillado en el suelo, estirándose de los pelos.
—¡Si vas a apostar por ese hijo florista tuyo, hazlo bien! ¡Joder! ¡1.500! —resolvió Zetsuo, y alargó la mano para que Kiroe cerrara el trato.
Ayame se sentía desfallecer. Sus ojos pasaban de su padre a la madre de Daruu como si de un partido de tennis se tratara. ¿Qué demonios estaba pasando?
—Siempre han sido así —una voz extremadamente impersonal y gélida como el aliento de la nieve la sorprendió. Con todo aquel jaleo, prácticamente se había olvidado de la presencia de Kōri y no se había dado cuenta de que se había colocado a su lado hasta que habló.
—¿Qué?
—Padre y Kiroe-san. Siempre han sido así. No os preocupéis por ellos.